lunes, septiembre 05, 2005

Tener o no tener

Tan pronto les revelé mi propósito, todos mis amigos me llamaron loco. Me dijeron que nunca habían tenido noticias de una venganza tan escabrosa, que jamás habían presenciado el perverso despliegue de las habilidades propias de un alma resentida. Confieso que al escucharlos no pude evitar indignarme por el descaro de estos sujetos, que apenas días antes de mi anuncio se desgañitaban en consignas de solidaridad eterna, para luego estrenarse en el penoso oficio de inquisidores.
Pero yo no estoy loco. Es obvio que yo no estoy loco. De mi comprobada salud mental habla con total solvencia la reciente decisión del Tribunal Supremo de Justicia, en sentencia aprobada por los magistrados de la Sala de Casación Civil, según la cual se ordena a la pérfida de mi ex esposa la inmediata devolución de los implantes de silicón, que, en un rapto de lamentable mecenazgo sexual, me dio por financiarle.
De existir un loco en esta historia éste no sería otro que el oscuro picapleitos contratado por mi ex mujer, quien luego de conocer su derrota intentó ocultar su incompetencia en un deslucido retruécano: ¡Nunca un fallo fue tan fallo! Pobre tipo: tantos años leyendo la farragosa prosa de la jurisprudencia venezolana le secó el cerebro… o la mísera víscera que hacía las veces.
Visto bien, el único ser que lo supera en estupidez es el periodista que ha tomado la entrada de mi residencia como centro de operaciones de su espectáculo mediático. No bien abro la puerta de la casa, cuando este subnormal con certificado de locución me brinca encima con su ráfaga de dizque incisivas preguntas: ¿Qué va a hacer con las siliconas? ¿Se las va poner? ¿O se las va a revender a su ex esposa? ¿Acaso piensa donarla a una figura emergente de la farándula nacional? No contesto. Lo miro y no contesto. Sólo pongo una cara de frustración que inmediatamente es transmitida, vía microondas, a todo el país. ¿Será que este idiota piensa ganarse un Pulitzer a costa de mi desgracia?
-Pero bueno pana, ¿qué coño esperabas tú? -me dijo el pendejo de mi amigo el psicólogo-. Yo te lo dije, que te ibas a rayar. Pero tú, nada. Tú, pata e´bola. Que si había que vengarse de la coño de madre, que si el próximo “come-muslo” que se joda: que pague sus propias tetas. En fin. Ahora es demasiado tarde. Ahora mámate un güevo. Aunque pensándolo bien, mejor mámate las prótesis que para algo habrán de servirte. ¡Pobre fetichista!
-¿Fetichista yo? ¡Por favor! ¿Qué bolas tienes tú? ¡Psicólogo peorro!
-Sí, claro que lo eres. Basta analizar tu caso, a la luz de los hallazgos de la teoría freudiana, para determinar que te quedaste pegado en la fase oral de la sexualidad, y todavía no has podido superar el trauma de tu destete. De ahí tu afán por estar mamando y succionando todo el tiempo, con la boca pegada a un cigarrillo, a una botella, a unos senitos. ¿No es así?
-Pero infeliz, ¿no te cansas de decir tonterías? ¡Vaya que eres descarado! ¿Que vas a hablar tú inmoral? Lo que te falta es analizar los sueños de tus pacientes con el libro de San Cono. ¿O es que tú crees que yo no te he visto en acción? A ver, a ver, señorita cuénteme su sueño, Sí doctor, la verdad es que siempre aparezco jugando en una gramita, cuando de la nada salta una culebra, tipo cobra, que yergue su cabeza y me pela sus colmillos, ¿Y te muerde?, No doctor, sólo me amenaza, ¿Y te da tiempo de huir?, No doctor, eso es lo peor: que no quiero huir ¿qué significará esa pesadilla?, Mejor no te lo digo, Ande doctor no sea malo conmigo dígame la verdad, Está bien, pero espero no se moleste: La grama es tu pubis, y tu manía de jugar en la yerbita es la confesión de tus prácticas masturbatorias; y la culebra, evidente símbolo fálico, es el pene erecto con el cuál deseas jugar pero no te atreves, ¡Ay doctor! ¿Y qué hago ahora?, La solución es obvia: déjate picar por la culebra, es más, si te interesa, yo tengo una mapanare…. jijiji ¡Pero hay que ver! ¡Tamaño sinvergüenza! Y yo me pregunto: Si yo soy un fetichista, ¿qué coño serás tú?
-Pues tu amigo, pana. ¿Todavía lo dudas?
-Te diré que no. Te diré que soy tan desdichado que tal vez estés diciendo la verdad…

