lunes, septiembre 24, 2007

Reelección matrimonial

Hay personas que no soportan la sofocante proyección de lo vitalicio. Gabriele Pauli parece ser una de ellas. Ante la disyuntiva de hablar ahora o callar para siempre, la controversial política alemana no vaciló en soltar la lengua y oficializar una propuesta que ha convulsionado a los ciudadanos del distrito bávaro de Fürth: eliminar de la ceremonia nupcial ese famoso estribillo que reza “hasta que la muerte los separe”.
“Propongo que el matrimonio se venza después de siete años. Esto significa que uno podrá comprometerse por un período determinado y luego podrá renovar los votos por otro período, de igual duración, sí así lo desean los consortes. A mi juicio, las bondades de esta reforma resultan evidentes: en primer lugar, se reducirán los engorrosos divorcios; y en segundo lugar, se disminuirán las convivencias ficticias protagonizadas por aquellas parejas que ya no se quieren. No olvidemos que el amor suele durar unos siete años”, explica la promotora de la iniciativa.
Las reacciones contra Gabriele Pauli no se han hecho esperar. Su archirrival, el conservador Edmund Stoiber, la ha emplazado públicamente a retirarse de las filas del Partido Socialcristiano de Baviera, por profesar ideas contrarias a las doctrinas básicas de la organización; mientras que el futuro primer ministro bávaro, Günther Beckstein, le ha recomendado iniciar, a la brevedad posible, un tratamiento psiquiátrico.
Sin embargo, y a pesar del comprensible revuelo surgido entre religiosos y laicos comprometidos, lo cierto es que la institución matrimonial no goza de buena prensa en las sociedades contemporáneas. Para el humorista Groucho Marx constituye la principal causa de divorcio. Para el escritor ruso León Tolstoi representa una enfermedad mortal. Para G. C. Lichtenberg, rey de los aforismos, sirve como motivo de ácidas humoradas: “El amor es ciego, pero el matrimonio le restaura la vista”.
Lo cierto es que de aprobarse la polémica moción del matrimonio por plazos, la vida marital en casi nada se diferenciará de una refriega electoral. Una vez concluido el “septenio”, el marido interesado en prolongar su vínculo conyugal deberá postularse, cual líder de un proceso revolucionario, para la reelección inmediata (que no indefinida) de su cargo. De lo contrario, se le podrá aplicar la conocida tesis del vacío de poder, de tan ingrata recordación para los venezolanos en general.
Como todo candidato que se precie, el esposo amantísimo y gurrumino tendrá que sortear los golpes, guarimbas e intentos de magnicidio planificados por esa como agente de la CIA conocida también como la suegra. Además, deberá monitorear atentamente, en encuestas y sondeos de opinión, la posible evolución de candidaturas opositoras surgidas de la nada, a veces de debajo de la cama.
No podemos descartar que el incipiente debate sobre la reforma matrimonial sirva también de escenario para la discusión sobre la legitimidad de origen versus la legitimidad de desempeño. Ni tampoco que luego de finalizadas las deliberaciones se solicite la creación del novísimo referendo “divorciatorio” o “separatorio”; figura legal que podrá convocarse a mitad del período de cogobierno, previa recolección de firmas entre los miembros del hogar.
Para ilustrar mejor la nueva situación planteada, transcribimos a continuación un hipotético diálogo entre dos esposos en trance de culminar su septenio:

