jueves, agosto 22, 2013

Del noble y olvidado arte de sabotear telenovelas

Si alguien ha sufrido en carne viva las ochenta y seis horas de cadenas de radio y televisión acumuladas por Nicolás Maduro desde el pasado 5 de marzo (por no hablar de las 1.464 horas contadas al difunto Chávez entre 1999 y 2010 por la firma consultora AGB Nielsen) ha sido el vilipendiado público de las telenovelas.
Sólo un ser desprovisto de sensibilidad y humanitarismo puede desdeñar el sufrimiento que carcome al espectador que ve frustrada su cita diaria con la pequeña pantalla o el gran plasma (que todo depende del estrato socioeconómico del telecubrero: no nos olvidemos que los ricos también lloran con su novelita y de algún asunto tienen que hablar al día siguiente con sus cachifas). Un aplazamiento arbitrario, sine díe, del sufrimiento que martiriza a la psique familiarizada con los altibajos de los seriados melodramáticos: ¿Quién diablos será el asesino de la última producción dramática del serial killer Martin Hahn?, ¿Cómo ocultará la villana su falso embarazo? ¿Dónde el abuelo multimillonario de la protagonista pelabola guardó el testamento en que la declara como su heredera universal? Estas, y no otras, son, qué duda cabe, las verdaderas y más acuciantes preguntas de la vida (sin oficio)…
Aunque muchos no lo recuerden, en nuestro país hubo una época desbordada de romanticismo, un tiempo en cuyas noches el sabotaje de telenovelas no dependía de la voluntad del caudillo de turno, sino que era un arte pacientemente cultivado por ilustres varones deseosos de sacar de sí a sus queridas espositas. La mayoría de estas técnicas han desaparecido. Las que han sobrevivido son usadas maquiavélicamente por las mujeres para importunar las transmisiones de los grandes eventos deportivos (los cuales, según el entendimiento de los machos de la casa, son todos, inclusive las fastidiosas partidas de póker de ESPN).
Dicen los entendidos que hay dos tipos de producciones dramáticas televisivas: las «novelas rosa», que se caracterizan por presentar personajes muy planos, que no suelen experimentar cambios en su carácter (en cierto sentido, son personajes que rezuman más alma que cuerpo); y la «novelas de autor», consideradas como más realistas, porque el comportamiento de los personajes suele retratar el carácter contradictorio del ser humano en sus circunstancias diarias. Obviamente, desde el punto de vista intelectual las novelas rosa son más fáciles de sabotear. Pero importunar el disfrute de una novela de ruptura tampoco es que sea imposible. Sólo se requiere conocer el estilo del escritor y sus obsesiones creativas.
Con el objetivo de brindarle a esta pieza de sociología menor un cariz más práctico que teórico, procedo a  listar las técnicas más efectivas para amargar la vida de los adictos a los teleculebrones (únicamente existen dos criterios incontrovertibles de calidad: el ser mandado a callar o el ser invitado a desalojar el dormitorio). Como siempre, de nada:

1.- El grito: De origen polémico (algunos autores identifican su origen en el famoso cuadro surrealista del pintor Eduard Munch; otros, en cambio, piensan más bien en un oscuro sketch de cámara indiscreta), esta técnica consiste en pegar un sorpresivo leco (o alarido) al oído del teleadicto en el preciso instante en que vaya a ser revelado un secreto fundamental para la trama novelesca. Otra variante pudiese ser el uso, a manera de interjección, de la frase «Diceselo, diceselo» cuando un actor tarda más de lo debido en pronunciar su parlamento.

2.- El interrogatorio: Con la habilidad propia de la fingidora de orgasmos, el saboteador televisivo debe simular un interés patológico por el nombre del personaje que caracteriza cada uno de los actores que conforman el elenco de la novela, así como también su importancia en la trama. ¿Y Fulano quién es? ¿Y ahora cómo llaman a Mengano? ¿Pero, por Dios, quién dijo que Zutano sirve para hacer de policía? Nota: También se vale preguntar por las cosas que pasaron en el capítulo anterior, aunque siempre se corre el riesgo de que le contesten: «¿Pero qué voy a saber yo, imbécil, si no me lo dejaste ver? ¡Ay, pero cómo te odio!».

3.- La respuesta: Técnica de antelación estratégica gracias a la cual el saboteador telenovelero adelanta una respuesta sarcástica o desquiciada a la pregunta planteada por un actor de la novela. Por ejemplo, si un personaje de una novela de Venevisión pregunta abiertamente sobre quién es el asesino de Marta Mónica, el saboteador debe apresurarse a decir: Gustavo Cisneros. Nota: Si la producción dramática es de Televisa entonces el nombre del asesino será, sin lugar a duda, el de Carlos Slim.

