miércoles, enero 05, 2011

Antropología del salsero erótico


A hierro mató. A hierro murió. El salsero erótico, ese curioso fenómeno de masas que irrumpió exitoso en el escenario de la música latina, tras dar de baja a los merengueros dominicanos, es hoy apenas un recuerdo. Un sonido turbio y una imagen borrosa que pueden consultarse, en clave de nostalgia, en los archivos de YouTube.
Su abrupta sustitución en la banda sonora del transporte público no puede inventariarse, en modo alguno, como el primero de sus infortunios. Desde sus pinitos, el salsero erótico mereció el desprecio de los decanos de la música caribeña, exigentes críticos que siempre cuestionaron la calidad de sus interpretaciones. Una ojeriza rápidamente compartida por más de un aficionado a la denominada «salsa cabilla», una variante rítmica consagrada por los artistas reunidos en la mítica agrupación de Las Estrellas de Fania.
Años de silencio calmaron las aguas, y la gente terminó por olvidar los rasgos característicos de la repudiada especie: jeans gastados, sacos de colores pasteles, corbatas tejidas, lentes oscuros y bigote tupido (Jerry Rivera fue el único lampiño capaz de colarse en el hit parade). Hubo que esperar el advenimiento mediático del reggaetón y el narcocorrido, con sus canciones plagadas de violencia y procacidad, para que desocupados estudiosos de la antropología menor, como quien esto escribe, se planteasen la necesidad de revisitar la figura histórica del salsero erótico y sopesar, de modo científico, su verdadera contribución a la idiosincrasia «nuestroamericana» (Chávez dixit). Y es que las canciones de ciertos reguetoneros consiguen el milagro, nada desdeñable, de hacer pasar las olvidadas letras de los salseros eróticos por versos extraídos de la poesía del Siglo de Oro Español. No olvidemos el hecho de que fue el inmortal bardo Francisco de Quevedo, y no el esmirriado Eddie Santiago, quien entonó aquello del «polvo enamorado».
No se trata aquí de ensayar la canonización de una raza precita, sino más bien de aportar algunas ideas para enrumbar el análisis de una tipología de estudio. Una primer apunte descriptivo tendría que dar cuenta de una circunstancia fácilmente constatable: el salsero erótico siempre bordea la pedofilia («de niña a mujer» es el auténtico leitmotiv de su repertorio). Su olfato de zorro viejo le permite identificar cualquier brote de menarquia. Un perverso coqueteo que sólo se detiene ante el nasciturus concebido por inseminación artificial (Ustedes se lo imaginan: «Apenas ayer eras bebé de probeta, pero hoy ya sobra quien te lo… ¡Eeeeeeepa! ¡Una vueltica!»).
El salsero erótico descree de la genética. Las conclusiones científicas del religioso Gregor Mendel son, a su juicio, irrelevantes y descaminadoras. En su imaginario lujurioso, no vale de nada la carga cromosómica XX. La forja de una mujer, para materializarse realmente, demanda el auxilio amatorio de un salsero erótico. Sin este primer apareamiento no se puede hablar con propiedad de una identidad sexual. Tal vez pueda hablarse de bebés, niñas, chicas, nenas, párvulas, adolescentes o pucelas, pero jamás de una mujer. Porque para ser una verdadera mujer, la doncella debe primero «hacel el amol» hasta el amanecer.
Una observación: a pesar de propagar la necesidad de llevar a cabo un rito iniciático (la inmolación del himen), esto es, de celebrar una costumbre social imantada de tribalismo, el salsero erótico es un ciudadano del mundo, un marinero que pernocta y tempera en diferentes puertos. Un nómada insólito, porque íntimamente reconoce la existencia de una única casa: la cama. Ella es su hábitat. Ella es su selva. Allí reina y bate su guedeja. Allí deja escuchar sus rugidos, el crepitar de un ardiente deseo… Y tal vez sea por este hecho, por estar siempre en la cama, que algunas personas le atribuyen a los salseros eróticos una motricidad limitada, una dificultad para mantener la verticalidad requerida para caminar por las calles.
Los salseros eróticos tienen por regla de oro «hacel el amol» en un viejo motel, de pobres luces, de todos el peor. Una barraca apestosa, cundida de alimañas, con canales televisivos para adultos, que mágicamente se convertirá en un suntuoso palacio, un Taj Mahal, gracias a los efectos psicotrópicos y alucinógenos producidos por las «caricias prohibidas» y los besos de fuego dosificados por el amante consumado y consumido («Es casi un hechizo», diría Jerry Rivera). Juglar sin Medioevo, caballero sin escudero, el salsero erótico invita a todos sus prójimos, no a perrear como el pedestre reguetonero, sino a cabalgar. Corceles antes que canes. Corceles nacidos para cabalgar entre sábanas blancas, aunque ninguno de nosotros haya visto jamás unas sábanas blancas, o al menos no tan curtidas, en los hoteluchos desperdigados por El Rosal o Plaza Venezuela; mataderos que en la actualidad, por decreto gubernamental, sirven de centros de refugio para los damnificados de las lluvias («Lluvia/ lluvia / tus manos frías como la lluvia / lluvia / que día a día fueron enfriando / lluvia / mi ardiente deseo y mi piel»).
