lunes, septiembre 26, 2005

En defensa del reggaeton

Los comprometidos y siempre pundonorosos integrantes del sector “curtura” no pierden ocasión para trasuntar su tristérrima condición de viudos del fascismo, el golpismo y el terrorismo. Embarcados como están en una supuesta empresa de rescate y adecentamiento de la vida nacional, no se cansan de enfilar su herrumbroso y obsoleto armamento en contra de las perversas y demoníacas fuerzas del perreo.
Talibanes de escasas barbas y desgatadas molleras, los intelectuales venezolanos sueñan a diario con un mundo paradisíaco, libre de reggaeton. Un mundo benéficamente bañado por caudalosos ríos de leche y de miel, donde una miríada de insaciables huríes baila para ellos, con displicente sensualidad, los relajantes y antiestresantes compases de la música chillout. Un gran lounge para el disfrute de las almas sensibles, aquellas habituadas a saborear, desde sus mullidos fashion puffs, los minúsculos placeres de la vida; a saber, una ligera plática sobre temas como: la última edición de la Revista M, las agudas tiras cómicas de Maitena, las sabias crónicas de Paulo Coelho, los escandalosos deslices de la nobleza europea o la inminente rebelión de los incorruptibles Comacates.
Sin embargo, nada es eterno en la vida, y el místico trance espiritual de nuestro intelectual criollo queda interrumpido abruptamente por la inoportuna canción que, llegada desde la calle, le advierte, a manera de funesto vaticinio: “Tú eres mi cachorriiiiiiita, mamá. Yo soy tu perro y vengo a morderte….”.
Entonces, el tranquilo monje tibetano de otrora, monta en justificada cólera y profiriendo todo tipo de maldiciones, emplaza al ignorante de su vecino a bajarle decibeles a esa “música de mono”. Ante tamaña agresión, su agraviada contraparte le responde con una ofensiva del tipo “eres guasa guasa, guasa guasa, rompe masa…”. Para ese momento, el valeroso miembro del sector “curtura” se encuentra menguado en sus fuerzas; más sin embargo, echando el resto y dejando la vida en la jugada, intenta en vano repeler el asimétrico ataque con una sobria y elegante melodía de “Bajo Fondo Tango Bar”. Mala cosa: su suerte ya está echada. No tardará en ser barrido por el despiadado tsunami de la historia, de la Gasolina, de la Gata Salvaje, del Voy pa´llá.
Pero lo que no sabe el acongojado lector de estas líneas es que apenas hace dos días, en ocasión del barranco de fin de semana, este heroico y admirable kamikaze, quintaesencia de la pureza melómana, bajo la alegre coartada de unos güisquis pinchados, abjuró de su fe, y con paso vacilante y lengua tartajosa, brincó a la pista de baile para adueñarse del perreo, y conquistar así, cual bestia primitiva, el corazón de esa chicuela de corta minifalda que, durante toda la noche, no paró de “pistonearle”.
Y es que el repudiado reggaeton, al igual que su madre, la cultura popular, cuenta con amigos a montones. Lástima que muchos de ellos sean zorros y camaleones. Tristes personajes que, con su proverbial “fisnura” vital, siempre andan buscando…
Por eso, a todos ellos, dales, Don dale que llegaron los Freddy Kruger…

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domingo, septiembre 11, 2005

Llevaba medias negras

Dedicado a los beneméritos tabernícolas,
y a su compañero de juerga
un tal Joaquín Sabina.
Larga vida para ellos.


“Yo voy siguiendo su pista
¿Será que soy masoquista?”

