Si no es Alzheimer se le parece
Apuesto que no faltará quien mire con desdén mi triste padecimiento. Más de uno alegará, asistido por la razón, que para efectos económicos ambos datos parecen igual de irrelevantes. Y es que en este mundo traidor, donde nada es verdad, donde nada es mentira, según Ramón de... -¡ay, otro literato que no recuerdo!-, sólo aquello que se traduce en dinero merece ser atesorado por nuestras neuronas.
Pero lo peor de mi cuento llegó con la tecnología, porque desde que me enteré que el celular podía almacenar todos los números telefónicos que me interesaban, no tuve una mejor idea que dejar de lado el antiguo repertorio de trucos nemotécnicos. Sin saberlo me había condenado a una suerte de Alzheimer digital, cuyos dolorosos efectos llegaría a conocer aquel desdichado día en que dejé botado mi móvil en un taxi pirata.
Con el paso del tiempo he tomado conciencia de que ya no recuperaré esa catajarria de teléfonos perdidos, de que varios de mis amigos sólo los volveré a ver si el destino lo tiene planificado, de que no saldré con esa simpática fémina que a la salida de una discoteca me dejó su número para que la llamara. Tan corto es el amor y tan largo es el olvido...
Mala cosa esta de andar por la vida desmemoriado. En particular en estos momentos, en que el mundo moderno pareciera reducirse al inexorable cumplimiento de una agenda social o de trabajo. Todo está planificado. Todo tiene su fecha, su lugar, su hora. Un dispositivo de relojería suiza del que nada ni nadie se escapa.
El problema de la desmemoria se torna peligroso en la época del noviazgo. En esta etapa de la vida humana, las mujeres desarrollan una malsana afición por las efemérides. Hasta parecen profesoras de Historia. Les hace mucha ilusión que su compañero recuerde la fecha exacta del primer beso o rememore, con lujo de detalles, los episodios más apasionados de la última reconciliación. De más está decir que el menor titubeo en la concatenación del relato será interpretado como inexcusable muestra de desinterés por “la relación”.
El chocolate se hace más espeso cuando nos referirnos al espinoso tema de la infidelidad, ya que sin habilidades nemotécnicas resulta prácticamente suicida aventurarse en planes de cornamenta. Un vaucher dejado a la deriva o la intercepción de una servilleta con mensajes indiscretos constituyen dos de las pruebas más poderosas que ventilarse puedan ante cualquier tribunal.
Todavía resulta motivador observar como algunos sujetos se resisten a no recordar, y se afanan en los más diversos ejercicios para fortalecer sus neuronas: hacen una lista con las tareas del día, se fijan un hábito de asociaciones mentales, procuran huir del silencio y la soledad, escuchan música o leen un buen libro.
Sin embargo, a la hora de enfrentar la falta de memoria, me quedo con el siempre lúcido Jorge Luis Borges: “Yo no hablo de venganza ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón”.
Etiquetas: confesiones, memoria, olvido
3 Comments:
Hay olvidos que matan... así como hay recuerdos que estorban.
Saludos.
"Forget about it", decía Donnie Brasco
Salut...mein freund!!!
Saludos, estimado amigo vampi. Felicitaciones por tan extraordinario texto; aunque le disculpo sus viejas certezas (ni hablar del "bagaje cultural", ¡todo un logro envidiable!) El número que le prometí: 9106717. Un abrazo.
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