miércoles, enero 12, 2011

El presidente se equivoca

Nuevamente la Historia Grande pretende dar al traste con la historia pequeña. Lo vemos claramente cuando asistimos al penoso espectáculo de un caudillo anacrónico que arremete con furia contra aquellas conquistas civiles que hacen ridículas sus incesantes proclamas de guerra. Un caudillo que dice ser el pueblo, pero lidera un gobierno que ayer traficó con comida podrida y hoy destruye los planes de expansión de un centro de atención para la desnutrición infantil.
El presidente se equivoca cuando, sin investigar adecuadamente, ordena la expropiación de los terrenos de Empresas Polar ubicados en la parroquia caraqueña de Antímano, y, por tanto, haría bien en oír el clamor de los habitantes de la zona.
El Centro de Atención Nutricional Infantil Antímano (Cania) es uno de los muchos teatros donde la venezolanidad desarrolla su positiva y estimulante historia pequeña. En sus espacios se gesta la transformación social tantas veces exigida por una opinión pública con frecuencia tributaria del pesimismo.
Sin duda sería muy fácil afirmar que Cania es una isla de excelencia en un país asolado por la inconstancia, pero tal aseveración, por falsa, resulta injusta. La circunstancia verdadera es que si el germen del cambio social no se hubiese encontrado previamente en los vecinos de Antímano, no habrían sucedido muchos de los éxitos reconocibles en la gestión de Cania.
Quizás por estar acostumbrados a visualizar titanes y semidioses en páginas de textos escolares, algunos ojos han perdido la facultad de identificar a los pequeños héroes forjados en el crisol de la realidad nacional. Y al no verlos, y al no poder comprender cabalmente la magnitud de sus conquistas, ceden presurosos ante las fuerzas paralizadoras de la desilusión y la depresión.
Sin embargo, hay instituciones dotadas de una sensibilidad especial para advertir la activa presencia de personas comprometidas con el advenimiento de un tiempo más solidario e inclusivo. En 1982, Empresas Polar demostró su naturaleza visionaria al decidir, en medio de los actos conmemorativos de su cincuenta aniversario, patrocinar un proyecto de alto impacto social, centrado en la atención de problemas de salud vinculados con la población infantil de la parroquia Antímano: la modesta comunidad caraqueña que, en 1941, sirvió de sede a la primera de sus plantas cerveceras.
Aprobados los lineamientos generales, la directiva de Fundación Polar se planteó la identificación de los usos filantrópicos más apropiados para los terrenos donados. Para ello organizó un completo programa de visitas a centros pediátricos de México y Chile. La experiencia internacional arrojó luces sobre la conveniencia de orientar todos los esfuerzos hacia las terapias de recuperación integral de niños con malnutrición. Igualmente, allanó el camino para el diseño de una primera metodología de trabajo, basada en determinadas políticas gerenciales: contratación de los mejores profesionales, fomento de líneas de investigación, creación de asesorías psicológicas, establecimiento de un esquema de autofinanciamiento y definición clara de cargos y responsabilidades
Así arrancó Cania su apasionante andadura. Los objetivos generales quedaron resumidos en tres importantes campos de acción: la atención integral y efectiva de la desnutrición en niños y mujeres embarazadas de Antímano; la producción de conocimiento científico relevante en el área de la pediatría nutricional; y la formación de un recurso humano de primera línea.
Los logros de Cania son mensurables, por ello se pueden expresar en términos estadísticos. Durante estos quince años de exitosa intervención privada en el ámbito de la salud pública se pueden señalar en el área de consulta los siguientes promedios anuales: 1.700 niños y 250 mujeres embarazadas atendidos en ambulatorio; 4.700 parturientas primerizas atendidas en consulta; 8.000 pacientes atendidos en consultas de control individual; 3.000 pacientes atendidos en consultas grupales; 180 niños atendidos en consultas de casos de patologías extremas; y 190 niños atendidos en los espacios de seminternado del Área de Recuperación Nutricional.
Esto es lo que pretende destruir el gobierno revolucionario, bajo el pretexto de la reubicación de las personas afectadas por la temporada de lluvias. Pero Glesy Rosales, víctima de la tragedia humana que supuestamente desvela al caudillo, afirma con ojos llorosos y con una pancarta en la mano: «Yo también soy damnificada, pero por eso no voy a ocupar un terreno. Aquí en Cania atendieron a mi hijo de tres años que tenía problemas de peso. Ahora tengo cinco meses de embarazada de morochos y estoy en control. Me atienden siempre con una sonrisa en los labios y sin pagar nada. Señor presidente, póngase la mano en el corazón y piense que la medida que tomó no es contra Polar, ni contra Cania. Es contra la gente del pueblo».

