viernes, septiembre 28, 2012

Jakob Von Gunten

«Aquí se aprende muy poco, falta personal docente y nosotros, los muchachos del Instituto Benjamenta, jamás llegaremos a nada, es decir que el día de mañana seremos todos gente muy modesta y subordinada. La enseñanza que nos imparten consiste básicamente en inculcarnos paciencia y obediencia, dos cualidades que prometen escaso o ningún éxito. Éxitos interiores, eso sí. Pero ¿qué ventaja se obtiene de ellos? ¿A quién dan de comer las conquistas interiores?».
Quien así se expresa no siempre fue sumiso ni conformista. Jakob Von Gunten, antihéroe de la novela homónima del escritor suizo Robert Walser, llegó a ser un joven rebelde y ambicioso, capaz de abandonar la protección paterna para probar suerte en la capital del imperio. Sólo que llegó al Instituto para muchachos y allí conoció la dura disciplina del director Herr Benjamenta, un rey destronado.
Robert Walser nos da cuenta, con maestría literaria, de esta conversión interior. Para cumplir con su propósito utiliza como técnica narrativa la reproducción de un diario personal, carente de precisiones cronológicas, en cuyas páginas el estudiante Jakob Von Gunten nos relata sus satisfacciones y frustraciones como miembro de un instituto de renombre y tradición familiar en la formación profesional de pajes y mayordomos de librea.
La novela Jakob Von Gunten (Siruela, 2011) está escrita con una sencillez de estilo que resulta compleja. ¿Cómo interpretar su prosa llana y directa? ¿Acaso como un estudio sobre la obediencia y la servidumbre voluntaria? ¿Tal vez como un ensayo sobre el fin de la adolescencia? ¿Quizás como una queja desesperada ante una sociedad que abandona, de modo irresponsable, los valores de la humildad, el respeto y la cortesía?  ¿O simplemente deber ser vista como un tratado filosófico sobre lo vano que resulta toda pretensión de trascendencia?
Desde la perspectiva de la obediencia y la servidumbre voluntaria, nos encontramos con reflexiones valiosas e inquietantes sobre la necesidad que tiene cualquier sociedad de imponer normas, pero también acerca de las consecuencias que en el plano individual supone vivir sometido a restricciones y pautas de comportamiento. Imposible no relacionar las frases «Lo que discurre perpetuamente obliga a adoptar una moral» y «Obedecemos sin pensar en lo que un día pueda resultar de tanta obediencia irreflexiva» con el apunte terrible que nos advierte que «los que obedecen suelen ser una copia exacta de los que mandan».
¿Qué pasa entonces cuándo aquellos que mandan son seres cínicos, aviesos, paranoicos, insidiosos, inquisidores, torturadores? Nada, en las situaciones en la que el dominado sólo debe permanecer arrodillado y asentir. Mucho, en las circunstancias en la que el dominado puede ya erguirse, ensayar algunas voces de mando y jugar a ser autónomo. Es la doble moral del buen fanático, del buen camarada, del buen revolucionario. En palabras del protagonista de Walser: «No estar autorizado a hacer algo significa hacerlo doblemente en otro sitio (…) Todo lo prohibido vive de cien maneras distintas; de modo que sólo vive más intensamente lo que debería estar muerto. Y esto vale para lo pequeño no menos que para lo grande».
La perspectiva del ensayo sobre el fin de la adolescencia también arroja importantes hallazgos. La solemnización de la vida, el surgimiento de la vocación, la conciencia de los costos sociales aparejados a los idealismos, el malestar por incurrir en actos que delatan inmadurez y el efímero don de la juventud; en resumen, una preocupación creciente por el futuro, que lleva a Jakob Von Gunten a preguntarse qué objetivos persigue la escuela de muchachos Benjamenta: «Nosotros, los alumnos o internos, tenemos en verdad muy poco que hacer, casi no nos dan tareas. Aprendemos de memoria el reglamento que rige aquí dentro (…) Sólo hay un curso que se repite constantemente: “¿Cómo debe comportarse un muchacho?”. Y toda la enseñanza, en el fondo, gira en torno a esta pregunta. Conocimientos no se nos imparte ninguno (…) Aquí siempre se está a la espera de algo, y esto acaba debilitando (…) Somos humildes hasta la indignidad total (…) ¿Quién soy yo? Sé perfectamente lo que es un alumno del Instituto Benjamenta, de esto no cabe duda. Un alumno semejante no es otra cosa que un magnífico cero a la izquierda, redondo como una bola».
