lunes, febrero 26, 2007

Un par de feos

Se atribuye a Stendhal un lapidario pensamiento: las mujeres demasiado bellas nos sorprenden menos el segundo día. Si esta escueta frase encierra algo de verdad, hay que reconocer que su contundente lógica parece cobrar aún mayor fuerza, al momento de pensar en cada una de las ilustres integrantes de la constelación de antiguas beldades del mundo; míticas féminas sacrificadas en la pira del tiempo, que todo lo consume.
Pienso en esto cuando leo el despacho informativo que da cuenta del más reciente descubrimiento anunciado por los encargados del museo arqueológico de la Universidad de Newscastle: la recuperación de un par de monedas de plata, acuñadas en el año 32 AC, cuyos relieves ponen al descubierto el espantoso rostro de la, hasta hace muy poco tenida por hermosa, reina Cleopatra.
“La imagen popular que tenemos de ella es la de una mujer bellísima y adorada por los políticos y generales romanos. Su relación con Marco Aurelio se ha romantizado. Pero las monedas confirman recientes investigaciones, que sugieren que había mucho más en ella que su físico. Cleopatra es representada con una nariz larga y afilada, barbilla pronunciada y labios escasamente sensuales. Marco Antonio, luce ojos saltones, nariz aplastada y cuello robusto. El doble mito acaba de romperse”, relata Clare Pickersgill, trabajadora de la institución, con la fruición que sólo puede experimentar una dama cuando se refiere a la fealdad de otra compañera de especie.
Queda pues al desnudo la falsa gloria de la princesa egipcia de sangre macedónica, que si bien en vida pudo jactarse de haber abatido el espíritu marcial del general Cayo Julio César, hoy la ciencia nos aclara que dicho episodio histórico tuvo lugar gracias al desparpajo con el cual Cleopatra salió de un tapete enrollado, para desconcertar a los varones romanos con su mirada estrábica, su dentadura rala, y ese bozo decididamente seductor.
Lo que falta es que este notable equipo de científicos profundice sus investigaciones, entre arqueológicas y numismáticas, para determinar que el poder de Sansón provino de su calvicie, que el filisteo Goliat en realidad era un pigmeo, que el poeta Homero jamás estuvo ciego y que París originó la guerra de Troya por no dejar que le zamparan como esposa a la horrible princesa Helena. Y para ello, estos resueltos sectores desmitificadores cuentan con la suerte de que, como bien señaló Stefan Zweig, nadie sabe callar como los muertos.
Ya Javier Marías, en un artículo publicado en marzo de 2005, nos advertía sobre los ladrones de cenizas. En esa oportunidad, en su zona fantasma, el novelista español escribió: “El trato con los muertos ofrece innumerables ventajas: es gente que no se enfada, no protesta, no desmiente, no nos afea nuestra conducta, una delicia de gente mansa. Por eso sorprende tanto que los medios de comunicación no estén prevenidos contra tanto testimonio retrospectivo y casi siempre escandaloso, incluidos los de muchos biógrafos pretendidamente serios y exhaustivos”.
Pero el trabajo ya está hecho, y Cleopatra y Marco Antonio, desprovistos ambos de su influjo encantador, son a lo sumo un par de feos. No se diga más. Tan feos como esos amantes del cuento de Mario Benedetti, que se aman en la oscuridad, que se acarician con ternura sus deformidades, que lloran en silencio hasta ver salir el alba.
Creo que Shakespeare lo intuía, y por eso puso en boca de su princesa del Egipto ptolemaico: “Los comediantes nos llevarán a escena y mostrarán Alejandría y nuestras fiestas; Marco Antonio será representado ebrio y yo veré cómo algún joven de voz chillona hace de Cleopatra”.

