viernes, mayo 24, 2013

La segunda colonia


Prometieron elevarnos a la gloria de la quinta república, para luego arrastrarnos, con el paso de los años, al infecto pantano de un segundo coloniaje. La divulgación del informe de inteligencia suministrado por el espía Mario Silva, a los representantes del G2 cubano, ha obrado el milagro de revelar aquello que gritan con su silencio los corruptos y oportunistas que abundan en esta triste hora de pérdida progresiva de la patria.
Si apartamos del análisis la provechosa costumbre de «hacerse el loco» ante los abusos de los poderosos, la actividad más productiva en Venezuela es el delito. Reportajes periodísticos nos alertan que de cada cien crímenes cometidos en el país sólo tres son investigados, y apenas una de estas averiguaciones policiales culmina con una decisión judicial y la sanción posterior de los culpables. De manera que el porcentaje de éxito de un criminal es del noventa y nueve por ciento. Ni siquiera la actividad petrolera puede competir con esta impresionante tasa de recuperación de los recursos empleados y de minimización de los riesgos asumidos. Ya lo dijo el fallecido Gonzalo Barrios: «Aquí no hay razones para no robar».
Por tanto, en la tierra de la impunidad, de la falta sin castigo, ya no puede impresionarnos que un maleante, pagado de sí mismo, poseído del espíritu jaquetón del azote de barrio, se despepite a contar a sus amos habaneros unas infidencias que, interpretadas a la luz del Código Orgánico Procesal Penal, constituyen la confesión de tres graves delitos: traición a la patria («Ayer tuvimos una reunión de inteligencia con dos camaradas cubanos, dos oficiales cubanos, en Fuerte Tiuna»), homicidio («Yo sé demasiada mierda, Palacios. Ellos saben que estoy atrincherado. Me ordenaron matarme a mis hijos de nuevo. Descubrimos a dos y pum pam y le dimos») y porte ilegal de armas («A mí [el ministro de la Defensa] Molero nos dio cinco fusiles más. Tenemos ahorita doce fusiles. Tenemos bastantes balas. Tenemos la capacidad como para responder a una agresión»). Veintitrés años de condena penal que nunca serán pagados, como tampoco serán pagados los  mil quinientos millones de dólares despilfarrados en corrupción, extorsiones, latrocinios, propaganda, compra de apoyos internacionales y culto a la personalidad de un caudillo dizque corazón de la patria.
Durante la grabación divulgada a la opinión pública, el hombre de Raúl Castro en Caracas se cuida, en todo momento, de testimoniar la inocencia y pureza de todas las acciones emprendidas por el jefe máximo del proceso. En su opinión, el líder carece de culpa. La crisis únicamente puede explicarse porque Nicolás Maduro se encuentra rodeado de traidores (como lo estuvo el difunto Hugo Chávez en el pasado), de judas que le impiden establecer un contacto directo con las bases revolucionarias. Y acto seguido, el pran (esa suerte de «hombre nuevo» que nos obsequió el chavismo) pela por la hojilla, y en rápidos movimientos navajeros, se afana en dejar en claro quienes son, en verdad, los malos.
Como si estuviese instalado en Venezolana de Televisión, allí donde los juegos de luces separan dos oscuridades (la del estudio y la del alma), allí donde labora el camarógrafo de la risa de hiena, Mario Silva enciende el ventilador para esparcir la podredumbre y enrarecer el ambiente. Nadie se salva: (¡Prepárense! ¡Cuidaooo! ¡Oye cuidaooo! ¡Cuidaooo! ¡Ten cuidaoo!) Diosdado Cabello es acusado —en una germanía que nos negamos a citar en estos espacios transilvánicos— de máncer, ladrón y sedicioso; José Vicente Rangel, sicofante de raza, es descrito como un traficante de influencias con vara alta en las esferas oficiales; Cilia Flores, llamada por su esposo la «primera combatiente» del proceso revolucionario, tampoco sale zafa del alud de imprecaciones y termina identificada como el poder detrás del trono; mientras que la Fuerza Armada Bolivariana se encuentra dividida y la petrolera estatal PDVSA resiste estoicamente el asedio constante de los enemigos de la madre patria, a saber: la isla de Cuba. El catálogo de la inmundicia se completa con el nombre de otros integrantes del procerato chavista: José David Cabello (superintendente nacional aduanero y tributario), Manuel Barroso (expresidente de Cadivi), Miguel Rodríguez Torres (ministro de Interior, Justicia y Paz), general Wilfredo Figueroa Chacín (exdirector de la Dirección de Inteligencia Militar), Soraya El Achkar (secretaria ejecutiva del Consejo Nacional de Policía), Jorge Giordani (exministro de Finanzas), Carlos Aguilera (exdirector de la Disip), general Henry Rangel Silva (exministro de la Defensa y gobernador del estado Trujillo), almirante Diego Molero (ministro de la Defensa), general Clíver Alcalá Cordones (comandante de la Región de Defensa Integral de Guayana), general Carlos Alcalá Cordones (comandante general del Ejército Bolivariano), Hermann Escarrá (abogado constitucionalista), Pedro Morejón (exministro del Despacho de la Presidencia), Carolina Cestari (asistente de Cilia Flores), Néstor Francia (periodista comprometido), Témir Porras (presidente del Bandes), Oscar Schemel (director de la encuestadora Hinterlaces), Ricardo Durán (jede de prensa de la Asamblea Nacional), Jorge Rodríguez (alcalde del municipio Libertador y jefe de campaña del comando Hugo Chávez), almirante Armando Laguna Laguna (jefe de gobierno del territorio insular Francisco de Miranda), Tarek El Assami (gobernador del estado Aragua), Alí Uzcátegui Duque (embajador de Venezuela en Austria), general Wilmer Barrientos (jede del Comando Estratégico Operacional), Jorge Arreaza (vicepresidente de la República Bolivariana de Venezuela), Gustavo Arreaza (hermano de Jorge Arreaza y presidente de Venezolana de Televisión), Tania Díaz (diputada a la Asamblea Nacional), Jorge García Carneiro (gobernador del estado Vargas), Francisco Rangel Gómez (gobernador del estado Bolívar), José Vielma Mora (gobernador del Estado Táchira) y William Fariñas (diputado a la Asamblea Nacional).
