miércoles, abril 22, 2009

La técnica de la telaraña



De seguir las cosas como van, para conocer el futuro de nuestra querida tierra no tendremos necesidad de auscultar el ancho cielo y sus misterios. Simplemente nos bastará con repasar, con cierto detalle, algunos de los relatos autobiográficos de los escritores de la Europa del Este, intelectuales reducidos a padecer el incesante acoso de las dictaduras comunistas. En este sentido, el libro Tierra, Tierra de Sándor Márai (Salamandra, 2006) se nos revela como un acertado comienzo.
A la hora de describir la atmósfera totalitaria que envolvía a la Hungría colonizada por la Unión Soviética a partir de 1947, el excelso novelista nos dice: “Daba la impresión de que durante esos años una telaraña cubría la vida entera. Cada día esa tela se iba volviendo más tupida, más pegajosa. Todo eso no se sentía siempre de inmediato. Sin embargo, la Araña rusa secretaba cada día un hilo nuevo. Un día eran los libros de textos y las escuelas, otros las disposiciones acerca de las tareas comunitarias obligatorias (...) Quién no la ha conocido no puede imaginar cómo es la técnica de la telaraña. La Araña, mientras teje esos hilos que acabarán asfixiándolo todo, acaparándolo todo, trabaja en perfecto silencio. Lo que era natural ayer -la existencia de diversos partidos políticos, la libertad de prensa, la vida sin temor, la libertad de expresión individual- seguía existiendo al día siguiente, pero había perdido sangre y vigor”.
Más adelante Márai comenta que en las sociedades dominadas por el régimen soviético siempre había alrededor de cien mil personas que no eran revolucionarias pero que se aliaban con la Revolución por dinero, privilegios, ganas de protagonismo, vanidad, codicia o afán de venganza. Estos sujetos, a cambio de una parte del pastel de los dineros públicos, estaban dispuestos a traicionar y a delatar a todos los suyos.
Entre los proselitistas del comunismo ruso podían distinguirse tres tipos característicos: el progresista creyente, que tenía fe en la idea marxista a pesar de su repetido fracaso; el camarada cínico y agresivo, que reconocía que todo aquel discurso de redención social era sólo un excusa para el enriquecimiento de una minoría carente de la nobleza y el talento para merecerlo; y el intelectual neurótico, que temía adoptar ideas y posiciones ideológicas solitarias e impopulares.
“Yo no veía ninguna señal que me indicara el camino a seguir, ni en el cielo ni en la tierra. Todos los días ocurrían muchas cosas... Y un día me di cuenta con gran sorpresa de que algo me estaba ocurriendo a mí también: me di cuenta de que estaba apático. La apatía constituye un peligro muy grande. Es inmoral y atenta contra la vida. Yo nunca la había sentido. Había vivido y experimentado unas cuantas cosas a mí manera. Pero desconocía por completo la apatía. Miré dentro de mí, luego miré alrededor y me pregunté, muy sorprendido: ‘¿Qué ha ocurrido?’. Sólo más tarde llegué a comprenderlo: estaba apático, porque me aburrían la maldad constante y generalizada y la inmoralidad idiota y testaruda. No hay nada más aburrido que el crimen”, apuntó en su cuaderno de notas el autor de Confesiones de un burgués.
En los últimos días Venezuela ha asistido a una intensificación del poder despótico; un proceder pendenciero que viola preceptos constitucionales, adultera procedimientos judiciales (“quien busca justicia con demasiado empeño y dedicación, en realidad no busca justicia sino venganza”) y desconoce la voluntad popular expresada en comicios regionales. Nos advierte Márai que “el Terror es peligroso porque tiene miedo”. Acaso sea porque intuye, muy en su interior, que no será perpetuo.