-Bueno infeliz, cumplo con informarte que la próxima semana vence el lapso de inscripciones para el período 2007-2014. ¿Te vas a inscribir?
-¡Por supuesto que sí mi dulce de miel! Yo contigo hasta el 2021...
-Sinceramente no te veo. Tu caída en las encuestas es muy pronunciada...
-Tú sabes que yo no creo en encuestas chimbas ni en güisquis pinchados. Eso es un montaje mediático. Yo todo lo he hecho por amor. Tú sabes que, de paja, soy una brizna...
-Yo diría que una carreta... Pero en fin, ¿en qué consiste tu programa de gobierno? Te ruego que por favor hagas el esfuerzo mental de cambiar tus promesas en los venideros comicios. Mira que tú me haces pasar unas penas con los observadores internacionales. No salimos de un chisme...
-Tranquila querida que esta victoria no la para nadie. Tengo para ti tres motores revolucionarios: Luna de miel en Venecia, vacaciones en Nueva York y reducción a cuatro horas de la jornada laboral hogareña. ¿Cómo te quedó el ojo? Apuesto a que te mueres de las ganas de que te dé lo tuyo ahora mismo
-¡Que va! Si por encima se ve que eso es pura demagogia. ¡Como si no te conociera desgraciado! Pero no te confíes en tu triunfo, mira que hay ruido de sables. ¡Cuidado con los comacates, Tiburcio! ¡Cuidado con los comacates!
-No creo en eso. ¡Por favor! Los cuarteles están calmados. Los militares son leales.
-Como no. ¡Ponte a creer! Ya lo dijo el paremiólogo de Acarigua: “Los militares son leales hasta que se alzan...”.
-¡Ay mamá! ¿Qué me habrá querido decir?