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miércoles, enero 05, 2011

Antropología del salsero erótico


A hierro mató. A hierro murió. El salsero erótico, ese curioso fenómeno de masas que irrumpió exitoso en el escenario de la música latina, tras dar de baja a los merengueros dominicanos, es hoy apenas un recuerdo. Un sonido turbio y una imagen borrosa que pueden consultarse, en clave de nostalgia, en los archivos de YouTube.
Su abrupta sustitución en la banda sonora del transporte público no puede inventariarse, en modo alguno, como el primero de sus infortunios. Desde sus pinitos, el salsero erótico mereció el desprecio de los decanos de la música caribeña, exigentes críticos que siempre cuestionaron la calidad de sus interpretaciones. Una ojeriza rápidamente compartida por más de un aficionado a la denominada «salsa cabilla», una variante rítmica consagrada por los artistas reunidos en la mítica agrupación de Las Estrellas de Fania.
Años de silencio calmaron las aguas, y la gente terminó por olvidar los rasgos característicos de la repudiada especie: jeans gastados, sacos de colores pasteles, corbatas tejidas, lentes oscuros y bigote tupido (Jerry Rivera fue el único lampiño capaz de colarse en el hit parade). Hubo que esperar el advenimiento mediático del reggaetón y el narcocorrido, con sus canciones plagadas de violencia y procacidad, para que desocupados estudiosos de la antropología menor, como quien esto escribe, se planteasen la necesidad de revisitar la figura histórica del salsero erótico y sopesar, de modo científico, su verdadera contribución a la idiosincrasia «nuestroamericana» (Chávez dixit). Y es que las canciones de ciertos reguetoneros consiguen el milagro, nada desdeñable, de hacer pasar las olvidadas letras de los salseros eróticos por versos extraídos de la poesía del Siglo de Oro Español. No olvidemos el hecho de que fue el inmortal bardo Francisco de Quevedo, y no el esmirriado Eddie Santiago, quien entonó aquello del «polvo enamorado».
No se trata aquí de ensayar la canonización de una raza precita, sino más bien de aportar algunas ideas para enrumbar el análisis de una tipología de estudio. Una primer apunte descriptivo tendría que dar cuenta de una circunstancia fácilmente constatable: el salsero erótico siempre bordea la pedofilia («de niña a mujer» es el auténtico leitmotiv de su repertorio). Su olfato de zorro viejo le permite identificar cualquier brote de menarquia. Un perverso coqueteo que sólo se detiene ante el nasciturus concebido por inseminación artificial (Ustedes se lo imaginan: «Apenas ayer eras bebé de probeta, pero hoy ya sobra quien te lo… ¡Eeeeeeepa! ¡Una vueltica!»).
El salsero erótico descree de la genética. Las conclusiones científicas del religioso Gregor Mendel son, a su juicio, irrelevantes y descaminadoras. En su imaginario lujurioso, no vale de nada la carga cromosómica XX. La forja de una mujer, para materializarse realmente, demanda el auxilio amatorio de un salsero erótico. Sin este primer apareamiento no se puede hablar con propiedad de una identidad sexual. Tal vez pueda hablarse de bebés, niñas, chicas, nenas, párvulas, adolescentes o pucelas, pero jamás de una mujer. Porque para ser una verdadera mujer, la doncella debe primero «hacel el amol» hasta el amanecer.
Una observación: a pesar de propagar la necesidad de llevar a cabo un rito iniciático (la inmolación del himen), esto es, de celebrar una costumbre social imantada de tribalismo, el salsero erótico es un ciudadano del mundo, un marinero que pernocta y tempera en diferentes puertos. Un nómada insólito, porque íntimamente reconoce la existencia de una única casa: la cama. Ella es su hábitat. Ella es su selva. Allí reina y bate su guedeja. Allí deja escuchar sus rugidos, el crepitar de un ardiente deseo… Y tal vez sea por este hecho, por estar siempre en la cama, que algunas personas le atribuyen a los salseros eróticos una motricidad limitada, una dificultad para mantener la verticalidad requerida para caminar por las calles.
