miércoles, mayo 30, 2007

Ota vez

Ota vez. Ota vez. A Tinky Winky lo volverán a investigar ota vez. Y es que a ocho años de haber sido tildado de gay por el predicador televisivo Jerry Falwell, el gobierno polaco, a través de la Defensoría de Menores, ha ordenado a un equipo de psicólogos identificar la orientación sexual del polémico teletubbi.
“Ya son muchas las personas que vienen sosteniendo que uno de los personajes de este programa infantil de la BBC promueve la homosexualidad. Pienso que sería conveniente que esa sospecha sea estudiada por los psicólogos de mi oficina, y que sean ellos los que dictaminen si la serie puede ser transmitida por la televisora estatal. Yo sí había visto que este teletubbi era morado y siempre usaba una cartera de mujer, pero nunca imaginé que se trataba de un chico”, declaró escandalizada la funcionaria Ewa Sowinska al semanario Wprost.
Quienes acusan a Tinky Winky de ser todo un “locote” suelen recordar que este “peluchito” se la pasa jugando al escondite las 24 horas del día con los miembros de su dudosa pandilla, a saber: Dipsy, el teletubbi verde; Laa Laa, la teletubbi amarilla; Poo, la teletubbi roja; y la aspiradora Nunu, un objeto fálico con vida propia. Señalan igualmente que el triángulo que corona su cabeza evoca el símbolo usado por los nazis para singularizar a los homosexuales del resto de la población alemana. Sin embargo, otros críticos, menos virulentos, optan por darle preferencia a la tesis de la “metrosexualidad” debido a su danzar amanerado y lo “chic” de su dieta macrobiótica y balanceada, a base de tubbinatillas y tubbitostadas.
La evaluación psicológica del gobierno polaco llena de angustia y zozobra a otros personajes del entretenimiento infantil que temen la apertura de un expediente por faltas a la moral y buenas costumbres. Tal es el caso de los famosos Bananín y Bananón; un par de bananas que se la pasan todo el día juntas y en pijamas, bajo la mirada alcahueta de “Don Rata”, próspero comerciante establecido en la populosa avenida Abrazos. También hay preocupación por los lados de Plaza Sésamo donde Beto y Enrique siguen como eternos compañeros de habitación, sin mostrar ninguno de ellos visos de buscar novia.
No han faltado los puritanos que insisten en que este expediente, de pestilente tufillo medieval, se aplique en las lejanas tierras del Bosque de los Cien Acres, donde el tierno osito Winnie The Pooh no para de compartir sus tarros de miel con su amplia fauna de amigos (entre los cuales, huelga decir, no figura ninguna dama): Conejo, Tigre, Burro, Cangu y Puerquito. Por su parte, el carismático dinosaurio Barney ha aclarado a las autoridades de la Defensoría de Menores que, aunque es de color morado, “nunca he usado carteras de mujer ni las volveré a usar...”
Activistas homosexuales, bajo el lema de “Tinky Winky somos todos”, han expresado su preocupación por la política homófoba del gobierno dirigido por los ultraconservadores gemelos Lech y Jaroslaw Kaczinsky, quienes afirman que no descansarán hasta haber restituido el imperio de la moral. Sin embargo, en la sociedad polaca parecen existir problemas mucho más graves que la sexualidad de un peluche.
La Junta Directiva de la Universidad de Varsovia advierte en un comunicado: “Somos testigos de la apropiación de instituciones públicas por los partidos que gobiernan, de la saturación de las relaciones sociales y económicas con una ideología hostil al diálogo y al compromiso, y de la limitación de la libertad de los medios. Inquietan la calidad cada vez peor de la legislación y el cuestionamiento de la autoridad de los tribunales, los ataques contra el Tribunal Constitucional, el nombramiento de los funcionarios públicos a dedo, la violación descarada del principio de la presunción de inocencia, el abuso del arresto provisional, la violación de la dignidad de las personas detenidas y la politización de la Fiscalía. Preocupa también la tendencia visible a dirigir la vida social con normas represivas”.
En fin, nada nuevo bajo el sol: otra manifestación más del espíritu fanático que todo lo empobrece. ¿Cuál será la solución para no contaminarnos con su pureza? Quizás la encontrada por el escritor israelí Amos Oz: “Creo haber inventado la medicina contra el fanatismo: El sentido del humor. Confieso que no he visto a ninguna persona con sentido del humor que se haya convertido en fanático, a menos que él o ella hubieran perdido ese don. Con frecuencia, los fanáticos son muy sarcásticos y algunos tienen un sarcasmo muy sagaz, pero nada de humor. Tener sentido del humor implica habilidad para reírse de uno mismo. Cuanta más razón tiene uno, más gracioso se vuelve”.