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jueves, febrero 15, 2007

De cómo convertirse en un gurú gerencial

Creo que ya es el momento de que nuestro país cuente con su primer gurú mundial en materia de gerencia y consultorías de negocios. Con gusto postularía mi nombre a fin de concretar tan noble e impostergable tarea, sino fuese por mi genética incapacidad para ocuparme de actividades profesionales que reporten beneficios económicos e incrementen el prestigio personal.
Sin embargo, no resulta descabellado pensar que aquel que deslució en sus días de jugador pueda brillar hoy como encargado de la dirección técnica. Y es que debo confesar que, de resultas de mis muchas horas como lector de literatura gerencial, he logrado identificar una suerte de recetario infalible para la elaboración de bestsellers de alcance global.
En primer lugar, el aspirante a gurú debe escoger un núcleo (mono) temático que a pesar de obvio no deje de parecer escandaloso. Un ejemplo de este principio queda cabalmente representado en la siguiente tesis estratégica: los gerentes no pueden vivir con la mamá (¿o que usted se imagina a la madre de Bill Gates advirtiéndole que no se marche para la oficina sin antes arreglar la cama?).
Una vez seleccionado el foco estratégico del éxito de ventas, es imperativo acometer la realización de una matriz multifactorial, la cual nos brindará la excusa ideal para anexar a nuestro documento como veinte flujogramas, treinta gráficos y cuarenta tablas comparativas (¡todo sea por aumentar el espesor del librete!). Para ello definimos dos ejes de análisis, los cuales deberán ser cruzados por obtener así los denominados cuadrantes tipológicos (¿tipo qué? Tipológicos. ¡Chanfle Chapulín!).
En nuestro ejemplo, el primer eje sería “vivir con la madre/vivir aparte” y el segundo “gerente/subordinad0”. Los cuadrantes tipológicos arrojarían las siguientes categorías: el líder autorrealizado (gerente con pleno dominio de su vida, que vive solo o con su nueva familia), el líder edípico (gerente que no ha logrado romper el vínculo materno-filial, y por lo tanto no ha superado sus referentes de autoridad), el líder emergente (subordinado que con esfuerzo económico ha conseguido rentar su propio techo) y el pelabola (subordinado que proactivamente le ha tocado dormir en casa de su madre, ya que la otra opción es un banquito de plaza).
Concluida la matriz, el pichón de gurú deberá apropiarse de una figura geométrica. El famoso profesor de Harvard Michael Porter tomó, en su debida oportunidad, un rombo de lo más sencillo, para después rebautizarlo bajo el pomposo rótulo de “diamante estratégico”. Los teóricos de la “calidad total” adoptaron un círculo; mientras que el psicólogo social Abraham Maslow escogió una sencilla pirámide y la denominó “jerarquía de las necesidades”. Lo importante aquí es quedarse con un polígono de fácil recordación para los lectores; uno cuyo nombre quepa en una lámina de Power Point. No se le ocurra ponerse a trabajar con un dizque “paralelepípedo sinérgico”. ¡Por favor! Agarre consejo...
Nunca está demás concebir dos o tres indicadores de desempeño, que deberán acompañarse con sus respectivos test de calidad y sus cronogramas de implantación; este valor agregado cubrirá las expectativas de aquellos bajos espíritus que gustan regodearse con lo algebraico cuantitativo. Finalmente, si usted es uno de los especímenes autodenominados perfeccionistas, pues déle rienda suelta a su estructura psíquica obsesiva con la creación de dos “efectos” (dominó, carga la burra, etc.) y dos síndromes (de Estocolmo, de Transilvania, etc.) aplicables a una organización.
No se ponga barreras. El cielo es el límite. Ya lo dijo ese gurú de la literatura francesa, Víctor Hugo: “La razón es la inteligencia en ejercicio; la imaginación, la inteligencia en erección”.
Sin embargo, mucho le agradecería si se abstuviese de culminar su inminente bestséller con el infortunado título de “La culpa es del vampiro”.

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jueves, febrero 08, 2007

A la piñata debemos...

Visto bien, lo políticamente correcto tiene algo de cancerígeno: Más que avances, parece hacer metástasis. Su totalitarismo bonachón, vanguardista y multicultural invade todas las manifestaciones del quehacer humano, en procura de contundentes reivindicaciones simbólicas, de nuevos e inaplazables cambios gatopardianos.
De su largo y robusto brazo no escapan siquiera las fiestas infantiles, malogrados espacios de convivencia que urge recuperar de la oscura noche de la barbarie. Y es que no habrá hombre nuevo sin niño nuevo. Por ello, resulta imperativo erradicar de nuestras costumbres la salvaje práctica de andar celebrando cumpleaños con el apaleamiento de piñatas repletas de juguetes y caramelos; porque lo moderno, lo decente, lo verdaderamente edificante, es la entrega de cotillones a todos los chicos convocados al jaleo.
La nuez del planteamiento estriba en el carácter violento de la ceremonia. La piñata es el eco lejano de la caverna primitiva, la exaltación de la jauría linchadora, el vil incentivo a la competencia entre hermanos, el mecanismo de socialización de la cultura del botín. Mientras que el cotillón simboliza, en contraste, el combate a fondo contra la desigualdad, la renovada apuesta por la justicia social, la repartición equitativa de los recursos, la eliminación de ganadores y perdedores.
Sin embargo, para los incomprendidos padres la piñata significa la única posibilidad de vengarse de ese dinosaurio de dudosa sexualidad conocido como Barnie, de esos promiscuos empiyamados que se hacen llamar Bananín y Bananón, de esos inclasificables seres con dificultades psicomotoras que son los teletubbies; en fin, de cobrar merecida vindicta de todo el montón de insoportables seres imaginarios que secuestran sus televisores y les impiden mirar sus programas preferidos. Los mismos que quincenalmente le entran a palos a sus menguados ingresos, vía adquisición de juguetes y peluchitos.
Además, vamos a estar claros, a qué viene tanto aspaviento. Los niños casi ni participan en las piñatas. Son las madres y las abuelas quienes se lanzan desesperadamente al suelo tan pronto cae el despanzurrado monigote. Son ellas, y no otras, quienes no tienen escrúpulos a la hora de empujar al carricito de al lado con tal de no dejarse arrebatar el pito o la pistola de agua.
Puede que el padre venezolano nunca le haya enseñado a sus hijos a pescar, como dice que suelen hacer los sabios progenitores asiáticos; pero no cabe duda de que desde temprano los han instruido en el milenario arte de apalear y saquear una piñata. Y esa destreza, ese know how, vale oro en un país como el nuestro. Una tierra de gracia “bendecida” con la quintaesencia de las piñatas: el petróleo.
El cotillón es la negación de nuestra idiosincrasia. Es el comunismo convertido en papelillo y confeti. Un gato que intenta hacerse pasar por liebre al ritmo de Xuxa y las payasitas Ni Fu Ni Fa. Sería una lástima caer en su engañoso igualitarismo, y negar el milagroso hallazgo del historiador holandés Johan Huizinga: que el homo sapiens es por sobre todo homo ludens.
No creo que la piñata sea el principal adversario de la modernidad. Me parece un ataque exagerado. Es tan sólo un juego. Sin embargo, hay que admitir que para eso nació: para recibir palo por todos lados, inclusive aquellos propinados por los campeones de lo políticamente correcto; esos oscuros personajes a quienes no les ha sido dado conocer lo que bien sabía Baudelaire: “La vida sólo tiene un encanto; es el encanto del juego”.