Addenda salsosa
de Willy Chirinos



I

El edecán dudó por algunos segundos en pasarle la peluca. ¿No se trataría, acaso, de una broma, de una de esas estratagemas para comprobar la fidelidad que une al subordinado con su superior? Todo aquello era muy extraño. Ver a tu jefe ponerse unas medias negras sin siquiera depilarse, calzarse una minifalda de cuero marrón (¡Ay! Qué vacilón) y luego encaramarse en unos tacones de vértigo, no es algo que pueda catalogarse de normal. Y ahora lo de la peluca. ¿Será que se la doy?, se preguntó angustiado.
Ante tamaña mariquera, el edecán pensó en anteponer, cual desinflado Rosendo, la jurisprudencia internacional y el Estatuto de Roma. Sin embargo, la certeza de tener que asilarse en el tenderete cívico-militar de la plaza Francia, en caso de declararse en desobediencia legítima, le obligó a desechar la idea.
Vencido por las circunstancias, el edecán optó por alcanzarle la peluca a su travestido jefe, quien se la terció rápidamente sobre el pelo bachaco. No ofreció explicaciones. Sólo se limitó a mirarse en el espejo, y acomodarse los senos postizos, llevándolos hacia el centro. Una vez colocados allí, bromeó: “Estos cocos están buenos para mi güisqui”.
El primero en reírse fue Nelson Merentes, como en tantas otras ocasiones. El segundo, muerto en raya, el negro Aristóbulo. De los dos, fue el ministro de Educación quien le preguntó: “Hugo ¿Tú estás seguro de lo que vas a hacer? ¿Qué pasará si te descubren? Pero, por sobre todo, ¿Por qué no te depilastes las piernas si pensabas trancarte una minifalda de cuero marrón (¡Ay! Que vacilón)?”.
-No sé de qué te quejas Istúriz, porque fuiste tú quien le regaló el ejemplar de “Las mil y una noches” –ripostó Merentes, en defensa de su amo-. Y tú sabes que todo lo que lee el presidente lo quiere hacer. Y como él leyó el cuento del califa aquel que se disfrazaba de mendigo para perderse entre la gente, dizque para conocer la opinión del pueblo... Bueno, ahí lo tienes. ¿Por qué tú crees que yo no le he regalado el DVD de Madame Butterfly?
-Está bien Merentes, pero al califa nunca le dio por ataviarse de odalisca. ¿Será que Hugo como que se fumó otra lumpia?, inquirió el titular de la cartera de Educación.
-¿Qué pasa Aristóbulo, tú estás insinuando que al comandante petrolero le llegan por la retaguardia?, tronó el Jefe del Estado. ¡Cuidado con una vaina! Esta acción se inscribe dentro de la ofensiva revolucionaria que desplegaremos en este marzo bonito. Por cierto, mírame bien. ¿Tú crees que cuando me tongoneo se me ve el bojote?
En ese momento, el ameno diálogo fue interrumpido de cuajo por el rugido de una moto; presencia que anunciaba la inminencia del raid presidencial.
-Vamos rápido mi edecán. Usted será el piloto en esta arriesgada misión.
-Sí, mi presidente. Como usted diga.
Fue al cerrarse la puerta, cuando Merentes e Istúriz se animaron a retomar sus mutuas recriminaciones. Afuera, ya en la calle, una mentada de madre, gritada a todo gañote, rompió el silencio de la noche palaciega.
-¿Qué pasó mi presidente, se le olvidó algo?
-No, chico, qué se me va a olvidar nada. Es que estoy casi seguro de que se me corrió la panty media.
-Aaaaaaaaah, expresó el piloto mientras trataba de zafarse del fuerte abrazo de su parrillero.

II

El edecán dudó por unos segundos en haber escuchado lo que escuchó.
-Presidente, con todo respeto, ¿qué fin tiene dirigirnos hacia la Plaza Francia, si las carpas de nuestro circo están montadas en Pdvsa La Campiña?
-Pero bueno hijo, yo te pregunto: ¿Qué sentido tiene realizar labores de inteligencia en nuestros territorios? ¿Dónde está lo arriesgado? ¿Dónde lo heroico? Además, qué mérito tiene andar de travestí por la avenida Libertador. Hágame caso, y vayamos a la llamada plaza de la libertad.
El viento golpeaba los rostros de los dos motorizados, pero en especial agitaba con violencia la falsa melena de Tribilín, cuyo movimiento dibujaba, casi a la perfección, la zigzagueante trayectoria de la letal rabo de cochino.
El jefe decidió bajarse en la parada del metrobús. Eran las diez de la noche cuando el edecán arrancó la moto, bajo el compromiso de retornar al mismo punto dos horas más tarde.
Más que un caminar hubo un trastabillar en aquel andar misterioso de la morena, de escandaloso pelo rubio; pasos que se enfilaban, de manera decidida, hacia los predios de la tarima de la desobediencia cívico-militar.
Una vez allí, el jefe alzó la mirada y se dejó impresionar por el majestuoso obelisco que se alzaba hacia el cielo, como una daga clavada en el vientre de los dioses. ¡Qué bella metáfora, estoy seguro que Huidrogo hubiese ofrendado todos sus versos por haberla concebido!, dijo para sí, en un rapto poético propio de todos los revolucionarios que en el mundo han sido.
Una voz recia lo regresó a la realidad, una voz que le preguntaba sí tenía fuego. No le tomó mucho tiempo descubrir de quién se trataba. Sin duda, era el militar golpista, fascista, y por añadidura terrorista, Néstor González González. Pensó en mandarlo a apresar, pero recordó que estaba en territorio comanche. Decidió, entonces, dejarse llevar por la situación, e iniciar un sórdido juego de seducción, con miras a recopilar información estratégica sobre los capitostes de la conspiración castrense. Tras acopiar todas sus fuerzas, contestó con impostado tono femenino:
-Tengo tanto fuego que pudiera quemarte
-Eso no lo pongo en duda, morena
El jefe sacó el yesquero y lo acercó al cigarrillo que salía de la comisura de los labios. Luego de la primera calada, el general inició su persecución en caliente.
-¿Y se puede saber dónde dejaste la bandera, la cacerola y el pito? Porque protesta sin el correspondiente kit no es protesta.
El jefe no pudo disimular su malestar. ¿En qué carajo estaba pensando? ¿Cómo pudo olvidársele un detalle tan elemental? Ante la adversidad, optó por hacer lo que mejor sabe hacer: inventar pistoladas.
-Se las entregué a mi mamá, que ya se fue para la casa.
-¿Y por qué te quedaste? ¿O es que no cabían todos en el carro?
-Pensaba en la posibilidad de encontrarme con uno de los valerosos militares de nuestra Fuerzas Armadas democráticas.
-Pues está de suerte bebé, porque yo mismo soy
González González se quitó la gorra, para mostrar su emblemática cabeza rapada, la misma que lo ha singularizado del resto de sus compañeros de rebelión. Fue ahí cuando notó la llegada de la llovizna.
-Ya comenzó la lluvia
-Sí, ya comenzó la condenada garúa. Y si me cae, de seguro se me van a alborotar las chichas, contestó el jefe en argot sabanetero.
-Bueno morena, tú dirás adónde vamos, propuso el general blandiendo ligeramente su paraguas.
-Adonde tú me lleves.
-Puede ser por aquí mismo, en el Four Seasons, para que caminar tanto. Allí me han facilitado una habitacioncita. No hay muchas comodidades. No lo tomes a mal, pero tenemos un colchón. Y de estufa, corazón, te tengo a tí.
El jefe dudó en aceptar la invitación. Sin duda, había ligado con el calvo fascista, golpista y terrorista. Pensó entonces que acaso era la oportunidad ideal para penetrar en el bunker rebelde, y extraer de allí información vital para los consejos de investigación ordenados, de forma totalmente soberana, por el Ministerio de la Defensa. Fue así como, antes que emitiese sonido alguno, ya se encontraba en el lobby del hotel del brazo de González González.
Una vez arriba, el general improvisó una mesa. En ella, colocó dos platos de sopa de mariscos, que fueron devorados con pan y salchichón (¡qué vacilón!). Más tarde, apareció una botella de vino tinto, que le disputó a la luna su papel de eterna celestina.
Mientras, en la avenida, justo en la parada del metrobús, un edecán furioso rumiaba su mala suerte.
-¿Cómo es posible que se me haya perdido el presi? La que me faltaba a mí: que me vengan a encanar los de la Disip dizque por magnicida, y para rematar me metan con el sádico de De Goveia.
No podía saber el edecán, cómo saberlo, que su jefe estaba unos metros más allá, en un edificio cercano, con cara de asombro tras escuchar de boca de su acompañante, y luego de la segunda copa:
-Y ahora, ¿qué hacemos con la ropa?

