jueves, diciembre 28, 2006

¡Un feliz año pa´ti!

Nada se parece más a una ginkana que los minutos finales de un año. Sucesión de angustiantes segundos que apenas nos alcanzan para cumplir con éxito el variopinto programa de ritos y supersticiones que, según los relatos populares, nos franquearán los caminos de salud y prosperidad anunciados por las doce campanadas.
Gracias a esta lúdica atmósfera es que podemos explicarnos el oculto sinsentido que guía los actos de todas aquellas personas que bien no terminan de voltearse la ropa interior de color amarillo (aunque siempre habrá quien opte por usarla roja rojita) cuando arrancan, en veloz carrera, rumbo a la mesa festiva, a fin de tomar de ella una docena de uvas; simbólica cantidad que deberá ser engullida a medida que se formula la lista de deseos de rigor, entre los cuales curiosamente no figura la nunca tan oportuna petición de no fallecer asfixiado por atragantamiento. Y a ello se añade, a manera de ornamental guinda, la sentida declamación, por parte del patriarca del grupo familiar, de los inmortales versos del poema Las uvas del tiempo de Andrés Eloy Blanco: "Madre, esta noche se nos muere un año. En esta ciudad grande todos están de fiesta...".
Una vez satisfecho el desafío, es menester redoblar el ánimo y aguzar la mirada a fin de superar otra prueba de ardua concreción, especialmente en estos tiempos de control de cambio y prohibitivo mercado negro. Dicho reto consiste en la búsqueda afanosa de unos cuantos dolarillos que hagan nido en las manos de los participantes mientras el año moribundo exhala su aliento postrero; el objetivo no puede ser otro que garantizar la presencia, en el seno de sus respectivos hogares, de un minichorro petrolero que dure todo, todito, el 2007.
Llegados a este punto quien esto escribe se siente en la imperiosa necesidad de recordarles, a esta clase de sujetos, que la cantidad de moneda extranjera a empuñar en altivo gesto nuevorriquista no debe exceder la cuota fijada por las autoridades de Cadivi, so pena de ser castigados con la imposición de una multa de diez mil unidades tributarias y la observación forzosa, por espacio de cinco horas continuas, de los mensajes navideños del Seniat y del video de “La gaita eructopéyica”, versión umplugged, grabado en los estudios del Osito y la Catira por el flamante gobernador de Carabobo, general Luis Felipe Acosta Carlez.
Pero no olvidemos que los segundos prosiguen con su inmisericorde avance, y, por lo tanto, no hay mucho tiempo que perder. Por ello, los participantes tienen que abocarse, sin mayores dilaciones, al cumplimiento de la tercera estación del exigente circuito de fin de año. En esta ocasión, los ganadores de la prueba serán aquellos individuos que logren traspasar el umbral de la puerta portando una maleta llena de ropa para luego regresarse. El objetivo: asegurar por lo menos la realización de tres viajes al exterior, de preferencia a países heridos de muerte por las diabólicas fuerzas del capitalismo salvaje y la globalización. Es importante señalar que si usted incurre en el error de llenar las maletas con periódicos y revistas dominicales a lo máximo que podrá aspirar es a que le regalen una Guía Turística de Valentina Quintero o de Elizabeth Klein.