Pero Jakob Von Gunten no espera tener forma de circunferencia para rodar por las calles de la gran ciudad. Camina por los bulevares, se sienta a la mesa de los cafés más concurridos y, en compañía de su hermano Johann, se cuela en los grandes salones de la sociedad burguesa. En cada uno de estos ambientes intenta desarrollar, como si fuese un pecio llegado de una antigua orden caballaresca, una teoría sobre la derrota de la cultura a manos de la barbarie: «Lo que llamo cultura es la total discreción, es una impresión de bondad y de vivo respeto, es lo que de entrañable y juicioso hay en un hombre (…) Hacerle un favor a un desconocido que no nos importe nada es fascinante; nos permite echar una mirada en paraísos divinamente nebulosos. Y además, pensándolo bien, todos —o al menos casi todos— los hombres nos importan de algún modo. Estos que ahora pasan a mi lado me importan, es innegable, hasta cierto punto. En última instancia se trata de algo personal. Estoy paseando, el sol brilla y de repente veo a mis pies un perrito que gimotea. En seguida advierto que al animalito de lujo se le han enredado las patas en el bozal. No puede correr. Me inclino y pongo remedio al enorme, enorme infortunio. En ese momento se acerca la dueña. Observa lo ocurrido y me da las gracias. Me quito un instante el sombrero en honor de la dama y sigo mi camino. Y ella, detrás de mí, se queda pensando en que aún hay jóvenes bien educados en el mundo. Pues bien, he hecho un favor a los jóvenes en general. ¡Y cómo ha sonreído esa mujer, por lo demás nada agraciada! “Gracias señor” Si hasta me ha dicho señor. Sí, cuando uno sabe comportarse es un señor. Y al que se le agradece, se le tiene respeto. Quien sonríe, es guapo. Toda mujer merece cortesías. Toda mujer tiene cierto refinamiento. He visto lavanderas moverse como reinas».
Finalmente, esta obra mayor de Robert Walser es también un tratado filosófico sobre lo vano que resulta toda pretensión de trascendencia. Aquí las reflexiones corren por cuenta de Johann Von Gunten, quien comparte con su hermano una suerte de reivindicación de la derrota nacida de la insatisfacción refinada (esto es, de la búsqueda permanente de algo elevado y bello): «Sigue siendo el que eres, hermano. Comienza desde muy abajo, es lo mejor. Porque mira, una vez arriba apenas si vale la pena vivir. En las alturas se respira un aire… Predomina la sensación del haber-hecho-bastante, y eso oprime y paraliza. Por ahora, querido hermano, eres como quien dice un cero a la izquierda. Pero cuando se es joven hay que ser un cero a la izquierda, pues no existe nada más perjudicial que destacar pronto, prematuramente, en cualquier cosa. Cierto es que algo significas para ti mismo. Bravo. Estupendo. Pero para el mundo todavía no eres nada, y esto es casi igualmente estupendo (…) En un palabra jamás te desalientes. Permanece pobre y despreciado querido amigo. Aleja de ti incluso la idea del dinero. Lo más hermoso y triunfador es ser un auténtico pobre diablo. Los ricos, Jakob, están muy descontentos y son infelices. La gente rica de hoy en día nada tiene: son ellos los verdaderos hambrientos».
Como el alumno más disciplinado de una escuela de obediencia y servidumbre, Jakob asimila la lección del maestro, pero lo hace con un dejo de su antigua rebeldía: «Quiero ver si en medio del páramo es también posible vivir, respirar, ser, desear y hacer sinceramente el bien. Y dormir por la noche y soñar. ¡Bah! Ahora no quiero pensar en nada más. ¿Tampoco en Dios? ¡No! Dios estará conmigo. ¿Qué necesidad tengo de pensar en él? Dios está con los que no piensan».

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