III

La luz mañanera hirió con su intensidad a los ojos que recién se abrían. Le tomó unos segundos desperezarse, y practicar esa calistenia de catre que se esconde tras el gesto maquinal de estirar el brazo a un lado del colchón, para constatar la permanencia del cuerpo amado, odiado, y nuevamente amado.
De inmediato, el general notó la ausencia. Sin embargo, no quiso confiar en sus sentidos, e inició una búsqueda por toda la habitación. Salvo los platos soperos y una que otra migaja de pan y salchichón (¡Ay! Que vacilón), no encontró nada. Ni una carta. Ni un garabato hecho con pintura labial en el espejo del baño. Ni rastro de ese templo sagrado, que tan bien le sirvió para entregar su ofrenda a la única religión que en su vida había conocido: un cuerpo de mujer. En fin, el vacío por toda respuesta.
Le tomó unos minutos más percatarse del robo de la cartera, el reloj, las condecoraciones, el bastón de mando, el plan magnicida y el video grabado de la nueva junta de gobierno presidida, qué casualidad, por él mismo.
A duras penas logró bañarse y vestirse. Sus pies lo llevaron hacia la plaza Francia. Desprovisto de todo, inclusive de su hálito insurgente, González González sintió desplazarse por los predios de un campamento wayú. Casi juraría haber visto salir al vicealmirante Daniel Comisso Urdaneta con penacho, guayuco y cerbatana.
-¿Qué pasó Néstor? Te vimos salir ayer con una morenaza. ¿Le aplicaste la ley de fuga? ¿Murió en enfrentamiento?
-Bueno, Daniel te diré que la convencí para subir, y la pasamos de pinga. El problema fue cuando desperté, porque la tipa, como el barbarazo, acabó con tó.
-¿Y el queso que había en la mesa?
-También se lo llevó
-¡Qué vaina!
-Sí hermano, que vaina. Pero lo malo no es que se fuera con mi cartera y mi bastón, sino que huyera robándome además el corazón. ¡Maldita madrugada en que yo la vi, la muy descarada se burló de mí!
-¡Qué fallo Néstor!
-Llevaba medias negras, Daniel.
-Y te robó el corazón.
-¿Qué te puedo decir? ¿Qué vacilón?