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viernes, mayo 25, 2007

Mira quien dispara

No se engañen: Bubba Ludwig es pacífico, pero está armado. Con apenas diez meses de nacido, cuenta ya con un porte de armas expedido por las autoridades del estado de Illinois; documento que le permitirá echar sus primeros tiritos con la vieja escopeta que le obsequió su abuelo como última voluntad.
“En verdad no tenía muchas esperanzas de conseguirle la licencia, pero decidí intentarlo porque temía que mi pequeño no pudiese disfrutar pronto de su regalo. Por eso rellené la solicitud en línea, cancelé la tarifa de cinco dólares que me pedían y obtuve el permiso”, informó el señor Howard Ludwig, de treinta años, al periódico Chicago Sun-Times.
Lo más curioso del asunto es que la petición fue rechazada en dos ocasiones por razones técnicas, mas no por los datos del solicitante (es decir, por su altura, peso o fecha de nacimiento). Por ejemplo, una de las devoluciones se debió al hecho de que el padre, en medio de la emoción, olvidó marcar la casilla que identificaba a Bubba como ciudadano norteamericano.
“No hay duda de que este aspirante ha cumplido con la ley. Ahora, ¿necesita un bebé de diez meses un permiso de arma? A mi juicio no. Sin embargo, tengo que precisar que aunque las leyes de Illinois están consideradas entre las más estrictas de Estados Unidos, lo cierto es que no hay restricciones relacionadas con la edad en nuestra legislación”, precisó Scott Compton, agente de la policía estatal.
En la polémica licencia podemos observar un enroscado garabato que hace las veces de firma, y una foto carnet del pistolero desdentado. “Pero no hay porque alarmarse. Yo no le voy a permitir ninguna cacería sin supervisión. La escopeta seguirá en casa de su abuelo hasta que mi chico cumpla catorce años de edad. Por los momentos, estoy encantado de que haya conseguido su permiso, ya que es un souvenir adorable para su álbum de fotos infantiles”, comentó Howard Ludwig, quien, por el tono de sus palabras, parece no haber visto la película Babel de Alejandro González Iñárritu.
La posibilidad de que un ser incapacitado para apretar sus esfínteres se encuentre autorizado para apretar el gatillo resulta, a todas luces, un dato muy revelador de un lado oscuro de la sociedad norteamericana. No puede estar bien un país donde un individuo que carezca de antecedentes penales puede comprar cualquier clase de arma: desde un revólver o rifle de alto impacto hasta una ametralladora diseñada para disparar cientos de proyectiles por minuto. Sorprende, por decir lo menos, que cuarenta y tres de los cincuenta estados de la Unión no pidan a sus ciudadanos ni licencia ni registro de armas; inclusive, que cinco de ellos ni siquiera hayan fijado una edad límite para poseerlas.
Las voces de la cordura son acalladas por el fuerte cabildeo político ejercido, entre otros grupos, por la poderosa Asociación Nacional del Rifle, organización civil (¿?) con más de cuatro millones de afiliados, y la Asociación de Armas de América, la cual ha llegado al extremo de señalar que la matanza de 32 estudiantes del instituto Virginia Tech, ocurrida recientemente en la ciudad de Blacksburg, no se habría producido si alumnos y profesores hubiesen portado sus propias armas.
Quizás ya sea hora de que los sectores más progresistas propicien una reforma que abrogue la famosa segunda enmienda constitucional, de 1791, que consagra: “Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, no se restringirá el derecho del pueblo a poseer y portar armas”.
Porque, como advierte el escritor Rafael Sánchez Ferlosio: “Existe un estado de guerra permanente desde que existe una industria del armamento permanente”.