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jueves, septiembre 20, 2007

La dignificación de los sapos

Que no se diga nunca que la revolución bolivariana no está comprometida con la ecología. De su genuino compromiso con la biodiversidad nos da debida cuenta un despacho noticioso publicado en el diario El Nacional, en cuyo texto se nos informa que el Estado socialista y un grupo de organizaciones no gubernamentales ultiman una estrategia conjunta para combatir un tragedia biológica que, a juzgar por la realidad actual, no pareciese tan inminente; ella es, para quien no lo sepa, la progresiva desaparición de los sapos venezolanos.
La extensa nota redactada por la periodista Vanessa Davies nos advierte que cerca del diez por ciento de las 320 especies de batracios existentes en el país están en franco riesgo de extinción. De hecho, una variedad del denominado sapito arlequín, propio de los frondosos bosques aragüeños, ya no se cuenta más entre nosotros. De brinco en brinco fue a parar a la posteridad, con la ayuda invalorable de la desidia humana.
En días recientes nos ha tocado asistir como pueblo a un violento ataque cometido en contra de uno de los más pintorescos ejemplares de la especie conocida como sapito rayado o parlamentario. Un empavado animalejo que por poco paga con su vida el temerario lance de solidarizarse con un altivo compañero de estanque, caído en desgracia al cuestionar los sabios designios que rigen la fauna caribeña.
Afortunadamente, para nuestro saltarín amiguito, las revoluciones, a diferencia de otros movimientos de corte político, encuentran en los sapos la categoría fundamental de la taxonomía animal. Su melódico croar -triunfal trompeta del juicio final- constituye el augurio necesario para convocar con éxito a los huracanados vientos de la renovación estructural. Y es que batracios y dinosaurios han sabido ganarse, en ese campo de lucha que algunos gustan de llamar Historia, la prerrogativa de ver exhibidas sus figuras en pose rampante en las brillosas piezas de la heráldica revolucionaria.
El sapo ha hecho de la constancia la reina de las virtudes: Todos desconocemos el rumbo que tomará el caprichoso brinco de la liebre, pero ninguno de nosotros guarda la menor duda de hacia adonde enfilará el anfibio sin cola su presuroso salto: los organismos de vigilancia. Como dijo Salvatore Cippico, el utopista desengañado creado por el novelista Claudio Magris, “las denuncias son el camino más breve para disfrutar del mejor trato”. Sobre todo en los regímenes totalitarios.
Sin sapos no hay revolución. Florian Henckel Von Donnersmarck en su laureada película La vida de los otros revela la asfixia policial que, en la antigua República Democrática Alemana, ejerció el Ministerio para la Seguridad del Estado. Se calcula que en la década de los años ochenta la Stasi llegó a contar con 91 mil empleados a tiempo completo, cuyas funciones de supervisión eran complementadas por una red de informantes civiles que superaban los 300 mil colaboradores: uno por cada cincuenta alemanes.
En la Rumania comunista la situación no variaba mucho. El escritor Norman Manea en su imprescindible libro Payasos: el dictador y el artista nos aporta las siguientes cifras: un policía por cada quince ciudadanos, quince informantes “voluntarios” junto a cada policía. “La inmensa masa de delatores vigila el resto indigno de la población, no sea que ésta traicione algún secreto de Estado, como el nombre del lugar de trabajo, la forma de los tarros de los encurtidos, la fórmula de la bomba atómica, la ubicación territorial de las vespasianas, el mote del presidente, la capacidad de los manicomios, el mapa de Rumania y la tecnología para fabricar hilos de coser. ¡Por si acaso los extranjeros se enteran de los secretos del Paraíso del Circo! Evitar todo contacto con los extranjeros, deber de honor y derecho natural para todo el que quería sobrevivir”, relata Manea.
Finalmente, el británico Martin Amis, en su obra Koba el Temible, recuerda la paranoia comunista en su versión soviética: “La denuncia dio el gran salto adelante durante el período de la Colectivización. En las aldeas se incitaba a los campesinos más pobres a denunciar a los más ricos. ‘Era muy fácil cargarse un hombre -explica Vassili Grossman- bastaba con escribir una denuncia; ni siquiera había que firmarla’. A mediados de los años treinta cuando el terror se orientó hacia los pueblos y ciudades, la prensa elogiaba la denuncia alegando que era ‘el sagrado deber de todo bolchevique, del Partido o de fuera del Partido’. Como era de esperar, hubo inmediatamente un alud de denuncias. El proceso era quintaesencialmente estalinista, dado que: a) fomentaba lo más abyecto de la naturaleza humana, y b) seleccionaba hacia abajo (los últimos eran los primeros). Una vez más, se produjo una situación surrealista. Se denunciaba a X por miedo a que X lo denunciara a uno; uno podía ser denunciado por no hacer bastantes denuncias; el impulso denunciador no conocía más freno que la posibilidad de ser denunciado por no haber denunciado antes (...) Es de rigor rendir ahora un homenaje a quien delató con más celo que nadie, la gran Nikolaenko, azote de Kiev. Esta increíble valquiria fue distinguida con un elogio del mismo Stalin (...) Gracias a ella murieron unas ochos mil personas”.
En el siglo XXI los sapos siguen croando. En el año 2004, el diputado tachirense Luis Tascón inaugura la era del apartheid bolivariano, con la publicación de la famosa lista de solicitantes del referendo revocatorio en contra del presidente Hugo Chávez Frías. Gracias a él existen más de tres millones cuatrocientos mil venezolanos muertos en vida, con sus derechos civiles burlados, con el futuro secuestrado. Obligados todos a permanecer en tierra, “rechazados por la barca de Caronte”.
Volvemos a Magris: “Cuando la revolución se acaba, lo que queda es una inmensa cháchara, porque no queda nada más: todos vengan a parlotear, como la gente que ha visto un espantoso accidente de carretera y se detiene en el arcén, en corro, comentando lo sucedido”.
Sin sapos no hay revolución.