4. El volumen bajo: El saboteador telenovelero exterioriza su preocupación por el bajo volumen que obstaculiza a los presentes la audición de los brillantes diálogos del bodrio con aspiraciones de drama. Acto seguido, toma el control remoto para subsanar tamaña injusticia. Pero ya con el poder en la mano, el saboteador telenovelero, cual político de rancia estirpe, hace lo contrario a lo que dijo que iba a hacer, esto es: no cambia la intensidad del volumen sino de canal (de preferencia coloca uno deportivo para que la arrechera de la esposa sea mayor).  Una vez que haya pasado la parte de la novela que el adicto deseaba ver, el saboteador vuelve a marcar el canal del bodrio. Nota: En aquellos hogares afiliados a operadoras de televisión satelital es igualmente válido mover la antena del Direct TV.

5.- El cuñero loco: Esta técnica constituye un verdadero clásico para los amantes del telesaboteo. Se aprovecha la interrupción comercial para cambiar el canal en procura de otra alternativa temporal de entretenimiento. Una vez logrado el objetivo, usted procede a hacerse el loco y sólo vuelve a sintonizar el canal de la novela una vez robados preciosos minutos de la insoportable trama.

6.- La defensa de la castidad o «cuándo en mis tiempos»: Esta técnica se activa justo en las escenas lascivas (una ducha, un striptease, un encuentro sexual), cuando los actores reconocidos como símbolos sexuales muestran en horario familiar más piel de lo debido. Entonces el saboteador alza su voz en defensa de los valores éticos y morales pisoteados canallescamente por el escritor de la novela. La idea es proclamar de manera pública, y con voz estentórea, un necesario y profiláctico regreso a la era victoriana.

7.- La distracción 2.0: El saboteador interrumpe la transmisión del teleculebrón para llamar la atención de los presentes acerca de un tuit supuestamente arrechísimo que dizque originó como seis trendings topics a nivel mundial, para luego con total descaro leer un mensaje zonzo y calichoso de cualquier galápago del microblogging.

8.- La Steven Spielberg: No deja de ser paradójico que un escritor de telenovelas latinoamericanas, que se supone curtido en la tacañería de los directivos de televisión —unos sujetos capaces de cuestionar la contratación de pasantes de producción, con tal de ahorrarse unas pocas monedas— persista todavía en reproducir los grandes efectos especiales de la industria hollywoodense (choques, incendios, persecuciones en helicópteros). ¿Qué tiene qué ver Corazón de gavilanes con Transfomers? ¡Por Dios! ¡Dejen la marginalidad! Las tomas que terminan viendo los pobres telespectadores son tan patéticas, ridículas y tercermundistas que acometer cualquier labor de saboteo telenovelero puede y debe considerarse como una variante del facilismo. Ejemplo: En el guión se alude al hundimiento de un ferry pero lo que termina viendo la gente es el penoso zozobrar de un peñero. En fin, como diría un abogado acusador tras conseguir el testimonio más revelador del juicio: «No más pregunta Su Señoría».

9.- El erudito: El saboteador novelero aprovecha la aparición de cualquier actor en escena, así sea un vulgar figurante, para comentar el último chisme aparecido en los programas del corazón o de cotilleo televisivo. No es preciso indicar aquí, por obvio, que tienen preferencia, en el relato farandulero, las infidencias de naturaleza amarillista o sensacionalista.

10.- El profeta: Como un epígono del brasileño Reinaldo dos Santos, el saboteador telenovelero comienza a disparar a diestra y siniestra predicciones acerca del futuro que aguarda a los personajes protagonistas, así como también los incidentes que introducirán un giro insospechado en la trama: «A Esther Sofía le van a llenar el ipod de música, mientras que a Caralampio lo van a meter preso porque agarró unos dólares de Cadivi y luego se hizo el sueco y no viajó. Eso por no mencionar a la desdichada de Teresita, quien sufrirá un Alzheimer precoz y no sabrá cuál de sus muchos amantes es el padre de su muchacho»,

11.- El postrero: El objetivo es ambicioso: impedir la comprensión de las acciones del último capítulo del seriado dramático, de manera que el telespectador no pueda contar al día siguiente a su grupo de amigos el modo como fueron castigados los villanos ni la recompensa que obtuvieron los protagonistas por su sufrimiento sin fin. De no existir esta maléfica técnica de saboteo, los gerentes de Dramáticos se quedarían sin excusas para justificar la prolongación, en pantalla y en horario estelar, de su malhadado bodrio.


12.- El kamikaze: Sin el menor temor a la muerte, el saboteador teleculebrero le confiesa a su consorte que la protagonista de la novela es una diosa, un hembrón, una verdadera mujer. En ese instante, ciertamente, se acaba cualquier expectativa por acción dramática alguna. Incluso por las escenas anodinas de esa otra novelucha que muchos llaman matrimonio.

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