Los salseros eróticos tienen por regla de oro «hacel el amol» en un viejo motel, de pobres luces, de todos el peor. Una barraca apestosa, cundida de alimañas, con canales televisivos para adultos, que mágicamente se convertirá en un suntuoso palacio, un Taj Mahal, gracias a los efectos psicotrópicos y alucinógenos producidos por las «caricias prohibidas» y los besos de fuego dosificados por el amante consumado y consumido («Es casi un hechizo», diría Jerry Rivera). Juglar sin Medioevo, caballero sin escudero, el salsero erótico invita a todos sus prójimos, no a perrear como el pedestre reguetonero, sino a cabalgar. Corceles antes que canes. Corceles nacidos para cabalgar entre sábanas blancas, aunque ninguno de nosotros haya visto jamás unas sábanas blancas, o al menos no tan curtidas, en los hoteluchos desperdigados por El Rosal o Plaza Venezuela; mataderos que en la actualidad, por decreto gubernamental, sirven de centros de refugio para los damnificados de las lluvias («Lluvia/ lluvia / tus manos frías como la lluvia / lluvia / que día a día fueron enfriando / lluvia / mi ardiente deseo y mi piel»).
Cuando se analizan las letras más populosas del cancionero erótico es fácil notar que la composición de piezas musicales reproduce, en pequeña escala, las formas y recursos narrativos del drama clásico. De allí que pueda identificarse un nudo argumental que se resume en un único conflicto: dos seres esclavizados por el deseo enfrentan a una sociedad pacata y conservadora que se opone al placer carnal. La acción es desarrollada por un conjunto de personajes, entre quienes destacan tres tipos arquetipales: a) el protagonista, encarnado y encamado por el salsero erótico («Quien me llame / insaciable / sólo dice / la verdad / porque mi alma / vanidosa / jamás se cansa de amar / quien me llame apasionado / sólo dice la verdad / pues disfruto, cada instante / cuando estoy enamorado / insaciable compañero / insaciable en el amor / no ha nacido quien me quite la locura / de entregar a otra piel / mi calor / insaciable de tu cuerpo / sin medida, la pasión / nadie puede arrebatarme el derecho de entregarme / insaciable / como soy / ¡No lo olvides, mami!); b) la protagonista, una niña que se convierte en mujer, pero luego se niega a satisfacer los más secretos anhelos de su cuerpo; y c) la contrafigura, quien generalmente suele ser el mejor amigo del salsero erótico o un prometido que no consigue corregir sus graves problemas de impotencia sexual o eyaculación precoz; un desventurado que no puede hacer buenas las palabras de Jorge Amado en su novela Tieta de Agreste: «El mejor homenaje que puede hacerle un hombre a una mujer es una erección».
Y en cuanto a erecciones, el salsero erótico es todo un campeón, un auténtico Príapo de barrio. Su vigor sexual es puro talento natural. No consume medicamentos naturistas. No toma viagra ni se estimula con chipichipi. No se encapucha. Cuando una de sus muchas amantes queda embarazada, apela a dos manidas estrategias: la primera, le echa el muerto a su archienemigo el merenguero dominicano («Baby, eso te pasa por andar averiguando qué es lo que quiere el negro Wilfrido Vargas»); y la segunda, compone una canción donde, de un modo romántico, deja el pelero (Lo que pasó entre tú y yo / pasó / Yo te vi como una amiga / y hoy me dices que fue amor). Su proverbial desconfianza en la genética, hace que el salsero erótico se niegue sistemáticamente a someterse a una prueba de paternidad a través de una muestra de ADN.
Por último, resultarían fallidas las reflexiones del presente estudio antropológico si dejáramos de lado esa suerte de fatum que pesa sobre el salsero erótico y que lo convierte, esencialmente, en un desterrado (la piel femenina, su Ítaca). Pero, a diferencia de los míticos héroes griegos, este Sísifo del coito (sólo acaba para empezar de nuevo) tiene conciencia de su hado. Por esta razón, el salsero Viti Ruíz —hermano del inmortal Frankie Ruíz— en su canción Caricias prohibidas comparte con su audiencia la siguiente confesión: «Tiemblo /cada vez que te miro a los ojos / tú sabes, que tiemblo / cada vez que tu cuerpo se acerca a mi cuerpo / yo tiemblo / porque sé que todo terminará en hacer el amor». Lamentablemente sus muchas amantes confunden la caprichosa voluntad de los dioses con indomeñables ataques de satiriasis o con abusos propios de un promiscuo modus vivendi. Las pobrecitas no saben —cómo podrían saberlo— que el salsero erótico es, por voluntad divina, un bien público: su cuerpo y sus artes amatorias son un patrimonio cultural de la humanidad.
Los salseros eróticos, como los unicornios, van desapareciendo. Pero la historia sin duda los absolverá, porque sus temas musicales lograron acercar cuerpos que estaban alejados, porque sus letras subidas de tono consiguieron darle voz al deseo irrefrenable que abrasaba a dos tímidos amantes, porque su trabajo contribuyó, acaso sin pretenderlo, a la expansión demográfica de nuestros países. Y eso no es moco de pavo.
En su honor, dale pa’bajo.

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