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lunes, septiembre 10, 2007

El gen ausente

No creo desmentir ninguna de las conclusiones del Proyecto Genoma cuando afirmo que todo mapa genético registra en su trazado una zona en reclamación. Una extensa zona rayada que simboliza el voluminoso cúmulo de virtudes y destrezas que hombres y mujeres sueñan con anexar algún día a los incompletos territorios de su personalidad. Son, en suma, aquellos rasgos de carácter que, a pesar de su palmaria inexistencia, nos empeñamos en decir que siempre hemos tenido.
Es triste que no contemos con laudos arbitrales que ayuden a resarcir la injusticia cometida por la caprichosa cartografía de la herencia biológica. Estamos, pues, marcados por una primera ausencia, y el saber disimularla por el resto de nuestras vidas es, a menudo, la explicación más efectiva de eso que llamamos éxito. Eternos negadores de defectos y pequeñeces, los seres humanos más que la promesa de felicidad resumida en el eslogan de una atractiva pieza publicitaria, somos la cláusula engañosa que se pretende ocultar en las letras pequeñas de un contrato leonino.
Dicho en la fría jerga de administradores y contadores públicos, vamos por la vida con pasivos ocultos (celos, complejos, temores), a la espera de ingenuos compradores que decidan invertir sus recursos e ilusiones en nuestro estratégico plan de negocios (ponga usted el objetivo de su preferencia: amor, amistad, aventura o palanca). Sin embargo, la evidencia empírica parece revelarnos que el mejor seductor es aquel que ha concientizado que no siempre debe mentir, que en ocasiones le conviene dosificar el testimonio sincero, encontrar esa faz que tiene que mostrar la Luna para no dar al traste con su romántica imagen. Y es que la magia del amor cabe completa en la depresión de un cráter. Por tanto, conviene saber ejecutar el streep tease de la verdad.
Lamentablemente, como bailarín soy muy buen escritor. Por ello, apenas inicio mi numerito dancístico dejo al descubierto aquellos detalles de mi personalidad que supuestamente debía ocultar. Desnudez del alma que termina por asustar a mis potenciales mujeres, quienes se resisten a aceptar la pena terrena de tener que convivir con un sujeto negado para el bricolaje; curiosa incapacidad nacida al calor de una tara cromosómica, y no de un particular desprecio por los oficios manuales y las publicaciones de Mecánica Popular.
Debo confesar que me preocupa sobremanera la ausencia de este gen, ya que es harto sabido que transcurridos los famosos cuatro años de química sexual que suelen amenizar al desprestigiado matrimonio, la estabilidad hogareña de un esposo viene dada por su habilidad congénita para encarar las más variadas reparaciones domésticas: cambiar bombillos, arreglar planchas, destapar cañerías, empotrar cocinas e instalar aires acondicionados. El marido que no logra cumplir con tan elevadas responsabilidades se erige, en la práctica, en un candidato ideal para el "maleteo" trapero.
La sombra del divorcio se torna aún más amenazante para aquellos elementos que, como yo, se encuentran incapacitados genéticamente para matar cualquier alimaña que perturbe la paz familiar. Y es que una fémina puede justificar que su hombre sea poco comunicativo, inclusive que nunca recuerde el día de su cumpleaños. Lo que sí no perdona una mujer es que el inepto de su esposo no mate ni una sola cucaracha ni espante a un mísero ratón. Eso es lo que el vulgo denomina “mucho con demasiado”.
Cual moderno descendiente de Sherezade, echadas ya las cartas del destino, sólo me restará encomendar a mi reconocida habilidad cuentera la exigua posibilidad de prorrogar mi fecha de ejecución; ese momento aciago en el que la dueña de mis quincenas tendrá por conveniente hacer de este, su humilde servidor, un “esposo de la calle”.
Pero allí en la intemperie comenzaré de nuevo. Buscaré otra victimaria. Ya lo advirtió la brasileña Nélida Piñón: “Seducir es una fatalidad humana. Quien no seduce está negando su oficio humano. Las palabras erotizan la realidad y, a medida que tú seduces, estás legitimando al otro; por tanto, tiene hasta una dimensión moral”.