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jueves, mayo 10, 2007

Si no es Alzheimer se le parece

Mi memoria es como una alacena. La pobre carece de capacidad expansiva. Para que un nuevo conocimiento forme parte de mi bagaje cultural, primero debe abandonar la escena una vieja certeza. Aprenderme la letra del reggaeton de moda tiene como costo, lamentablemente, echar al olvido el nombre del fundador de la añeja ciudad de Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción del Tocuyo.
Apuesto que no faltará quien mire con desdén mi triste padecimiento. Más de uno alegará, asistido por la razón, que para efectos económicos ambos datos parecen igual de irrelevantes. Y es que en este mundo traidor, donde nada es verdad, donde nada es mentira, según Ramón de... -¡ay, otro literato que no recuerdo!-, sólo aquello que se traduce en dinero merece ser atesorado por nuestras neuronas.
Pero lo peor de mi cuento llegó con la tecnología, porque desde que me enteré que el celular podía almacenar todos los números telefónicos que me interesaban, no tuve una mejor idea que dejar de lado el antiguo repertorio de trucos nemotécnicos. Sin saberlo me había condenado a una suerte de Alzheimer digital, cuyos dolorosos efectos llegaría a conocer aquel desdichado día en que dejé botado mi móvil en un taxi pirata.
Con el paso del tiempo he tomado conciencia de que ya no recuperaré esa catajarria de teléfonos perdidos, de que varios de mis amigos sólo los volveré a ver si el destino lo tiene planificado, de que no saldré con esa simpática fémina que a la salida de una discoteca me dejó su número para que la llamara. Tan corto es el amor y tan largo es el olvido...
Mala cosa esta de andar por la vida desmemoriado. En particular en estos momentos, en que el mundo moderno pareciera reducirse al inexorable cumplimiento de una agenda social o de trabajo. Todo está planificado. Todo tiene su fecha, su lugar, su hora. Un dispositivo de relojería suiza del que nada ni nadie se escapa.
El problema de la desmemoria se torna peligroso en la época del noviazgo. En esta etapa de la vida humana, las mujeres desarrollan una malsana afición por las efemérides. Hasta parecen profesoras de Historia. Les hace mucha ilusión que su compañero recuerde la fecha exacta del primer beso o rememore, con lujo de detalles, los episodios más apasionados de la última reconciliación. De más está decir que el menor titubeo en la concatenación del relato será interpretado como inexcusable muestra de desinterés por “la relación”.
El chocolate se hace más espeso cuando nos referirnos al espinoso tema de la infidelidad, ya que sin habilidades nemotécnicas resulta prácticamente suicida aventurarse en planes de cornamenta. Un vaucher dejado a la deriva o la intercepción de una servilleta con mensajes indiscretos constituyen dos de las pruebas más poderosas que ventilarse puedan ante cualquier tribunal.
Todavía resulta motivador observar como algunos sujetos se resisten a no recordar, y se afanan en los más diversos ejercicios para fortalecer sus neuronas: hacen una lista con las tareas del día, se fijan un hábito de asociaciones mentales, procuran huir del silencio y la soledad, escuchan música o leen un buen libro.
Sin embargo, a la hora de enfrentar la falta de memoria, me quedo con el siempre lúcido Jorge Luis Borges: “Yo no hablo de venganza ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón”.

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