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jueves, febrero 01, 2007

No eres tú, es él

Ahora los amantes también tienen su sicario. Un verdadero profesional del adiós. Uno que despacha a sus víctimas con la suavidad de las palabras. Le llaman el Terminator: un mensajero que alquila sus habilidades histriónicas y discursivas, a fin de llevar a cabo la siempre dolorosa ruptura de relaciones afectivas. Porque, como bien nos advierte un chiste muy extendido, a partir de cierto punto ya no es amor, sino incesto.
La explicación de este novedoso servicio nos la da el mismísimo propietario del negocio, el alemán Bernd Dressier: “Sea en Londres o en Bogotá, Munich o Buenos Aires, a todos nos pasa un poco lo mismo. La mayoría de nosotros, cuando decidimos terminar con una relación, no queremos continuar con nuestra ex pareja, ni como amigos ni como nada. Por eso, a cambio de un poco de dinero, una persona, el Terminator, va a la casa de la media naranja y le informa que todo se acabó”.
El empresario señala que en aquellos casos en los cuales haya existido una convivencia hogareña, el Terminator ofrecerá, a manera de valor agregado, la posibilidad de trasladar los efectos personales del cliente hasta el nuevo domicilio. De esta manera, queda anulado cualquier intento de victimización o manipulación psicológica planeado alevosamente por el otrora objeto del deseo.
“El servicio ya está disponible en cinco idiomas. El Terminator tiene la capacidad de brindarle al infortunado o infortunada las razones que justifican la separación, y de seguidas ofrece un conjunto de opciones para la finalización de la relación. Todo es transparente. No nos enriquecemos con la miseria ajena. Nosotros sólo somos los mensajeros”, comenta Dressier.
Siempre ha sido abundante el catálogo del abandono. Seguramente cada uno de nosotros se ha topado, a lo largo de su vida, con dos o tres explicaciones que buscan dar debida cuenta del porqué lo que soñábamos eterno no llegó a conocer siquiera dos primaveras.
En la cúspide del ranking de justificaciones campea la popular frase “no eres tú, soy yo”, seguida muy de cerca por las ya clásica “necesito mi propio espacio” y “estoy confundido (a)”. Sin embargo, la más despreciable del acervo es aquella que ensalza nuestra supuesta nobleza e inteligencia, para luego concluir invariablemente diciendo: “Tú eres demasiado... (Ponga aquí la palabrota de su preferencia). Yo no te merezco”.
Un personaje de Javier Marías asegura que “el sexo es el lugar más seguro”. Sin embargo, la experiencia cotidiana nos indica que el amor y la atracción física son subyugantes manifestaciones del poder, y como tales están sujetos a períodos de normalidad, pero también de sacudidas, de sobresaltos. También el corazón sabe de insurrecciones.
Lo amoroso como un dominio inestable; como un reino cuyos ciudadanos se ven amenazados, tal vez sin saberlo, por la advertencia formulada, tiempo ha, por ese gran estudioso del poder, Aristóteles: “Todos los gobiernos mueren por la exageración de su principio”. O lo que es lo mismo: mañana te botarán por la misma razón por la cual hoy te aceptan. Tú lo iniciaste. Tú lo terminas.
Y es que como escribió Oscar Wilde, en la Balada de la Cárcel de Reading: “Todos los hombres matan lo que aman / que lo oiga todo el mundo / unos lo hacen con una mirada amarga / otros con una palabra zalamera / el cobarde con un beso / ¡el valiente con una espada!”.
Y el penoso, apuntamos nosotros, con un Terminator.

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