Situados en este punto, deseo efectuar una nueva pausa en este mi análisis científico. En esta ocasión, para recomendarles a todos esos amigos que nutren las filas de los desempleados, parejas en conflicto o arrimados sin techo propio, que por su seguridad se abstengan de salir con maletas, bolsas, koalas y/o loncheras de Harry Poter; no vaya ser cosa que cuando intenten devolverse se encuentren con una puerta cerrada por toda respuesta. Usurpando la voz de uno de los grandes del periodismo vernáculo: Después no digan que no se los dije…
Concluida la dura ginkana, los participantes acopian sus últimas fuerzas para entregarse al cálido abrazo en familia, a la vez que tratan de encontrar a las dos o tres neuronas sobrevivientes del tsunami de güisqui, ponche crema, pernil, hallacas y pan de jamón. Una vez localizadas las que creíamos desaparecidas, se procede a juntarlas para efectuar así la sinapsis necesaria para redactar, en perfecto e inteligible castellano de moviltexto, los mensajes electrónicos genéricos para amigos únicos e irremplazables, a saber: “T dco un bllo ano nuevo (y el remitente se pregunta: ¿se tratará de una indirecta o es que su teclado no tiene “ñ”? ¿Cono, cómo saberlo?)” “Q el ano q llega (¿Por qué extraña circunstancia los anos sólo llegan en diciembre?) colme tu ksa de bndiciones y spranzas x siempre”. Nosotros, por nuestra parte solamente atinamos a desearles que se inscriban en un cursito de redacción.
Finalmente, toca el momento de plantearse los buenos propósitos que alcanzaremos en el tiempo recién iniciado. Uno clásico es el de la dieta estricta que no conocerá ni dulces ni de frituras. Otro bastante trillado tiene que ver con dejar el cigarro o la bebida. No faltará quien, excitado con esta suerte de torneo de mentiras, se anima a prometer que nunca más le será infiel a su pareja. Mientras yo, para que no me tilden de aburrido, accedo a participar de este juego colectivo y expreso mi deseo de culminar mi primer libro y seguir borroneando semanalmente estos disparates, a ver si consigo la tan ansiada disciplina de escritor.
Para todos los lectores que honran con su presencia La Hora del Vampiro lo mejor de lo mejor en el ya inminente 2007. Y aunque hacer distinciones entre amigos siempre resulta odioso, y es una indiscutible señal de mal gusto, preciso saludar a quien ha sido mi principal interlocutor: al pana Inocencio. Gracias Inos, por tu constancia en los post.
Deseo finalizar el 2006 con la trascripción del poema Vete año viejo del brasileño Affonso Romano de Sant´Anna, de cuya existencia supe gracias a otro amigo del alma, Luis Yslas. Un abrazo a todos y gracias totales.

