jueves, enero 11, 2007

El peor de mis retardos

Siempre he llegado tarde a las mafias. Como un Sísifo moderno, tropical y futbolero, arrastro conmigo una suerte de pesado “no sé qué” que me lleva a lanzarme invariablemente del lado equivocado del penalti. En mis calderas no se bate el cobre. Yo nunca estoy donde hay.
Y aunque digan por ahí que los caballeros no tienen memoria, lo único cierto es que no puedo evitar recordar que, en mi época estudiantil, siempre fui confinado a los salones de las mujeres simpáticas y buena gente; jamás mi nombre fue pronunciado en el control de asistencia de aquellas secciones que semejaban un casting del Miss Venezuela. Fue mucho e irrecuperable el tiempo perdido a las puertas de la Coordinación Académica suplicando un cambio de destino: los cupos del éxito de nuevo se habían agotado…
Excluido del circuito de la vida frívola y fashion, me refugié en los libros y en la lectura. Entonces me hice más feo, ilustrado y hablador de paja. Mi afición por el verbo culto y los grandes temas me hicieron trabar amistad con filósofos, psicólogos, sociólogos, abogados y hasta con licenciados en Letras. Sin saberlo me estaba alistando en la famélica legión de los intelectuales desprovisto del espíritu de lucro.
Instalado en las antípodas del Very Important People (VIP), atrapado en tertulias culteranas e infinitas disquisiciones ontológicas, me alejé de la calle y su gente. Olvidé hacerme pana de los porteros, los motorizados, los recepcionistas, los gestores y los revendedores de entrada en el estadio. Para colmo desarrollé la habilidad de entrar en las grandes empresas justo en las épocas de discusión de convenciones colectivas o en momentos de reducción de nómina.
A partir de estas experiencias, un tanto traumáticas, me han quedado ciertas secuelas, como por ejemplo, escuchar la palabra reestructuración e inmediatamente sacar el revólver… Sin embargo, mi noble alma no guarda reconcomio alguno; más bien siente un sincero agradecimiento hacia todos aquellos seres de luz que me enseñaron que los errores no son errores, sino oportunidades de mejora. Sniff. Sniff. Sniff. ¡Gracias Paulo Coelho por favores concedidos...!
Finalmente, bastó con que se me ocurriera estudiar un postgrado en la cuna del neoliberalismo salvaje para que el indómito pueblo bolivariano se declarara enemigo jurado del Fondo Monetario Internacional, se calzara una franela del Ché Guevara y saliera raudo a abrazar las raídas banderas del estatismo económico. Y es que el penalti, en esta oportunidad, iba para la izquierda. ¡Goooolazo!
En relación con las mafias, la sociedad venezolana registra un evidente doble discurso. Por un lado, todos los sectores de la vida nacional dicen profesarles un odio sin parangón; un abrasivo sentimiento que los estimula a inscribir sus nombres en la soldadesca llamada a combatir hasta la muerte los privilegios grupales. Sin embargo, por el otro, en las facetas más disímiles de su cotidianidad, la mayoría de los venezolanos tienden a la mafia, o por lo menos a reproducir sus modos y maneras en los correspondientes entornos de acción. Actúan como guiados por una verdad no escrita, aunque sí revelada: lo único malo de la mafia es no pertenecer a ella. ¿Por qué acabar con lo bueno mientras haya esperanzas de gozar de ello?
Por eso, las personas se refugian en los eufemismos para mitigar su mala conciencia. Y entonces la mafia se esconde en el burladero de las palabras pomposas, y pasa a llamarse élite, meritocracia, excelencia académica, fidelidad de marca, red informal.
Palanca en todo y para todo. Inclusive, para conseguir un mísero puesto fijo en un estacionamiento. Ya no se puede ocultar ni disimular, porque como decía el gran Karl Kraus: “La verdad es un criado torpe que rompe los platos mientras limpia”.

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jueves, enero 04, 2007

Año nuevo, vida nueva

La noticia nos ha llegado a través del diario sensacionalista Se & Hör: La cantante estadounidense Britney Spears, ha prometido, tras el sonido de las tradicionales doce campanadas del Año Nuevo, renunciar por completo al sexo durante los primeros seis meses del 2007.
La primera sorprendida por tan drástico anuncio ha sido, sin duda, la mismísima reina del pop, quien sufrió un desvanecimiento en pleno escenario, acaso tras analizar con mayor detenimiento las verdaderas implicaciones de su abstinencia sexual. Spears se encontraba trabajando como anfitriona de fin de año en el Ceasar Palace de Las Vegas.
Pero esta es apenas una de las muchas historias nacidas del empeño humano por plantearse metas extravagantes tan pronto se trasponen las primeras horas de un nuevo año. Buenos propósitos que, al carecer del combustible suficiente, están condenados a quedarse varados en medio del camino y fallecer allí, como simples amagos de rebeldía.
No bien termina de retumbar la duodécima campanada cuando el carismático sujeto con barriga de gaitero pregona a los cuatro vientos su decisión de adoptar una dieta estricta, que no conocerá ni de dulces ni de frituras. “Ya tú veras mi pana que del tiro saldré en las promociones de Out Fat y de la Medicina Sistémica. Además, me voy a meter en un gimnasio cartelúo y voy a sacar unos abdominales tan bien definidos que parecerán tabletas de chocolate”, afirma en medio de la incredulidad de su audiencia.
En una esquina del guateque, el borrachito fuerza su lengua estropajosa para invitar a todos a levantar su copa por un 2007 libre de alcohol: “Hermanos reflexionen, este camino no los llevará a ninguna parte ¡hip! Si ustedes no manejan la caña ¡hip!, la caña los manejará a ustedes ¡hip! Por eso les digo que este año nuevo a mí me conocerán como el dromedario, porque, lo que soy yo, lo único que beberé será agua. He dicho”.
Mientras tanto la fumadora compulsiva, dispuesta como está a forrar su cuerpo con parches antitabaco para recuperar su menguada salud, arrojará con cierta melancolía las volutas de su último cigarrillo; y el promiscuo renunciará al placer de la carne para adentrarse en las insondables profundidades del amor espiritual, con la fidelidad como pauta inconmovible de comportamiento sexual.
Toca el turno al mentiroso, quien no tendrá necesidad de ser citado por ningún juez para jurar, ¡oh sorpresa!, decir la verdad y nada más que la verdad. Enternecedor testimonio que servirá como acicate a uno de los miembros menores de la prolífica parentela del engaño: el famosísimo hombre impuntual, elemento que se fijará como objetivo para el nuevo año hacer acto de presencia sin mayores dilaciones en cada una de las citas que nutren su agenda social.
Y es que el catálogo de buenos propósitos raya en lo milagroso: el flojo buscará trabajo, el viejo rejuvenecerá a punta de cirugías, el desertor educativo retomará sus estudios, el aburrido emprenderá una vida extrema, el apostador se retirará del juego, el celópata confiará en su pareja y el manoseador de autobús respetará a las damas…
Ojalá Dios les conceda la voluntad necesaria para que puedan cumplir con sus ambiciosas empresas. O, en el peor de los casos, que Belcebú se apiade de sus adoloridas almas y les envíe sin más demoras un nuevo resabio. Porque ya lo dijo Bertolt Brecht: “Un hombre debe tener por lo menos dos vicios. Uno solo es demasiado”.

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