IV

-¡Ah vaina Nora! ¿Tú no me crees? Yo me disfrazo y salgo en las noches. Me pongo una peluca, como la del pavo Lucas, y me voy en una moto de esas grandotas que alguien me presta por ahí. A veces me he sentado en la barra de un bar, y he escuchado los chistes que sobre mí hacen los escuálidos. ¿No lo crees Diosdado? ¡Ah vaina! Por ahí dicen que soy como el tercer polvo, que todos quieren echarlo, pero nadie puede. Jé jé. Pero bueno Nora ¿tú por qué te ríes? Mira que quien solo se ríe de sus picardías se acuerda. ¡Miren a la Nora pues!. Pero sí, es verdad, yo salgo de noche, y soy como el silbón: cuando me escuchan de cerca estoy lejos, y cuando me oyen de lejos estoy resollándole en el pescuezo a la gente. El otro día fui a parar a la Plaza Altamira donde están los golpistas. Y eso da pena, se parece a un campamento wayú del paseo Vargas. Lo que falta es que esos mamarrachos se pongan penachos y guayucos y salgan con cerbatanas. Ya estoy creyendo que en verdad los tengo locos. Pero vamos a dejar este cuento hasta aquí, porque me acaban de informar que los muchachos de la Disip abortaron un plan de magnicidio, y que encontraron un video, y hasta un dibujo de mi persona. Inclusive, se lograron decomisar los documentos personales y los adminículos militares del cabecilla de la acción terrorista. ¡Es que no aprenden!. Pero paremos de hablar, y déjemos que hablen los protagonistas. ¡Vamos pues muchachos! ¿Por qué no se animan a contarle al país cómo fue que le dieron este nuevo zarpazo a la contrarrevolución?

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lunes, septiembre 05, 2005

Tener o no tener

Tan pronto les revelé mi propósito, todos mis amigos me llamaron loco. Me dijeron que nunca habían tenido noticias de una venganza tan escabrosa, que jamás habían presenciado el perverso despliegue de las habilidades propias de un alma resentida. Confieso que al escucharlos no pude evitar indignarme por el descaro de estos sujetos, que apenas días antes de mi anuncio se desgañitaban en consignas de solidaridad eterna, para luego estrenarse en el penoso oficio de inquisidores.
Pero yo no estoy loco. Es obvio que yo no estoy loco. De mi comprobada salud mental habla con total solvencia la reciente decisión del Tribunal Supremo de Justicia, en sentencia aprobada por los magistrados de la Sala de Casación Civil, según la cual se ordena a la pérfida de mi ex esposa la inmediata devolución de los implantes de silicón, que, en un rapto de lamentable mecenazgo sexual, me dio por financiarle.
De existir un loco en esta historia éste no sería otro que el oscuro picapleitos contratado por mi ex mujer, quien luego de conocer su derrota intentó ocultar su incompetencia en un deslucido retruécano: ¡Nunca un fallo fue tan fallo! Pobre tipo: tantos años leyendo la farragosa prosa de la jurisprudencia venezolana le secó el cerebro… o la mísera víscera que hacía las veces.
Visto bien, el único ser que lo supera en estupidez es el periodista que ha tomado la entrada de mi residencia como centro de operaciones de su espectáculo mediático. No bien abro la puerta de la casa, cuando este subnormal con certificado de locución me brinca encima con su ráfaga de dizque incisivas preguntas: ¿Qué va a hacer con las siliconas? ¿Se las va poner? ¿O se las va a revender a su ex esposa? ¿Acaso piensa donarla a una figura emergente de la farándula nacional? No contesto. Lo miro y no contesto. Sólo pongo una cara de frustración que inmediatamente es transmitida, vía microondas, a todo el país. ¿Será que este idiota piensa ganarse un Pulitzer a costa de mi desgracia?
-Pero bueno pana, ¿qué coño esperabas tú? -me dijo el pendejo de mi amigo el psicólogo-. Yo te lo dije, que te ibas a rayar. Pero tú, nada. Tú, pata e´bola. Que si había que vengarse de la coño de madre, que si el próximo “come-muslo” que se joda: que pague sus propias tetas. En fin. Ahora es demasiado tarde. Ahora mámate un güevo. Aunque pensándolo bien, mejor mámate las prótesis que para algo habrán de servirte. ¡Pobre fetichista!
-¿Fetichista yo? ¡Por favor! ¿Qué bolas tienes tú? ¡Psicólogo peorro!
-Sí, claro que lo eres. Basta analizar tu caso, a la luz de los hallazgos de la teoría freudiana, para determinar que te quedaste pegado en la fase oral de la sexualidad, y todavía no has podido superar el trauma de tu destete. De ahí tu afán por estar mamando y succionando todo el tiempo, con la boca pegada a un cigarrillo, a una botella, a unos senitos. ¿No es así?
-Pero infeliz, ¿no te cansas de decir tonterías? ¡Vaya que eres descarado! ¿Que vas a hablar tú inmoral? Lo que te falta es analizar los sueños de tus pacientes con el libro de San Cono. ¿O es que tú crees que yo no te he visto en acción? A ver, a ver, señorita cuénteme su sueño, Sí doctor, la verdad es que siempre aparezco jugando en una gramita, cuando de la nada salta una culebra, tipo cobra, que yergue su cabeza y me pela sus colmillos, ¿Y te muerde?, No doctor, sólo me amenaza, ¿Y te da tiempo de huir?, No doctor, eso es lo peor: que no quiero huir ¿qué significará esa pesadilla?, Mejor no te lo digo, Ande doctor no sea malo conmigo dígame la verdad, Está bien, pero espero no se moleste: La grama es tu pubis, y tu manía de jugar en la yerbita es la confesión de tus prácticas masturbatorias; y la culebra, evidente símbolo fálico, es el pene erecto con el cuál deseas jugar pero no te atreves, ¡Ay doctor! ¿Y qué hago ahora?, La solución es obvia: déjate picar por la culebra, es más, si te interesa, yo tengo una mapanare…. jijiji ¡Pero hay que ver! ¡Tamaño sinvergüenza! Y yo me pregunto: Si yo soy un fetichista, ¿qué coño serás tú?
-Pues tu amigo, pana. ¿Todavía lo dudas?
-Te diré que no. Te diré que soy tan desdichado que tal vez estés diciendo la verdad…