Aunque el filósofo rumano Emil Ciorán sostiene que el ser humano puede imaginarlo todo salvo el punto hasta dónde puede hundirse, lo cierto es que muchos venezolanos ya intuíamos la existencia de la «Segunda Colonia». En la edición del domingo 5 de mayo de 2013 el diario El Universal publica, en la sección «Expediente», un reportaje titulado «Cubanos en Venezuela», en cuyo texto Francisco Olivares revela que al menos 210 mil cubanos han pasado por nuestro país en el marco de la alianza suscrita por los dictadores Fidel Castro y Hugo Chávez Frías. La infografía que acompaña al reportaje le brinda a los lectores la distribución de los cubanos por «área de trabajo»: 30.500 en salud, 8.500 en asignaciones varias, 7.800 en educación, 5.900 en deportes, 5.800 en seguridad y defensa, 5.400 en agricultura y cría, 5.300 en policía y justicia, 4.700 en energía eléctrica, 3.800 en vivienda, 3.700 en petróleo, 3.600 en desarrollo de comunas, 3.600 en transporte, 2.400 en telecomunicaciones y 1.770 en cultura.
A la hora de analizar los orígenes de la alianza militar Cuba-Venezuela, el periodista Francisco Olivares fija el punto de partida en el año de 2007. En agosto de ese año la reforma de la Ley Orgánica de la Fuerza Armada Nacional trae a la vida venezolana figuras propias de la institucionalidad castrense cubana, como por ejemplo las Regiones de Defensa Integral (Redi) y los grados jerárquicos de Mayor General y de Comandante en Jefe de la FAN. También se impone en los cuarteles el lema macabro de «Patria, socialismo o muerte», se añade a la doctrina militar el concepto estratégico de «guerra de resistencia» (bajo la premisa de una supuesta intervención de los Estados Unidos) y se acentúa la incorporación de oficiales cubanos como consultores en el Comando Estratégico Operacional.
Hubieron de transcurrir tres años de silencio para que alguien se atreviera a alzar su voz en contra del secuestro de los organismos de seguridad y defensa del Estado venezolano. El 26 de abril de 2010, el general retirado Francisco Rivero acude a la Comisión de Defensa de la Asamblea Nacional para denunciar la existencia, en Fuerte Tiuna, de una unidad militar cubana de 300 efectivos particularmente activa en la asesoría de centros de comando, manejo del parque de armas, control de comunicaciones operacionales, ubicaciones tácticas de unidades estratégicas, definición de armamento estratégico e inteligencia militar. Ese mismo día, Rivero le muestra al país una fotografía en la que se aprecia como el jefe de la Región de Defensa Integral (Redi) expone al general Leonardo Andollo Valdez, jefe del Estado Mayor del ejército cubano, la estructuración del sistema de seguridad frente a un hipotético enfrentamiento con Colombia. Su osadía será castigada. El 12 de agosto de 2010 la Fiscalía Sexta Militar imputa a Francisco Rivero por los delitos de «ultraje a la Fuerza Armada Nacional» y «Divulgación de noticias secretas en grado de continuidad».
El golpe de autoridad surte efecto. Nadie más se atreve a ventilar paladinamente lo que la sociedad venezolana intuye. Pululan los opinadores de interesada objetividad, aquellos que arremeten acerbamente contra quienes hablan sin pruebas contundentes y exponen al colectivo el resultado de sus percepciones. Todo es virtual. Todo es mediático. Venezuela vive su segunda independencia. Esa es la única verdad. No existe la injerencia cubana y la presencia del Estado en todas las facetas de la vida es una sensación.
Las autoridades gubernamentales niegan la realidad y, como epígonos de la escuela solipsista, únicamente reconocen la existencia de problemas en la mente alterada de las personas disociadas. Pero en Venezuela todos sabemos que cuando un ciudadano de a pie tilda a un político de corrupto o de procubano no hace mucho más que eso: señalarlo de corrupto o de procubano. Jamás, de bobo o mentecato, porque es ingenuo pensar que un criminal va por la vida regando indicios que puedan luego servir para sepultarlo en la cárcel (Mario Silva, en su desvergüenza, es una excepción). Casi nunca hay huellas del crimen. Esto es harto sabido. Por tanto, cuando los guardianes de las reputaciones ajenas se desgañitan contra «las generalizaciones peligrosas» o «las acusaciones infundadas», y condicionan el juicio ciudadano a la presentación de evidencias irrefutables, no defienden la verdad, sino que se ponen de lado de la censura que calla la voz de los oprimidos. Parafraseando una acertada observación del novelista italiano Claudio Magris, me atrevo a afirmar que en sociedades sometidas por el neototalitarismo, y su absoluto control institucional, la defensa a ultranza de la denuncia «con pruebas incontrovertibles» termina invariablemente en el silencio democrático, en la afasia ciudadana.
La grabación de Mario Silva no revela nada diferente a lo sospechado por la Venezuela decente. Tan sólo es la prueba contundente que viene a legitimar, a posteriori, la certeza que albergaban sotto voce muchos de los ciudadanos que entrelazan sus destinos en este nuestro país: El país del miedo... 

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