II

Hoy al despertar, lo primero que pude comprobar fue que el periodista, cual dinosaurio monterrosiano, todavía estaba ahí, apostado en la entrada de mi residencia. ¡Vaya tipucho! Anoche tuve oportunidad de ver su reporte para la emisión estelar del noticiero: “Gracias estudios, efectivamente nos encontramos aquí en la morada del denominado Monstruo de La Candelaria (¿por qué será que estos elementos vienen desprovistos del gen de la originalidad?). En estos momentos se viven instantes de tensa calma, que nos hacen olvidar la intensa problemática vivida en esta zona. No olvidemos que ya este sujeto tiene varios días de encierro con los implantes de su ex mujer. Fuentes que pidieron no ser identificadas, pero que son dignas de todo crédito, deslizaron la hipótesis de que este personaje, prevalido del solitario estado de su unidad habitacional, se encuentre dándole rienda suelta a su imaginación de aberrado sexual. Pero todavía no tenemos información oficial, por lo que les recomendamos que se mantengan en nuestra sintonía. Reportó para ustedes…”.
No retengo su nombre. Sinceramente, no me importa. Estoy hastiado de tanto sinsentido, como el reflejado en la caricatura de un celebrado humorista que me dibuja a la usanza de un personaje shakesperiano, exclamando, con un implante de silicón en la mano, tener o no tener, that is the cuestion.
¿Pero qué le pasa a este país? ¿Es que acaso no encuentra ninguna cosa seria en la cual ocupar su perdido tiempo de pueblo descarriado? Hasta la política ha dejado ver su pestilente hocico por estos lares. Los dirigentes de la oposición califican mi caso como un nuevo trapo rojo arrojado por el régimen para desviar la atención de la sociedad civil. Los partidarios del gobierno denuncian, por su parte, mi egoísta actitud “pequeño-burguesa”, fiel reflejo de la oligarquía podrida y nauseabunda que defiende sus privilegios y obstruye las transformaciones demandadas por los nuevos tiempos.
Lo peor no fue eso, sino la lamentable constatación de que con el demonio de la globalización también he topado. Y es que no pude evitar sorprenderme al observar las imágenes satelitales del Papa, en alocución a sus fieles en la plaza de San Pedro, condenándome al suplicio eterno de las llamas infernales, como aleccionador castigo por mi ruin comportamiento para con una inocente hermana en la fe. ¡Menos mal que no pasaron la noticia por Al Jazzira! ¡Estas serían las horas en que estuviese ocultándome de los implacables ejecutores de la fatua!
Y sin embargo, no estoy del todo libre. Me siento asediado por los hombres, por sus preguntas. Se obstinan en hacerme creer que soy diferente a ellos, que sólo yo me fijo en el cuerpo. Que desprecio el alma y su contemplación. Critican y critican, ¿pero qué coño saben de mí? ¿Por qué no me dicen –o nos dicen- como hago para clavar la mirada allí donde termina el silicón y comienza lo que no nunca será moldeado ni estilizado? ¿Qué es un alma? ¿Cómo coño se contempla? ¿Cómo carajo se detalla su pureza?
No sé. No tengo respuesta. No una que me guste. No una que me permita dormir tranquilo, y culminar la tortura que siempre es el pensamiento. Tortura que me arrima a la certeza de que el miedo a la soledad es finalmente el miedo a preguntarnos. Inquietante monólogo que acalla las voces compasivas, y recoge los ecos del desengaño, del póstumo reproche de ese hombre que habiendo podido ser ya no será. Sólo sé que me gustan las tetas, que mientras más grandes mejor. Que cuando están trufadas de pequitas…
¡Pero Dios mío! ¿Cuándo coño se me desmadró la vida?

III

-¿No crees que vas demasiado rápido?
-¿Por qué? Porque te dije que sólo deseo estar contigo.
-Es que apenas nos estamos conociendo.
-Así es mejor. Así podemos ser todo lo que el otro desea. Créeme que cuando nos conozcamos eso más nunca pasará.