II

Hoy al despertar, lo primero que pude comprobar fue que el periodista, cual dinosaurio monterrosiano, todavía estaba ahí, apostado en la entrada de mi residencia. ¡Vaya tipucho! Anoche tuve oportunidad de ver su reporte para la emisión estelar del noticiero: “Gracias estudios, efectivamente nos encontramos aquí en la morada del denominado Monstruo de La Candelaria (¿por qué será que estos elementos vienen desprovistos del gen de la originalidad?). En estos momentos se viven instantes de tensa calma, que nos hacen olvidar la intensa problemática vivida en esta zona. No olvidemos que ya este sujeto tiene varios días de encierro con los implantes de su ex mujer. Fuentes que pidieron no ser identificadas, pero que son dignas de todo crédito, deslizaron la hipótesis de que este personaje, prevalido del solitario estado de su unidad habitacional, se encuentre dándole rienda suelta a su imaginación de aberrado sexual. Pero todavía no tenemos información oficial, por lo que les recomendamos que se mantengan en nuestra sintonía. Reportó para ustedes…”.
No retengo su nombre. Sinceramente, no me importa. Estoy hastiado de tanto sinsentido, como el reflejado en la caricatura de un celebrado humorista que me dibuja a la usanza de un personaje shakesperiano, exclamando, con un implante de silicón en la mano, tener o no tener, that is the cuestion.
¿Pero qué le pasa a este país? ¿Es que acaso no encuentra ninguna cosa seria en la cual ocupar su perdido tiempo de pueblo descarriado? Hasta la política ha dejado ver su pestilente hocico por estos lares. Los dirigentes de la oposición califican mi caso como un nuevo trapo rojo arrojado por el régimen para desviar la atención de la sociedad civil. Los partidarios del gobierno denuncian, por su parte, mi egoísta actitud “pequeño-burguesa”, fiel reflejo de la oligarquía podrida y nauseabunda que defiende sus privilegios y obstruye las transformaciones demandadas por los nuevos tiempos.
Lo peor no fue eso, sino la lamentable constatación de que con el demonio de la globalización también he topado. Y es que no pude evitar sorprenderme al observar las imágenes satelitales del Papa, en alocución a sus fieles en la plaza de San Pedro, condenándome al suplicio eterno de las llamas infernales, como aleccionador castigo por mi ruin comportamiento para con una inocente hermana en la fe. ¡Menos mal que no pasaron la noticia por Al Jazzira! ¡Estas serían las horas en que estuviese ocultándome de los implacables ejecutores de la fatua!
Y sin embargo, no estoy del todo libre. Me siento asediado por los hombres, por sus preguntas. Se obstinan en hacerme creer que soy diferente a ellos, que sólo yo me fijo en el cuerpo. Que desprecio el alma y su contemplación. Critican y critican, ¿pero qué coño saben de mí? ¿Por qué no me dicen –o nos dicen- como hago para clavar la mirada allí donde termina el silicón y comienza lo que no nunca será moldeado ni estilizado? ¿Qué es un alma? ¿Cómo coño se contempla? ¿Cómo carajo se detalla su pureza?
No sé. No tengo respuesta. No una que me guste. No una que me permita dormir tranquilo, y culminar la tortura que siempre es el pensamiento. Tortura que me arrima a la certeza de que el miedo a la soledad es finalmente el miedo a preguntarnos. Inquietante monólogo que acalla las voces compasivas, y recoge los ecos del desengaño, del póstumo reproche de ese hombre que habiendo podido ser ya no será. Sólo sé que me gustan las tetas, que mientras más grandes mejor. Que cuando están trufadas de pequitas…
¡Pero Dios mío! ¿Cuándo coño se me desmadró la vida?

III

-¿No crees que vas demasiado rápido?
-¿Por qué? Porque te dije que sólo deseo estar contigo.
-Es que apenas nos estamos conociendo.
-Así es mejor. Así podemos ser todo lo que el otro desea. Créeme que cuando nos conozcamos eso más nunca pasará.

