miércoles, julio 04, 2007

Nostalgia del taparrabo

Hay personas que serían más felices si no existiesen las pocetas. Extraña psicología, reñida con el progreso, que no se esfuerza mucho en ocultar una honda añoranza por un hipotético tiempo en el que la raza humana era una sola. Una raza feliz y, por supuesto, buena.
No hay mucho consenso sobre cuando la cosa comenzó a degenerar. Unos dicen que fue con el advenimiento de la propiedad privada, cuya principal consecuencia fue transformar la comunidad primitiva en un nuevo orden social compuesto por dos clases antagónicas: propietarios y proletarios. Otros señalan, en cambio, que los problemas surgieron con el nacimiento de la noción de libertad individual, que dividió la vida en dos ámbitos claramente identificables: el espacio privado y el espacio público. Dos fuerzas antagónicas enredadas históricamente en un juego de suma cero, donde un bando sólo puede ganar lo que otro pierde.
Se cuestionan así el espíritu de empresa y la libre voluntad de ser un ciudadano. Sin embargo, estos sujetos utópicos poco dicen de las culpas achacables al espíritu autoritario, que con su deseo de permanencia irrestricta en el poder dividió a la comunidad primitiva en reyes y vasallos. Y es que para cuando desapareció la igualdad socioeconómica ya hacía rato que se había esfumado la igualdad política y militar.
Leemos en la obra “La provincia del hombre” (Editorial Taurus, 1982): “De los esfuerzos de unos cuantos por apartar de sí la muerte fue surgiendo la monstruosa estructura del poder. Para que un solo individuo siguiera viviendo se exigían infinidad de muertes. La confusión que de ello surgió se llama Historia. Aquí es donde debería empezar la verdadera Ilustración, que establece la fecha del derecho de todo ciudadano a seguir viviendo”. Tras repasar estas líneas no podemos evitar preguntarnos qué se añora realmente cuando se pide, a grito en cuello, la destrucción de los valores de la sociedad burguesa, cuando se demonizan los principios de la democracia liberal (separación de poderes, alternabilidad de mando, estado de Derecho, libertad de expresión, opinión pública soberana, sistema normativo de derechos humanos e iniciativa empresarial).
La muerte de las conquistas burguesas es el regreso al feudalismo; oscura época donde a los muchos únicamente les quedaba oír y ejecutar la voluntad arbitraria del señor feudal, sujeto todopoderoso que reunía en un mismo puño todo el poder político y militar. Y la muerte de los valores occidentales es el regreso a la tribu, a la sociedad cerrada, donde los varones más fuertes oprimen la voz de los más débiles (en particular la de las mujeres), donde los líderes ya envejecidos intentan prolongar su predicamento con las folclóricas ropas del chamanismo religioso.
Hace unos meses observé una de las ediciones del programa turístico “Bitácora”, conducido por la periodista Valentina Quintero. Se trataba de una edición especial dedicada a los indios yanomami. Todo iba muy bien. A menudo se desataba un verdadero alud de pomposos calificativos para definir la idiosincrasia de este grupo indígena. Sin embargo, la terca realidad terminó por colarse. Pasó cuando la presentadora preguntó por curiosidad cuántas esposas podían tener los hombres yanomamis. Y el guía respondió, una. La presentadora sonrió complacida. Pero no por mucho tiempo, ya que el guía completó su comentario: pero a cierta edad, pueden abandonarla por vieja y buscarse una más joven. De más está decir, que la pobre india no puede hacer lo mismo. Sólo le queda recorrer la aldea en calidad de paria. ¿Sabiduría de nuestros antepasados?
Pregunto de nuevo ¿qué echamos realmente de menos cuando intentamos acabar con los avances de la historia?

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1 Comments:

Blogger Inos said...

Los dinosaurios tenían la respuesta y se extinguieron... Se sospecha que por culpa de la CIA.

5:11 p.m.  

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