Vete, año viejo, vete de una vez,
vete con tus deudas
y tus dudas, vete, dobla la ex-
quina de la suerte, y el treinta y uno,
a la medianoche, vacía el vaso
y la culpa de lo que ni recuerdo
y que me clavó entre
enero y diciembre.
Vete, llévate todo: destrozos,
huesos, fotos de presidentes,
besos de actrices, inundaciones,
sequías, suspiros, diarios.
Vade retrum, atrás,
llévate a la oscuridad
a quien me robó el auto,
la casa y el corazón.
No quiero verte más,
sólo dentro de muchos años,
en los anales,
en las fotos del nunca más.
Ven, Año Nuevo, ven rápido,
ven en cuadrigas, aladas antiguas
o en chorros de luz moderna, ven,
detente, desciende, habita en nosotros,
ven con cavalhadas, folias reisados,
cintas multicolores, rebecas,
ven con uvas y miel y despierta
en nuestro cuerpo la alegría,
abre las puertas del alma, de la poesía,
y por un instante, detén
el verso real, perverso,
y sacia en nosotros el hambre
de utopía.

viernes, diciembre 22, 2006

Volver al burdel

Lo sabido: la globalización amenaza con eliminar las respectivas identidades nacionales. Su efecto devastador se nota particularmente en nuestra cinematografía, la cual ha perdido sus voces primigenias en aras de un insulso y trasnochado cine de arte y ensayo.
De la noche a la mañana una cáfila de directores alienados y esnobistas intentan acabar con nuestra única contribución al séptimo arte universal: el burdel. Se afanan en hacernos sentir culpables por tanto “Pez que fuma”, por tanto “Macu, la mujer del policía”, por tanto “Secuestro express”, por tanto “Sicario”. Nos llaman impíos, y proponen salvarnos de tanto mal gusto con un aséptico cine de autor, diabólico engendro que nos ha regalado piezas como “Oriana”, Miranda”, “Desnudo con Naranjas”, “Elipsis”, “Mecánicas celestes”, “Jericó”, “La generación Halley”, “La pequeña revancha” y “Operación Chocolate”.
De suerte que los venezolanos hemos sido despojados, de manera arbitraria, de nuestros íconos cinematográficos. Arquetipos tales como la prostituta celulítica, el policía drogo y matraquero, el jíbaro benefactor de barriadas populares, el recluso diestro en el manejo del chuzo, los borrachitos apasionados al dominó (el juego ciencia del tercer mundo, decía Juan Nuño), el sicario parrandero y jugador, la esposa “montacachos” y el “macho-men-todo-terreno” ya no están entre nosotros. Nos los han quitado. Han sido sustituidos por personajes pusilánimes y dubitativos, seres que se debaten entre nobles ideales y sentimientos sublimes. Y nosotros nos preguntamos: ¿Dónde está la envidia y la lujuria pedestre y subalterna? ¿Dónde está el incitador vallenato y la venerable rockola? ¿Qué hicieron con la puñalada trapera a la mujer infiel y el cacho al marido irresponsable? ¿Quién decretó la muerte de riñas y redadas? Pero, por sobre todo, y a santo de qué, nos convirtieron a Daniel Alvarado en un militar de la Guerra Federal, débil y enamorado.
Creo que toda esta aberración, toda esta negación a nuestra dorada historia, comenzó con la inauguración de las salas de arte y ensayo, en las cuales se niega el acceso a nuestras obras de culto, y se le da puerta franca y sitial preferencial a las películas de directores cuyo únicos méritos son haber nacido en lugares ignotos, tener apellidos impronunciables o el no haber plenado nunca una sala de proyección, como sí lo hizo nuestro inmortal Román Chalbauld con su inmortal “Carmen la que contaba dieciséis años”.
Otra causa es, sin duda, la creciente tendencia a la elaboración de guiones de “ruptura”. Los sacerdotes de esta nueva religión no sólo se conforman con anular la presencia de la novela rosa en la pantalla chica, sino que también aspiran desterrar al lupanar nuestro de cada día de la pantalla grande. Estos seudoliteratos, que acostumbran reunirse en simposios y encuentros internacionales, para revestir de cientificidad y prestigio intelectual su atávico resentimiento contra la excelencia, impulsan el proceso de confiscación del auténtico cine venezolano.
También hay que mencionar, en esta improvisada etiología, el efecto perturbador del divorcio del “Puma” José Luis Rodríguez y Lila Morillo. Este impasse sentimental frustró la exitosa carrera de la cantante de “Coco loco” y “La jaula de oro”, e hirió de muerte al soundtrack tradicional, dejando el espacio libre para Servando y Florentino, quienes no han sabido, o no han querido, estar a la altura de la diva maracucha. La existencia de “La primera vez” y “Muchacho solitario” corroboran con creces la anterior afirmación.