-Eso me hace sentir incómoda. Prefiero amar a una persona por lo que realmente es...
-Un escritor argentino decía que un hombre es lo que es, pero también lo que puede llegar a ser…
-¡Qué pavoso! ¡Qué ridículo! Eres el primero que intenta seducirme con citas literarias. No lo hagas más, porque quiero escuchar tu voz. Citar es una forma pedante de callar…
-¡Qué buena frase!
-No es mía, es de un economista y filósofo mexicano, Gabriel Zaid. ¿O es que tú crees que eres el único que lee? Yo siempre digo que a los hombres les irá mejor el día que abandonen la triste manía de andar suponiendo.
-¿Cuándo sabes que ha llegado el amor de tu vida?
-¿Qué te pasó? ¿Por qué esa pregunta?
-Porque yo quiero, al igual que tú, no seguir suponiendo...
-No sé. Eso no se puede explicar. Eso se vive y punto.
-Yo creo en cambio que llega justo en ese instante en que sientes que esa persona ha entrado tarde en tu existencia, y experimentas una inexplicable nostalgia por un montón de momentos no vividos, por los besos y abrazos que nunca serán recuperados. Tampoco en el amor se encuentra la plenitud.
-A mí me gusta pensar que los amantes se encuentran en el momento oportuno, que no se deben un retroactivo. En todo caso, para eso están los sueños, para recuperar parte del tiempo perdido. ¿No?
-Temo que nos hemos puesto algo cursi…

-¡Menos mal que tú sólo miras mis pechos! Me haces recordar que a pesar de tu labia romanticona eres igual a todos los hombres. Seguro que estás preguntándote que por qué carajo no me he puesto las lolas…
-Perdona si mi mirada te molestó, pero es que no puedo evitarlo. Ahora… lo de la labia… lo de la labia se debe a que nosotros los feos tenemos que esmerarnos. Tú sabes: nosotros no ganamos la pelea por nocaut, sino por decisión.
-Pero a mí no me importa que seas feo…
-Y a mí no me importa que no tengas muchas tetas…
-¡Eres un pasado!
-¿Por qué? ¿Por qué te dije que no tenías muchas tetas?
-No, porque aún sin conocerme quieres estar conmigo…

IV

Enciendo el televisor, y la veo a ella. Mi sorpresa tiene formato de programa de talk show. La moderadora le lanza una ráfaga de preguntas. Sonríe. Ya hasta parece una señorona de la pantalla chica. Dice no odiarme. Dice que desea lo mejor del mundo para mí y para los implantes. Aprovecha sus quince minutos de gloria para hacer una revelación que logra acallar a la inquieta audiencia del espacio sensacionalista: “La idea de las prótesis no fue de mi ex esposo, sino mía. La verdad es que él siempre me quiso tal como fui. Sin embargo, yo sabía que su sueño erótico era tener una mujer con grandes y firmes senos. Lo amaba tanto que decidí complacerlo, y acordé la cita para la cirugía. Al principio, una nueva luna de miel se había instalado en la casa. Yo lo volvía loco con mis franelas pegaditas, las cuales a veces mojaba maliciosamente para excitarlo y ponerlo zarataco. También andaba sin brassiere por la sala y los cuartos. ¡Pobre hombre, tuvo que emplearse a fondo para seguirme el paso! Sin embargo, la pasión no tardó mucho en volverse celos. Mi marido se tornó insoportable y nuestra vida asfixiante. Empezó a decirme zorra, y a acusarme de provocar deliberadamente el guarrismo de los hombres. Supe entonces que en esta vida lo peor que puedes hacer es tratar de complacer a tu pareja, porque partes del error de que esa persona tiene muy claro lo que quiere. Y a ninguno de nosotros le ha sido otorgado ese don. Y ocurre lo inevitable, la terrible paradoja: Que te empiezan a odiar justo por aquello por lo que antes decían amarte. Y ya no eres más “mi ángel” o “mi cielo” o “mi amor”. Unicamente eres la zorra; así, sin posesivo… entonces allí se acaba todo”.
Sigue hablando, pero la apreciación de su rostro se dificulta por la sucesión de nombres que aparecen en pantalla. Apago el televisor, y me llego hasta el teléfono. Pulso la contestadora, y escucho dos mensajes. El primero de ellos, un productor televisivo que me anuncia el próximo megaéxito de la industria del entretenimiento: un reality show que me permitirá escoger la digna merecedora de mi amor y de mis siliconas. El segundo, me informa de la existencia de un editor interesado en publicar el verdadero diario del hombre con prótesis mamarias: ¡Todo un best séller my friend!
¡Pobres! ¡No entienden nada! ¡Siguen sin entender nada! Pero eso a mí no me importa, porque ya estoy en el balcón y me asomó a la calle y veo su piscina de asfalto y decido escuchar la voz que en mis adentros va naciendo. Entonces extiendo mis manos y abro mis puños y dejo caer el peso que me abruma.

domingo, septiembre 04, 2005















El Licenciado Rafael Jiménez Moreno en la oficina de la presidencia del partido de los FEOS, en pleno ejercicio de su liderazgo














El Licenciado Rafael Jiménez Moreno, posando como si fuese uno más de los famosos Atléticos de Oakland

viernes, septiembre 02, 2005

El partido de los feos: renace la esperanza

No nos hizo falta viajar a Maracaibo ni cerrar la avenida Bolívar todo un fin de semana. Apenas necesitamos de tres alentadores güisquis y de la invalorable compañía de leales amigos para anunciar públicamente nuestro salto, que no asalto, a la siempre difícil arena política. Y es que ayer, bueno es que lo sepan, señores y señoras, ladies and gentlemans, compatriotas todos, ha tenido lugar, en la cosmopolita ciudad de Caracas, el feliz alumbramiento de una nueva y esperanzadora alternativa de entrega y combate ciudadano: el partido de los FEOS.

