lunes, junio 10, 2013

Cuando no estamos

No hay guerra psicológica más asquerosa, desde el punto de vista mentepollístico, que aquella que pretende hacer de nosotros la vera imagen del tedio y el aburrimiento. Y esto sucede cuando los falsos amigos se empeñan en convencernos de que las cosas se ponen buenas justo en el momento en que nosotros no estamos presentes.
Si acaso duda usted de la veracidad de este grave señalamiento, amigo lector, lo invito a observar el malsano placer que agita el rostro de los tales sujetos cuando recuerdan frente a nuestras narices los pormenores más escandalosos de la fiesta a la que no asistimos, pero también cuando comentan, ¡ay mal haya!, los resultados extraordinarios alcanzados en la reunión de trabajo a la que nos fuimos convocados o evocan las arrebatadoras pasiones vividas en ese polémico concierto del cual jamás seremos público.
No consigue uno entender como los amigos de toda la vida, esos predecibles sujetos que a duras penas sobreviven de la renta simbólica de viejas y frenéticas peas, puedan convertirse en apenas en una noche —justamente la noche de nuestra ausencia—en exultantes tarambanas que cantan a los cielos, al mejor estilo de los juglares medievales, la prez inmarcesible de sus horas de farra.
«¿Pero por qué no me llamaron, cuerda de canallas?», increpa con rabia la víctima excluida de los goces libertinos (o sea, yo). «¡Por supuesto que lo hicimos, hermanito querido! Lo que pasa es que tu celular es un pote y se la pasa fuera del área de cobertura», responde con cinismo la morralla de mis falsos amigos, esos que todos los fines de semana supuestamente me contactan, pero jamás me consiguen, porque yo, ¡pobre infeliz!, dizque nunca aparecezco en el radar de la diversión y mi plan de «éxito social» siempre se halla sin saldo. «Chamo, Vampiro, de pana que buscarte a ti es más difícil que convocar el alma de un vivo en el tablero de la ouija. Eres el antípoda de la rumba. Un loser. Vade retro».
La guerra psicológica, que sigue a tan cordial recriminación, consiste en describir la vida como un desmadre glorioso, como un cojeculismo épico y VIP, como una saturnal que hace palidecer a la mítica rumba de la película Proyecto X hasta reducirla a una pacata reunión de Barney y sus amigos. La existencia como una emisión sin interrupciones de Wild On, programa bandera del canal E! Entertaiment Television, donde los presentadores entrevistan a juerguistas que responden con alaridos histéricos o con un prolongado «coooooooooool», como si la persona que se atreviese a unir dos palabras (o peor aún: hilvanar una oración con sentido) debiese abandonar ipso facto el despelote.
Es difícil hurtar el cuerpo a la envidia cuando escuchas a tus amigos recordar su presencia en una fiesta alocada, desmesurada, que imita la apoteosis orgásmica y orgiástica de Jean-Baptiste Grenouille, el antihéroe de la novela El perfume. Una fiesta en cuyas atracciones no están invitadas la vejez, la fealdad o la celulitis. Una fiesta con alfombra roja y amplia cobertura mediática. Un guateque decadente donde se deja caer de improviso la controversial Lady Gaga para rifar un polvo entre los asistentes, o donde las niñas malas Rihanna y Lindsay Lohan no tienen reparos en protagonizar una pelea de barro con diminutos bikinis y con pícaros guiños lésbicos, donde las nuevas participantes del Miss Venezuela se entregan, sin perder un ápice de su glamur, a la voluptuosidad del perreo reguetonero. Insisto: ¿pero por qué no me llamaron, cuerda de canallas?
Pero hay algo peor: cuando la cosa trasciende el frívolo terreno de la rumba para adentrarse en los predios más vitales de la vida cotidiana. Entonces te dicen que el supermercado cercano a tu casa, ese local donde nunca consigues los productos regulados de primera necesidad, se convierte, apenas tú faltas, en un repentino emporio de harina de maíz, azúcar, caraotas, Nestum, pañales, toallas sanitarias y papel higiénico (incluso dejan que los clientes se lleven varios paquetes). ¿Por qué no me llamaron? Y te enteras también, de paso, que aquel viejo hospital municipal, allí donde siempre has debido llevar contigo las gasas, las jeringas y otros insumos médicos, fue transformado solamente por un día, y quizás por el acicate de tu no presencia, en la clínica con la más avanzada tecnología genética y molecular a escala mundial. Nada nuevo, en verdad, para los jóvenes ciudadanos de un país que gozó de fama internacional positiva justamente en el momento histórico cuando ellos no habían nacido.
Basta que uno no esté, para que no haya cola en la autopista ni empujones en el metro. Basta que uno no esté, para que el río Guaire recupere su prístino color plateado y en las películas del cine venezolano no se pronuncien groserías, no aparezcan personajes de malandro ni se desnude Mimí Lazo. Basta, en fin, que uno no esté, para que se obre el milagro.
¿Por qué no me invitaron?
¿Acaso será porque soy un mesías de la ausencia?

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