Igualmente, hay que denunciar la creencia, falsa e injuriosa por demás, que señala un supuesto envejecimiento del star sistem venezolano. Basta realizar un “exit poll” en los más destacados consultorios de cirugía plástica para desmentir esta calumnia, y convencerse de que esta constelación de estrellas se encuentra más estirada y siliconizada que nunca.
La guinda del pastel la conforma la organización de ciclos sobre cinematografías foráneas. Películas chinas, tailandesas, rusas, paquistaníes, libanesas y hasta maracuchas han sido expuestas para deleite de devoradores de cuerpos culturales de periódicos, fatuos estudiantes de Audiovisual e intelectuales de contraportada. Esta lamentable realidad es muchas veces ensalzada y deificada por cronistas cinematográficos cuya verdadera especialidad es decir ¡guácala! y ¡recontrafuchi! Al escuchar nombres tan sonoros como Román Chalbauld, Clemente de la Cerda y Mauricio Wallerstein.
Toda esta barbarie ha sido apuntalada por la directiva del Consejo Nacional de Artes Cinematográficas (CNAC), instancia burocrática que funge de mecenas de la nueva (de) generación de realizadores nacionales. A la hora de repartir dinero a proyectos ayuno de lo positivo venezolano no les gana ni el Kino Táchira. En su seno se aprueban presupuestos para películas, cortos y documentales contaminados de una malentendida originalidad. No es descartable que esta condenable Intifada en contra del genuino cine nacional sea financiada por agentes camuflados del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y los productores de Hollywood, incrustados en los centros de poder, e interesados en tergiversar y/o desnaturalizar nuestra presencia en el plató mundial.
Y así como Joaquín Sabina se preguntó quién le había robado el mes de abril, nosotros nos preguntamos quién nos robó el burdel, el aguardiente y la coprolalia. ¿Para qué nos sirve contar en el elenco estelar con Rudy Rodríguez, si ella no muestra ni el lóbulo de la oreja? ¡Devuélvannos entonces a Haydee Balza y a Elba Escobar, que ellas sí ofrecen su cuerpo desnudo al mágico festín de la imagen, mostrando incluso hasta sus preferencias electorales! ¿Qué utilidad nos reporta un Miguel Ángel Landa desprovisto de su proverbial abyección y ruindad, bien como comisario de la saga “Cangrejo”, bien como marginal poseso de pasión? Entonces, ¡también regrésennos a nuestro policía preferido! ¿Cómo demonios explicar a nuestros descendientes la metamorfosis experimentada por Daniel Alvarado, quien renunció a la obscenidad como medio de expresión para abrazar un castellano que ni Lope de Vega?
Hasta la risa nos quitaron, al lanzar al trastero de la historia a Rumildo detective privado, impecable versión local del flemático y siempre distante Sherlock Holmes. Idéntica suerte corrió ese nuestro James Bond venezolano, el comisario Gumersindo Peña, sabiamente interpretado por Pedro Lander (ahora diputado revolucionario) en “Colt Comando”. Y qué decir de las chicas Peña. En fin, qué han hecho con nuestra mala edición y “pior” sonido tan bien exhibidos en comedias como “Domingo de Resurrección”,”Agua que no has de beber” y “Cóctel de secretarias”.
Se impone una cruzada por el rescate de lo nuestro. Se impone el viaje a la semilla, el retorno al burdel. Debemos poner en su lugar a tanto charlatán subsidiado por el Estado, ese mismo Estado a quien traicionan en forma pública, notoria e impúdica. Expulsémoslos del templo, arrojémosles en sus rostros los espejitos con los cuales pretendieron trocar nuestra identidad y convertirnos en pobres transculturados.
¿Por qué no obligan a Martin Scorsesse y Brian De Palma a renunciar a sus películas de mafias y de gángster? ¿Por qué no compelen a Quentin Tarantino a traicionar su culto a la violencia y el humor negro? ¿Por qué no emplazan a Adrian Lyne a no rodar películas de abstruso erotismo?
Ya es hora de que estos autoproclamados salvadores respondan al país, que aclaren por qué retiraron de los créditos los nombres más queridos y sentidos del cine nacional, por qué la palabra fin se cierne, amenazante, sobre nuestra pantalla colectiva.
¿Por qué no se van a adecentar el cine búlgaro, ya que tanto les gusta?
To be continued…