-Eso me hace sentir incómoda. Prefiero amar a una persona por lo que realmente es...
-Un escritor argentino decía que un hombre es lo que es, pero también lo que puede llegar a ser…
-¡Qué pavoso! ¡Qué ridículo! Eres el primero que intenta seducirme con citas literarias. No lo hagas más, porque quiero escuchar tu voz. Citar es una forma pedante de callar…
-¡Qué buena frase!
-No es mía, es de un economista y filósofo mexicano, Gabriel Zaid. ¿O es que tú crees que eres el único que lee? Yo siempre digo que a los hombres les irá mejor el día que abandonen la triste manía de andar suponiendo.
-¿Cuándo sabes que ha llegado el amor de tu vida?
-¿Qué te pasó? ¿Por qué esa pregunta?
-Porque yo quiero, al igual que tú, no seguir suponiendo...
-No sé. Eso no se puede explicar. Eso se vive y punto.
-Yo creo en cambio que llega justo en ese instante en que sientes que esa persona ha entrado tarde en tu existencia, y experimentas una inexplicable nostalgia por un montón de momentos no vividos, por los besos y abrazos que nunca serán recuperados. Tampoco en el amor se encuentra la plenitud.
-A mí me gusta pensar que los amantes se encuentran en el momento oportuno, que no se deben un retroactivo. En todo caso, para eso están los sueños, para recuperar parte del tiempo perdido. ¿No?
-Temo que nos hemos puesto algo cursi…

-¡Menos mal que tú sólo miras mis pechos! Me haces recordar que a pesar de tu labia romanticona eres igual a todos los hombres. Seguro que estás preguntándote que por qué carajo no me he puesto las lolas…
-Perdona si mi mirada te molestó, pero es que no puedo evitarlo. Ahora… lo de la labia… lo de la labia se debe a que nosotros los feos tenemos que esmerarnos. Tú sabes: nosotros no ganamos la pelea por nocaut, sino por decisión.
-Pero a mí no me importa que seas feo…
-Y a mí no me importa que no tengas muchas tetas…
-¡Eres un pasado!
-¿Por qué? ¿Por qué te dije que no tenías muchas tetas?
-No, porque aún sin conocerme quieres estar conmigo…

IV

Enciendo el televisor, y la veo a ella. Mi sorpresa tiene formato de programa de talk show. La moderadora le lanza una ráfaga de preguntas. Sonríe. Ya hasta parece una señorona de la pantalla chica. Dice no odiarme. Dice que desea lo mejor del mundo para mí y para los implantes. Aprovecha sus quince minutos de gloria para hacer una revelación que logra acallar a la inquieta audiencia del espacio sensacionalista: “La idea de las prótesis no fue de mi ex esposo, sino mía. La verdad es que él siempre me quiso tal como fui. Sin embargo, yo sabía que su sueño erótico era tener una mujer con grandes y firmes senos. Lo amaba tanto que decidí complacerlo, y acordé la cita para la cirugía. Al principio, una nueva luna de miel se había instalado en la casa. Yo lo volvía loco con mis franelas pegaditas, las cuales a veces mojaba maliciosamente para excitarlo y ponerlo zarataco. También andaba sin brassiere por la sala y los cuartos. ¡Pobre hombre, tuvo que emplearse a fondo para seguirme el paso! Sin embargo, la pasión no tardó mucho en volverse celos. Mi marido se tornó insoportable y nuestra vida asfixiante. Empezó a decirme zorra, y a acusarme de provocar deliberadamente el guarrismo de los hombres. Supe entonces que en esta vida lo peor que puedes hacer es tratar de complacer a tu pareja, porque partes del error de que esa persona tiene muy claro lo que quiere. Y a ninguno de nosotros le ha sido otorgado ese don. Y ocurre lo inevitable, la terrible paradoja: Que te empiezan a odiar justo por aquello por lo que antes decían amarte. Y ya no eres más “mi ángel” o “mi cielo” o “mi amor”. Unicamente eres la zorra; así, sin posesivo… entonces allí se acaba todo”.
Sigue hablando, pero la apreciación de su rostro se dificulta por la sucesión de nombres que aparecen en pantalla. Apago el televisor, y me llego hasta el teléfono. Pulso la contestadora, y escucho dos mensajes. El primero de ellos, un productor televisivo que me anuncia el próximo megaéxito de la industria del entretenimiento: un reality show que me permitirá escoger la digna merecedora de mi amor y de mis siliconas. El segundo, me informa de la existencia de un editor interesado en publicar el verdadero diario del hombre con prótesis mamarias: ¡Todo un best séller my friend!
¡Pobres! ¡No entienden nada! ¡Siguen sin entender nada! Pero eso a mí no me importa, porque ya estoy en el balcón y me asomó a la calle y veo su piscina de asfalto y decido escuchar la voz que en mis adentros va naciendo. Entonces extiendo mis manos y abro mis puños y dejo caer el peso que me abruma.