domingo, marzo 28, 2010

Locos por el P.O.P.



Todo clóset popular guarda entre sus piezas más valoradas una colección de chaquetas y franelas con el logotipo de una marca comercial; son esas fieles y ajadas piezas de vestir, de indudable y vistoso origen mercadotécnico, que las personas se rehúsan a licenciar, ya sea por la incomparable suavidad de su tejido o por lo significativo de su valor sentimental.
Pero aunque muchos se afanen por atesorar aquella camiseta de un remoto plan vacacional (Lagoven 1981) o la percudida gorra de una empresa hace años quebrada (Banco Latino), lo cierto es que en el mundillo publicitario del material P.O.P. (artículos entregados en el punto de venta) no todos son pecios de un antiguo naufragio. Al igual que el diseñador de una prestigiosa casa de modas, el encargado de promociones también experimenta la necesidad de desarrollar en su trabajo una permanente innovación. Sabe muy bien que las prendas P.O.P., obsequiadas por su gerencia, representan, a pesar de su déficit de desfiles y pasarelas, la verdadera ropa de marca de la pobrecía.
Son muchos los beneficios que la distribución de material P.O.P. le garantizan a una compañía. Entre ellos podemos mencionar la promoción de un producto o servicio, el reforzamiento en el mercado de los nuevos lanzamientos comerciales, el fortalecimiento de la presencia empresarial en ferias y exposiciones, la gratificación de una tendencia de fidelidad en el consumo, la identificación de la fuerza de venta con la variedad de productos ofrecidos por la empresa, y la posible recuperación de la inversión publicitaria a través del establecimiento de una red de boutiques corporativas.
Hay sujetos refractarios al uso de prendas o artículo promocionales. Alegan que ellos no son vallas o anuncios publicitarios de nadie, y que visto bien, desde la perspectiva conceptual de la libertad individual, los materiales P.O.P. suponen la inexcusable invasión del espacio doméstico por parte de la cultura corporativa y la gerencia de marca. Sin embargo, hay otras personas, entre las cuales me cuento (al momento de escribir esta nota llevo puesta una franela del Gigante Verde), que no atisban nada negativo o marginal en el hábito de portar, con la dudosa prestancia del modelo aficionado, ropas y objetos de suvenir comercial. De hecho, todos aquellos individuos que nos mantenemos al acecho de obsequios publicitarios (camisas, gorras, viseras, koalas, llaveros, destapadores, bolígrafos, vasos térmicos, calendarios, tacos de notas, mause pad, yoyos o frisbee) nunca hemos dejado de tener en cuenta el profundo carácter funcional del P.O.P. De hecho, si el objeto regalado no es útil no es material P.O.P.
En los duros tiempos que nos ha tocado vivir, nadie debiese apenarse por vestir las gratuitas y funcionales galas del P.O.P., sobre todo en Venezuela donde sus atribulados habitantes observan a diario como las figuras tenidas por grandes íconos de elegancia —cotizadas modelos y supuestos zares de la belleza— se despeinan y desgañitan promocionando por televisión las incomparables ofertas ofrecidas por tiendas de baratillo y palacios populares de ropa íntima.
Sin embargo, hay que reconocer que el P.O.P. tiene su lado totalitario. Es aquel que se manifiesta en las organizaciones que obligan a sus empleados a decorar sus hogares con merchandising; a consumir exclusivamente los productos de la empresa y evitar los de la competencia; a lucir, con exultante orgullo, ropas y utensilios de carácter promocional que ratifiquen en cada instante la identificación plena del trabajador con la marca; circunstancias que, en su conjunto, vienen a representar la versión mercantil y contemporánea de un mundo feliz…
Cuando nos adentramos en los predios del mercadeo político e ideológico notamos como los dirigentes y activistas comunistas destacan por la habilidad especial para desarrollar su propia y sólida simbología P.O.P.; un completo material propagandístico a ser distribuido entre individuos progres, comprometidos y de buena conciencia. Del amplio catálogo de suvenires comerciales de la izquierda radical las piezas ornamentales preferidas por los consumidores globales son las chapas y franelas del «Chic» Guevara (Carlos Fuentes dixit) y las banderas y afiches de la hoz y el martillo.
Finalmente, resulta imperativo dar cuenta de la existencia de un material promocional presente en todos los hogares venezolanos, de marcado uso clandestino, destinado a la realización de actividades de limpieza y bricolaje (lavado de vehículos, pintura de paredes, mudanza de trastes, pulitura de zapatos, tintura de cabellos), relacionado con las campañas electorales. Se trata del P.O.P. de la derrota: el pito de Piñerúa, la gorra de Alfaro Ucero, la visera de Frijolito, la camiseta de Arias Cárdenas, el koala de Manuel Rosales. En fin, tenebrosas piezas de colección que más de un solvente curador soñaría con incorporar a una de las muchas galerías que integrarían un, cada vez más necesario, Museo Venezolano de la Pava y la Mabita.

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