Cuando se analizan las letras más populosas del cancionero erótico es fácil notar que la composición de piezas musicales reproduce, en pequeña escala, las formas y recursos narrativos del drama clásico. De allí que pueda identificarse un nudo argumental que se resume en un único conflicto: dos seres esclavizados por el deseo enfrentan a una sociedad pacata y conservadora que se opone al placer carnal. La acción es desarrollada por un conjunto de personajes, entre quienes destacan tres tipos arquetipales: a) el protagonista, encarnado y encamado por el salsero erótico («Quien me llame / insaciable / sólo dice / la verdad / porque mi alma / vanidosa / jamás se cansa de amar / quien me llame apasionado / sólo dice la verdad / pues disfruto, cada instante / cuando estoy enamorado / insaciable compañero / insaciable en el amor / no ha nacido quien me quite la locura / de entregar a otra piel / mi calor / insaciable de tu cuerpo / sin medida, la pasión / nadie puede arrebatarme el derecho de entregarme / insaciable / como soy / ¡No lo olvides, mami!); b) la protagonista, una niña que se convierte en mujer, pero luego se niega a satisfacer los más secretos anhelos de su cuerpo; y c) la contrafigura, quien generalmente suele ser el mejor amigo del salsero erótico o un prometido que no consigue corregir sus graves problemas de impotencia sexual o eyaculación precoz; un desventurado que no puede hacer buenas las palabras de Jorge Amado en su novela Tieta de Agreste: «El mejor homenaje que puede hacerle un hombre a una mujer es una erección».
Y en cuanto a erecciones, el salsero erótico es todo un campeón, un auténtico Príapo de barrio. Su vigor sexual es puro talento natural. No consume medicamentos naturistas. No toma viagra ni se estimula con chipichipi. No se encapucha. Cuando una de sus muchas amantes queda embarazada, apela a dos manidas estrategias: la primera, le echa el muerto a su archienemigo el merenguero dominicano («Baby, eso te pasa por andar averiguando qué es lo que quiere el negro Wilfrido Vargas»); y la segunda, compone una canción donde, de un modo romántico, deja el pelero (Lo que pasó entre tú y yo / pasó / Yo te vi como una amiga / y hoy me dices que fue amor). Su proverbial desconfianza en la genética, hace que el salsero erótico se niegue sistemáticamente a someterse a una prueba de paternidad a través de una muestra de ADN.
Por último, resultarían fallidas las reflexiones del presente estudio antropológico si dejáramos de lado esa suerte de fatum que pesa sobre el salsero erótico y que lo convierte, esencialmente, en un desterrado (la piel femenina, su Ítaca). Pero, a diferencia de los míticos héroes griegos, este Sísifo del coito (sólo acaba para empezar de nuevo) tiene conciencia de su hado. Por esta razón, el salsero Viti Ruíz —hermano del inmortal Frankie Ruíz— en su canción Caricias prohibidas comparte con su audiencia la siguiente confesión: «Tiemblo /cada vez que te miro a los ojos / tú sabes, que tiemblo / cada vez que tu cuerpo se acerca a mi cuerpo / yo tiemblo / porque sé que todo terminará en hacer el amor». Lamentablemente sus muchas amantes confunden la caprichosa voluntad de los dioses con indomeñables ataques de satiriasis o con abusos propios de un promiscuo modus vivendi. Las pobrecitas no saben —cómo podrían saberlo— que el salsero erótico es, por voluntad divina, un bien público: su cuerpo y sus artes amatorias son un patrimonio cultural de la humanidad.
Los salseros eróticos, como los unicornios, van desapareciendo. Pero la historia sin duda los absolverá, porque sus temas musicales lograron acercar cuerpos que estaban alejados, porque sus letras subidas de tono consiguieron darle voz al deseo irrefrenable que abrasaba a dos tímidos amantes, porque su trabajo contribuyó, acaso sin pretenderlo, a la expansión demográfica de nuestros países. Y eso no es moco de pavo.
En su honor, dale pa’bajo.

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2 Comments:

Blogger Señorita Cometa said...

:) me hiciste reír mucho...pero como bailé esas canciones en los 80! pero tienes razón, comparadas con las letras de "Calle 13", los favoritos de Chacumbele porque hablan su mismo procaz lenguaje, son poemas sublimes para cualquier oído nostálgico. Llévatelo!

6:49 p.m.  
Anonymous Anónimo said...

magistral; este escritor tiene mucha perspicacia; hace meses que no leo algo tan bien escrito; no tengo tiempo, entre el esposo, la hija, mi trabajo de profesora etc. Voy a seguir leyendo esta noche, ahora que por fin se fueron todos; es la cena de Thanksgiving y ya terminó; pienso en mi Venezuela natal desde aquí en la Alhambra de California

10:10 p.m.  

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