Que de cómo la boda de mi alto pana Luis Vargas devino efusivo acto de presentación del grupo político Fuerza Emergente Organizada (FEO por su siglas, feo por sus miembros), será cosa que abordaremos con lujo de detalles en otra oportunidad, ya que la hora actual nos dicta desechar los pequeños encantos del relato anecdótico para arremangarnos la camisa y plantar oposición a tanto desmadre y equivocación de la historia (Cabrujas dixit).

Que los feos están en la calle es un hecho apodíctico, una de esas verdades que no admiten dudas. Sólo requerimos abandonar momentáneamente la paz hogareña, y perdernos entre el bullicioso y dinámico hormigueo de peatones y viandantes, de motorizados y conductores, para obtener debidamente un provechoso e inequívoco, éste sí, contacto con la realidad. Porque, es que todo sea dicho: Ni el régimen segregacional del Míster Venezuela, lamentable expediente estético de fascista raigambre eugenésica, ha podido ocultar lo inocultable: Aquí existe el feo parejo y disparejo, y tal vez sea válido y hasta conveniente ponerles el nombre colectivo de legión, como los demonios bíblicos.

Sin embargo, los feos no han necesitado de la muerte para tener noticias y adelantos del cielo. No olvidemos que la gema más codiciada del Olimpo heleno pertenecía no al aguerrido Ares ni al seductor Apolo, sino al contrahecho Hefestos (hasta cojo era el pobre), quien aún labora sus forjas ubicadas en las profundidades del volcán Etna. Claro que no faltará quien nos recuerde maliciosamente la pronunciada cornamenta que la casquivana Venus ha colocado, a manera de tristérrima diadema, en la crisma del pobre y abnegado Vulcano. A lo que me pregunto: ¿Por qué será Dios mío que, a los ojos del insidioso imaginario popular, los feos que comparten su lecho con despampanantes beldades impepinablemente están condenados a saber de cuernos e infidelidades? ¿Por qué será que a Brad Pitt nunca le montan los cachos? ¡O Nietzsche: inhumano, demasiado inhumano!

Pero en fin, no perdamos el foco ni nos hagamos los locos. No podemos llamarnos a engaño: cruzar el Rubicón debemos (como diría el maestro Yoga, o, más cerca de nosotros, el jedi García Carneiro), sobre todo en estos tiempos donde muchos compatriotas únicamente atinan a ponerse verde ante tanto discurso y simbolito rojo. Y es que la utopía, al igual que el signo monetario, también se nos ha devaluado y hoy tan sólo es el angustioso anhelo de comer tres veces al día. Tan sólo eso. Que sean otros pues los pueblos que se den el lujo de soñar con una sociedad próspera y progresista.

Que duda cabe: Los errores del pasado, y también los del presente, terminaron convirtiéndonos en un país en situación de calle, tal como diría un científico social interesado en minimizar el impacto de su denuncia detrás del burladero eufemístico.

Pero decíamos que nació el partido de los Feos, y es, a este hecho histórico, que debemos circunscribirnos para poder analizar serenamente los duros desafíos que en esta hora menguada le tocará arrostrar y superar al nuevo liderazgo venezolano. El primero de estos retos, acaso el más duro de todos, es la titánica tarea de ganarle la carrera electoral a un demagogo con billete y escasos tiquismiquis, que es algo así, queridos hermanos de fealdad, como intentar levantarle la novia a un Tom Cruise envalentonado por las ganancias milmillonarias de la reciente “Guerra de dos mundos”. No hace falta tener un elevado coeficiente intelectual para intuir que no la tenemos fácil. Pero aquí entre nos, y con el corazón en la mano, ¿cuándo carajo es que la hemos tenido fácil? Porque yo nunca me he enterado…

Ante este ciclópeo desafío sólo toca hablar con la verdad, y decirle a la gente que no será un divertido barranco de fin de semana lo que les espera. No. El Partido de los Feos no está convocando a un alocado weekends o a una extrema e intensa parrillada. Este autobús no va para ahí mismito, no podremos dejarlos en la esquina bien rapidito, y mientras cambia el semáforo. Este viaje es de largo kilometraje, y aunque siempre se podrán hacer paradas para estirar los pies y meterse una bala fría, lo cierto es que nos tardaremos un tiempo en llegar a nuestro destino. Pero aquellos que decidan sumarse a esta travesía deben saber que seguramente la pasarán muy bien porque tenemos buena música, un relajante aire acondicionado y el tesoro invalorable de una excelente compañía.

Sin embargo, aquí en este punto se presenta el segundo gran escollo que deberá ser sorteado por nuestra incipiente (pero nunca insipiente) organización: el riesgo de que nuestras bases naturales nos nieguen y rechacen, porque fuerza es reconocer que ninguno de nosotros se muere por reconocerse feo sin más ni más. Es lamentable, pero es la verdad: en un mundo regido por las frívolas leyes del fashion, ser feo y no estar bueno son dos delitos que nadie debe permitirse. Así las cosas, entonces: ¿Cómo haremos para llegarle al corazón y la mente de todos nuestros queridos feos de base? ¿Cómo llamarlos feos y que no se nos arrechen por ello? ¡Todo esto es tan difícil! Como diría Don Juan Tenorio en la antesala de su particular averno: ¡Cuán largo me la fiáis!