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jueves, septiembre 06, 2007

No se va

Parece que llegó para quedarse. Inclusive mucho más allá del año 2021. Me cuesta trabajo recordar un solo día de mi vida en que haya estado libre de su devastador y desmoralizante influjo. Y es que esta bendita gripe, más que una enfermedad, a ratos se yergue como una de mis más peculiares señas de identidad. Un rasgo mórbido de mi personalidad que me hace anunciar, cual mocoso epígono del filósofo René Descartes, la contagiosa premisa de que “toso, luego existo”.
Aunque luzca un tanto exagerado, tengo para mí que, en la convulsionada Venezuela de nuestros días, resulta mucho más fácil librarse del creciente clima de polarización política que escaparse de los dañinos efectos de esta suerte de atmósfera viral que democratiza la flema y el estornudo. Si en estos momentos me tocara jugar “stop” con un grupo de liceístas, juro que no dudaría en agregar, a las tradicionales categorías de “nombre”, apellido”, “país” y “animal”, la innovadora categoría de “expectorante”, tan seguro estoy de haber probado cada uno de los productos farmacéuticos que forman el amplio catálogo de mejunjes y jarabes que, supuestamente, erradican la virosis. En verdad que me los conozco de la “A” a la “Z”.
Es un hecho paladino que todo conspira contra nuestros bronquios y pulmones. Sin embargo, quienes la tienen peor son, sin duda, aquellos trabajadores condenados a sufrir por largas horas los rigores y excesos de un aire acondicionado central; auténtica unidad de producción endógena y socialista de virus y rotavirus; agentes transmisores llamados a diezmar a los integrantes de la nómina ejecutiva, de empleados y hasta de pasantes.
La gente desesperada sólo atina a tomar cuanta planta o monte se le atraviese en su tortuoso camino. No importa desconocer la hierba: lo fundamental es meterse a brujo. Comienza entonces la hora mágico-religiosa de los chamanes ancestrales: La tía de no sé quien que se curó dizque con jengibre, miel y limón. La abuela del otro que se recuperó con malojillo, cocuiza y orín de gato. En fin: mitos y leyendas de un pueblo aficionado a la automedicación que sólo encuentra sus límites en el más allá.
Por supuesto, que nunca falta el borrachito que, sin necesidad de realizar ningún juramento hipocrático, se aventura a recetar, sobre la base de su espirituoso magisterio, el infalible recurso del guarapazo de ron; ultima ratio que si bien no quita la gripe, al menos torna más alegre el lento descenso al sepulcro.
Otra sugerencia aportada por la sabiduría popular es viajar a la playa para así aprovechar los efectos benéficos del yodo en el sistema respiratorio. Sin embargo, estas visitas a los litorales funcionan en la práctica como un cambalache de virus y rotavirus entre los muchos pestosos. De modo que se abandona la gripe “del maletín” para abrazar, in situ, y casi con mabitosa resignación, la no menos trágica gripe de la “nueva geometría del poder”. Virtud del pueblo venezolano, ésta de ponerle nombre a las virosis que menguan sus pulmones.
En mi caso personal, nada de lo que he hecho ha arrojado resultados positivos. La bendita gripe, como émula del famoso dinosaurio de Augusto Monterroso, todavía continúa ahí, impertérrita ante nebulizaciones y sobredosis de vitamina C.
Lo peor de mi cuadro patológico es que la tos surge cada vez que me dan ganas de reír, por lo que los chistes y ocurrencias disparan mi paranoia. Lo único que supera el bajo nivel de mis defensas es la subterránea condición de mis fondos económicos, que ya no soportan más el pinchazo de otra jeringa, el fracaso de otro urocultivo, la derrota de otro perfil veinte. A cada nuevo examen hematológico le sigue la presencia amenazadora de un nuevo padecimiento. Pareciera que no quiero dejar para los demás.
Ya lo dijo Alberto Barrera Tyszka en su novela La Enfermedad: “La sangre es muy chismosa. Lo cuenta todo. Cualquiera que trabaje en un laboratorio clínico sabe que es cierto. Detrás de ese líquido oscuro, que se almacena en pequeños tubos, se esconden turbios melodramas, naturalezas vencidas o sórdidos relatos que huyen de la ley”.

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