jueves, diciembre 21, 2006

El compadrazgo irresponsable

Mucha tinta se ha gastado en Venezuela en estudios sobre la repercusión social de la paternidad irresponsable. En cambio, poco se ha dicho, poco se ha reflexionado, sobre los efectos deletéreos causados por aquellos sujetos que un buen día, acaso involuntariamente, terminaron por incumplir el compromiso de vida contraído a los pies de una pila bautismal. Sin embargo no son estas unas líneas de condena.
El soltero que se quiere consciente pasa sus días tratando de llevar una madura sexualidad, administrando el deseo, y también las muchas pasiones, a fin de evitar embarazos no deseados. Pero la vida pasa y los amigos se casan, se arrejuntan, tienen muchachos. Entonces les da por hacerte padrino. Y tú comienzas por echar el agua y terminas por echar la vaina.
Creo que las madrinas son más responsables, por lo menos ese es el dato que parece arrojar una investigación informal que he realizado en algunos hogares de la ciudad capital. Ellas sí lo conocen todo sobre su ahijado: qué edad tiene, cuándo cumple años, cuántas vacunas le faltan Inclusive conocen hasta cómo se llama… En verdad son unas bárbaras.
El padrino, a sabiendas de que el populismo es la viagra de la popularidad, intenta a menudo compensar sus ausencias con operativos de entrega de Barbies y Max Still o con visitas relámpagos a ferias de comida rápida. Y cuando su conciencia le recrimina sus intermitencias en la palabra empeñada, apela, sin más, al manido razonamiento según el cual lo importante no es la cantidad de tiempo sino la calidad de tiempo (muchas veces la expresión trade off suena como a traidor). En fin, ¡que para algo tenían que servir las pacientes lecturas de manuales de autoayuda!
En ocasiones me pregunto si existirá un complejo que exprese en toda su dimensión la carga psíquica registrada en la relación padrino-ahijado. Ya se sabe que el de Edipo signa el vínculo madre-hijo; y el de Electra simboliza el parentesco padre-hijo. Acaso sea cosa de revisar a fondo la mitología griega, la cual a ratos se asemeja a una telenovela de Delia Fiallo -tal es su truculencia-, con el objeto de identificar la figura que nos sirva como paradigma. Aunque, a primera vista, parece que el único complejo existente es la frustración permanente que arrastra el niño al no poder contar con un sólido referente masculino.
Pienso en todo esto al leer una entrevista realizada a Alejandro Moreno, psicólogo y sacerdote salesiano. Nos dice el fundador del Centro de Estudios Populares que en Venezuela la figura del padre no es necesaria para dotar de sentido el mundo afectivo de los integrantes del hogar. El hombre, cuando está presente, a menudo cumple únicamente funciones de ayuda externa.
“La familia popular venezolana se caracteriza por tener sólo dos componentes: madre e hijos. Esta realidad determina que deba hablarse de una estructura de tipo matricentrista, lo que para efectos explicativos puede definirse como un orden familiar donde la madre es la figura encargada de presidir los procesos afectivos, actuar como centro de las relaciones de parentesco, y llevar a cabo la tarea de socializar a los hijos”, comenta el especialista.
Ojalá no sea tarde para revertir esta realidad. Los padres poseen una responsabilidad que no pueden evadir. Los padrinos, última malla de seguridad, tienen por su parte un compromiso que tampoco deben desatender; todo ello sino deseamos que todas estas omisiones nos cobren el mayor de los precios: la ausencia de lo mejor masculino, de una voz que siempre ha mezclado, en sabias proporciones, al niño, a la mujer, al hombre.
Hay que actuar ya. No podemos confiarnos en el tiempo que todo lo soluciona. No hay que olvidar la advertencia de Héctor Berlioz: “El tiempo es un gran maestro. Lo malo es que va matando a sus discípulos”