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sábado, abril 18, 2009

Introduzca su clave



Aquel que carece de una clave de acceso no existe para el mundo moderno. Su negra suerte de paria tecnológico le impedirá disfrutar de los múltiples beneficios derivados de la ciudadanía virtual ejercida diariamente por millones de usuarios de la Internet. Visto está que el dinosaurio cibernético no caminará por las anchas alamedas de la banca electrónica y mucho menos ramoneará el frondoso follaje de los servicios en línea de dependencias oficiales y de empresas de entretenimiento.
Sin embargo, la culpa de tan dramático destino no recae exclusivamente en el hombre, ya que de hecho el pionero en la institucionalización del martirio críptico fue el mismísimo Ser Supremo, quien, en divino alarde de omnipotencia, tuvo a bien inventar la más indescifrable de todas las contraseñas conocidas hasta ahora: el código genético. Luego de un tiempo de relativo olvido, la comunicación en clave experimentó un vigoroso resurgimiento como consecuencia de la miríada de espías y contraespías de la Guerra Fría.
En la actualidad, la propagación del denominado delito electrónico ha traído como consecuencia el reforzamiento de las políticas de seguridad. Nunca como ahora, la operación de selección del password ha resultado tan determinante. Diego Osorio, gerente de Tecnología de la empresa LockNet, reveló, en entrevista concedida al diario El Tiempo de Bogotá, que en la congestionada red de redes menudean los portales que permiten a sus visitantes, frecuentes u ocasionales, contar con infinitas oportunidades para validar la clave de acceso.
“No se demuestra ningún celo por una información que, supuestamente, reviste un carácter estratégico y confidencial. Todo aquel que desee puede probar sin cansancio hasta encontrar la combinación adecuada de letras y guarismos. Y es por esta alta probabilidad de ser vulnerados por segundas personas, que nuestra firma asesora recomienda colocar una clave bastante complicada, puesto que es obvio que mientras más enrevesado sea el código de entrada mayores serán los incentivos que tendrán los intrusos para desistir de su acción ilegal”, reflexiona Osorio.
Algunos portales de Internet, en su afán de resguardar la privacidad de sus clientes y afiliados, obligan a los internautas a cambiar su contraseña de forma periódica (por ejemplo, cada dos semanas, cada tres meses) en lo que constituye una arbitraria terapia on line de lucha contra el mal de Alzheimer. De esta manera, legiones de sujetos mononeuronales -entre quienes sin pudor confieso contarme- se ven obligados a confeccionar una batería de claves “informáticamente blindadas”, en cuyas “choricísticas” extensiones pueden leerse complejas combinaciones de números, letras mayúsculas, letras minúsculas, signos de puntuación, símbolos de notación matemática, runas escandinavas, letras del alfabeto cirílico, ideogramas chinos, jeroglíficos amerindios, emoticones, pokemones y hasta señales de tránsito. Un paranoico proceder que, so capa de conjurar hipotéticos ataques de desaprensivos hackers, termina consiguiendo que los usuarios no puedan entrar a sus propias cuentas...
A la hora de diseñar contraseñas “informáticamente blindadas” los expertos aconsejan: no emplear palabras que aparezcan en el diccionario; no utilizar palabras en idiomas extranjeros; evitar el uso de anagramas, nombres de ciudades o secuencias numéricas y alfabéticas del tipo 12345 ; y, sobre todo, abstenerse de colocar los nombres, apodos e hipocorísticos de padres, hermanos, esposos o segundos frentes. En su lugar piden acudir a las técnicas de encriptación de la telefonía celular. Con este método, el recordado trabalenguas “tres tristes tigres fueron a comer trigo en tres tristes trastos” queda transmutado en la siguiente clave: 3ttFacen3tt. ¡Sin duda que quien no recuerde este facilísimo y práctico password es porque arrastra una incurable amnesia desde su pasada reencarnación!
Manuel Francisco Bustos, director general de la compañía de seguridad Etek, afirma que elegir una contraseña es un ejercicio de psicología, ya que pone de manifiesto determinados aspectos de la personalidad del usuario. Y yo no dudo de la veracidad y pertinencia de su opinión debido a que es evidente que la persona capaz de adoptar como clave el abstruso 3ttFacen3tt debe padecer de una grave patología mental, debe estar desequilibrada.
El chocolate termina de espesarse con los procedimientos técnicos para la recuperación de passwords. En este sentido, debemos advertir que para poder identificar las letras y dígitos de comprobación arrojados por el sistema, el internauta debe primero pegarse una pea que lo deje daltónico o estrábico. En cuanto a las preguntas de seguridad, algunas parecen extraídas del concurso Quién quiere ser millonario. Una que siempre me persigue es la que inquiere sobre el nombre de mi mascota. Como en la casa no tenemos ningún animalito, he optado por colocar el nombre de uno de mis muchos tíos -por cierto, expulsado del universo- cuya humana condición solemos poner en duda.
En fin, parafraseando el notable verso del poeta Andrés Mata: ¿Una clave que se va? ¡Cuántas se han ido...!

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