jueves, diciembre 14, 2006

Si es secreto, no es su amigo

Es un error frecuente pensar que las instituciones de un país únicamente están compuestas por las organizaciones surgidas de la sociedad civil o por las estructuras burocráticas encargadas de dar vida a los poderes públicos. Basta ampliar la mirada para darse cuenta de que existen hábitos, costumbres, inclusive manías, que han logrado inscribirse a fuego en el genoma de los pueblos hasta llegar a convertirse en auténticas señas de identidad.
Sin embargo, no todas las instituciones son buenas. Tal es el caso de la afamada institución decembrina denominada el “amigo secreto”: pavoso juego de carácter colectivo, celebrado entre individuos destinados a tolerarse en ambientes sociales de convivencia forzada (como, por ejemplo, unos compañeros de oficinas o unos estudiantes de una sección específica), con el propósito de fortalecer un supuesto espíritu de camaradería y hermandad existente entre ellos.
En teoría, el juego es democrático. Es decir, nadie está obligado a participar. Pero le recomiendo que no se ponga creativo y rechace la invitación de la patota, ya que la acusación más liviana que caerá sobre usted será la de “rompegrupo” o “saboteador de la cultura corporativa.
La dinámica es la siguiente: el nombre de cada participante se anota en un papelito, el cual debe ser doblado de manera enfermiza, para luego ser depositado en una bolsita. Una vez cumplido este ritual, los asistentes proceden a efectuar el sorteo del amigo secreto; un acto administrativo que, visto bien, resulta nulo de toda nulidad, por efectuarse sin la presencia de un notario o de un observador de la Unión Europea , y al margen de mecanismos fiscalizadores como máquinas captahuellas y auditorías en caliente. ¡Ojo con esto Tibisay!
El participante en este tradicional juego venezolano, cual visitante del infierno dantiano, deberá perder toda esperanza, pues la mayoría de las veces la mano inocente escogerá como amigo secreto al enemigo público número uno, ese odiado sujeto que se ha encargado de ponerle zancadilla tras zancadilla y, de paso, difamarlo en toda la empresa. Pero mejor es no quejarse, ya que siempre se puede estar peor. Esto es, puede tocarle regalarle al jefe; una jugarreta del destino que lo convertirá en el único desgraciado que comprará un obsequio costoso. Eso en caso de que no se desee engrosar las nutridas filas del desempleo…
Llegados a este punto, las condiciones están dadas para iniciar la infaltable campaña de intriga y despiste característica del juego. Para ello cada jugador procederá, cual miembro de una célula terrorista, a dejar paqueticos sorpresa en el escritorio de su respectivo “amigüito”. Ganas de sembrar droga o espolvorear burrundanga de seguro no le faltarán a nadie, pero no es conveniente ceder a tan bajos instintos. Hay que limitarse más bien a dejar un anónimo, preguntando, como si de un disfrazado de negrita carnavalera se tratase: ¿a qué no me conoces?
Lamentablemente, como todo lo bueno que la vida nos depara, el juego del amigo secreto toca a su fin. Para ello es menester organizar una fiesta que sirva de magno escenario al intercambio de regalos, emotiva ceremonia donde usted se sentirá, por enésima vez, digno sucesor de nuestros aborígenes timotocuicas, esos pobres seres, que, abandonados de Dios, entregaban oro a los españoles para recibir espejitos. Y es que si usted quiere un buen regalo mejor entiéndase con Santa. ¡Jo jo jo!
En fin, la dura realidad me ha demostrado que en ocasiones no se cumple aquella máxima de la polemología (o estudio científico de la guerra), según la cual el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Sin embargo, ha sido también esa misma realidad la que me ha enseñado que lo verdaderamente cierto, en medio de este trajín decembrino, es que el amigo del amigo secreto siempre será mi enemigo.
Porque ya lo dijo Gonzalo Torrente Ballester: “No hay peor soledad que darse cuenta de que la gente es idiota”.

jueves, diciembre 07, 2006

Confesiones de un cursi

Hay días en los que pienso que la diferencia entre lo romántico y lo cursi estriba en que lo romántico siempre se le ocurre a los demás, mientras que lo cursi invariablemente pertenece a mi autoría. Y es que basta que pronuncie el poema más excelso, o susurre el requiebro más apasionado, para que el arma de seducción, otrora invencible, comience a lucir su amellado filo.
En muchas ocasiones he presenciado cómo inteligentes y sensibles damas caen, transidas de placer, a los pies de unos sujetos que, en alarde de distinción y buen gusto, les dedican al oído sublimes melodías del tipo: “Tú eres mi cachorrita mamá, yo soy tu perro y vengo a morderte…” o “desnúdate mujer, que quiero ver también el aire que tú tienes cuando haces el amol (sic)”…
Pero basta que este servidor (para nada) le dedique a su enamorada algunas canciones de arrobado sentimiento como, por ejemplo, El día que me quieras, Loco, o, más recientemente, Tu amor me hace bien, de Marc Anthony, para que la fémina en cuestión grite en medio de la pista de baile: “Pero bueno ridículo qué es lo que te pasa. Si te vas a poner baboso y sádico me vas avisando, porque, lo que soy yo, arranco de aquí, triple feo”.
La suerte no me cambiará mucho si, apelando al Eduardo Galeno de El libro de los abrazos, me da por decirle a mi dulcinea: “No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta”; porque rápidamente un brusco codazo terminará por liberar mi atragantado gaznate. Y allí, magullado, reducido por la violencia de los amores contrariados, de nada me valdrá decir con Quevedo que “el alma su cuerpo dejará (…) más no su cuidado / serán ceniza, más tendrá sentido / polvo serán, más polvo enamorado”.
Porque además, si en un esfuerzo de creatividad, se me ocurre organizar una velada romántica al aire libre, seguramente mi amada no perderá la oportunidad de insinuarme el frío que tiene o el calor que la agobia, cuando no directamente me comunicará su malestar por las plagas que no paran de molestar, o por las chicharras que, desde lo alto de los árboles, no dejan de miccionar. Aunque para ser sinceros, y aquí entre nos, yo también ando en eso. Sólo que lo hago fuera del perol.
Confieso pues que he sido un cursi, y que si por ello jubilaran, este diciembre estaría cobrando tremendo aguinaldo. Y es que he llevado serenata y regalado flores; he pintado grafittis y dedicado canciones; he obsequiado cachorritos y comprado franelas iguales. Casi puedo afirmar -¡vaya, quién lo diría!- que todo lo he hecho por amor, y sin embargo nada de ello me ha servido para conquistar a mi princesa.
Definitivamente, el gen del romanticismo no forma parte de mi ADN. No tengo ese don. Desconozco por completo la gramática de la seducción. No sé dónde van los acentos. No sé dónde poner las comas. Como los estudiantes piratas, todo lo escribo en mayúsculas. Comparto con dolor las palabras de aquel oscuro poeta francés citado por Antonio Lobo Antunes: “El amor es un verbo imposible de conjugar dado que el pretérito no es perfecto, el presente es poco indicativo y el futuro condicional”.
O mejor aún, siguiendo la declinación verbal propuesta por el inmortal Don Mario Moreno, Cantinflas: “Yo amé, tiempo pasado; yo amo, tiempo presente; yo amaré, tiempo futuro; yo amo sin ser amado, tiempo perdido”.

viernes, diciembre 01, 2006

Entre la risa y la mueca

Mientras que el Consejo Nacional Electoral y los medios de comunicación social casi reparten condones y pastillas anticonceptivas al pueblo para poderlo convencer de que este domingo 3 de diciembre el país no celebrará unas elecciones presidenciales puras y simples, sino que disfrutará de una alocada megarrumba de civismo y democracia, del tipo Wild On and Caribean Sex, los venezolanos han optado por vaciar los anaqueles de los supermercados, en verdadero frenesí de compras nerviosas. Lamentable, como dice Fernando Savater, “no hay tontería que no cree escuela”.
Lo más curioso es que ninguno de los miembros de esta marabunta, que en pocos días agotó las existencias de azúcar, pollo, pastas y aceite de maíz, siente miedo. Por el contrario, todos ellos afirman poseer una acendrada fe en el futuro de la patria de Bolívar, “toda horizontes como la esperanza y toda caminos como la voluntad”. Pero, por si acaso, nunca está de más guardar en la despensa manque sea tres laticas de atún y cuatro de sardinas. Porque como bien lo advirtió Galileo Galilei, el único chivo de la Historia que no se esnucó tras devolverse: E pur, si muove
De hecho, Carlos Carvalho, presidente de la Asociación Nacional de Supermercados (ANSA), informa en la prensa que en los grandes expendios de alimentos los productos de primera necesidad se agotan en menos de dos horas, y que inclusive algunos establecimientos han debido realizar diariamente hasta cuatro reposiciones de mercancía. Sin embargo, el operativo extraordinario no ha logrado evitar que las imágenes más frecuentes sean las colas cada vez más largas y los estantes cada vez más vacíos.
No con poco dolor descubro que mi anciano padre une su voz cascada al eterno coro de voces agoreras que instan a los protagonistas de la tragedia democrática venezolana, a saber ese congregado humano que han dado en denominar sarcásticamente como el soberano, a comprar comida.
El ejemplo ha comenzado por casa. Observo a mi padre llegar con unas grandísimas bolsas de mercado. Lamentablemente para nosotros, casi todo lo que ha adquirido, alimentos enlatados y refrigerados, vence el mismísimo 3 de diciembre, por lo que creo que ningún miembro del hogar Jiménez Moreno acudirá este domingo al centro de votación respectivo, ocupados como estamos en comernos a dos carrillos el inesperado bastimento. Y es que más sagrado que la democracia es, sin duda, el humano sustento (Caldera dixit).
De esta ola de compras nerviosas no escapan hasta los propios protagonistas de la contienda presidencial. No otra cosa significa la regaladera de dinero del teniente coronel Hugo Chávez, quien ya tiene en su haber como cuarenta misiones y un sin fin de piedras fundacionales, entre ellas la piedra fundacional del primer puente Tucupita-Shangai. No otra cosa significa la promesa de Ramón Rosales de repartir tarjetas de débito “Mi Negra”, con cargo a la inmensa riqueza petrolera, a desempleados y amas de casa.
Pero tenemos que afinar la vista, pues no se trata de un idéntico populismo. Uno de estos señores, sin ruborizarse por el minúsculo hecho de que domina todos los poderes públicos, cuenta con muchos militares rojo rojitos (“la admiración por la fuerza bruta es el menos viril de los vicios”, Chesterton) y además posee cuatro de los cinco rectores del CNE, nos recuerda, en alto tono, nuestra perenne condición de vasallos de su revolución totalitaria, engendro continuista frente al cual sólo puedo oponer la insorbonable dignidad de mi voto. Lo digo con toda la propiedad de quien figura en la lista del diputado Luis Tascón.
No intento convencer a nadie. Como comunicador estoy al tanto de todas esas pamplinas de la comunicación persuasiva. Al final de ese tortuoso y tupido camino sólo se levanta una gran verdad: La gente sólo ve y escucha lo que desea ver y escuchar. Sin embargo, mi conciencia liberal de opositor ontológico (creo que me opondría hasta a un hipotético gobierno conducido por mí) me obliga a dejar en estas líneas mi pesar por lo que puede sobrevenirle a mi país en pocas horas, aún a sabiendas de que como señala Marguerite Yourcenar en Memorias de Adriano: “Tener razón demasiado pronto es lo mismo que equivocarse”.
Deseo terminar este texto, que inició como risa y terminó como mueca, con un pensamiento de George Santayana: “No hay tiranía peor que la de una conciencia retrógrada o fanática que oprime a un mundo que no entiende en nombre de otro mundo que es inexistente”.