Se me ocurre que como en el fondo se trata de un problema de falsa conciencia de clase (porque para lo único que está bueno un feo sería para hacerse una cirugía correctiva, de acuerdo con la opinión fanatizada de ese talibán lampiño llamado Osmel Souza), los tiros de la respuesta tendrían que ir por esa misma dirección: por una campaña de concientización.

En este sentido, se me ocurre una primera pieza creativa que tendría como imagen a la escultural Norkis Batista, quien aparecería en la entrada de un establecimiento comercial retenida por un diluviano aguacero. En ese momento, llega un carro que se estaciona y baja la ventanilla, de suerte que podemos apreciar el rostro poco agraciado de su dueño. Luego, nuestra monumental Norkis corre presurosa en dirección al coche, y antes de entrar se voltea a cámara para pronunciar el siguiente parlamento: “Yo definitivamente me mojo por un feo! ¿Y tú?” En ese momento, aparece en pantalla el nombre de nuestra gloriosa organización: “Partido de los feos, llega una nueva sensación”. ¡Coño si no nos dan el premio ANDA es porque no pueden con la envidia!

La otra pieza publicitaria sería con nuestros líderes fundamentales interactuando con la comunidad, y registrando con alegría el crecimiento de su público y escuchas. Entonces aparece en pantalla el carismático comentarista deportivo Humberto “Beto” Perdomo, quien mirando a la cámara suelta su pegajosa frase: “Esto está feo, muuuuuuuuuuuuuuuuuuy feo”. Luego aparece en pantalla, el siguiente texto: “Cada día somos más. El partido de los feos, llega una nueva sensación”. ¡Otro palo pues!

¡Ya me imagino a todos los feos del mundo unidos, hermanados por las causas más nobles y elevadas que los seres humanos puedan ambicionar; ocupando los espacios de una plaza infinita (no la de Tianameen, no la Plaza Roja), apiñados como en el comercial del efecto Axel! Lo que falta es que el maestro Joaquín Ortega, compositor de laureados y reconocidos temas musicales, se sirva a escribir la letra de nuestro himno inmarcesible.

¡Vamos a por el poder! Tengan ustedes eso muy claro. Pero vamos al encuentro de ese poder, no con la premura del cuatrero que le entra a saco al codiciado botín, sino con la calma y serenidad de conciencia condignas de las personas que tienen muy claro el papel histórico que les ha tocado jugar.

No andaremos besando viejitas ni cargando muchachos. No estaremos brincando charcos ni simulando un alicate con nuestros agitados brazos. No hablaremos de magnicidio ni de conjuras de la CIA. No conversaremos con Christopher Mann ni con la directiva de la ominosa organización Venezolanos Voluntarios con Bush. Tampoco lo haremos con las celebradas plumas de la venerable triple A. No nos ocultaremos en el Bingo de Las Mercedes ni mucho menos en el Museo Militar. Simplemente haremos política, pero política de altura. Altura en sus miras y en sus alcances. Altura en sus preguntas y respuestas. Y luego, en el fragor del combate, haremos una emotiva pausa para participar con nuestro pueblo en el perreo y el sandungueo. ¡Y es que serán nuestros cachorritos!

No tenemos miedo a ser motejados de frijolitos desde las cumbres del poder. La ponzoña de la mediocridad no surtirá en nosotros su letal efecto. Somos herederos de la ilustrada tradición del gran partido de la Maizina Americana de Alfonso Rivas y Compañía, fundado por los eximios patriarcas José Ignacio Cabrujas y Salvador Garmendia.

Aunque somos de izquierda, no somos siniestros. Somos de centro izquierda, portadores de un mensaje progresista y solidario: la tesis del socialismo liberal. Porque de algo estamos convencidos: el socialismo del siglo XXI será liberal o simplemente no será.

Porque como nos recuerda Michelangelo Bovero, en su imprescindible texto Una gramática de la democracia:


“La democracia no puede ser definida como <> para indicar un supuesto vínculo indisoluble con el proyecto ideológico liberal de realizar un modelo de sociedad en el cual esté garantizada para cada individuo la mayor suma de libertades negativas (libertad como no impedimento y como no constricción). De la misma manera, no puede ser definida como <> para indicar un supuesto vínculo indisoluble con el proyecto ideológico socialista de realizar un modelo de sociedad en el cual esté garantizada la máxima justicia social. Lo que se suele indicar con la noción de democracia liberal, cuando es usada en un sentido correcto y no contradictorio con la naturaleza formal de la democracia, es que un determinado conjunto de principios y valores de tradición liberal (particularmente las cuatro libertades de los modernos) son su precondición indispensable. Pero se debería agregar inmediatamente que un determinado conjunto de principios y valores de tradición socialista (de manera particular la equidad en la distribución de los recursos primarios) constituyen la precondición de aquella precondición. En otras palabras, una forma de Estado de Derecho que proteja las libertades individuales fundamentales, y una forma de Estado Social mínimo que satisfaga las necesidades primarias esenciales, constituyen los elementos de valor, <> y <> (o <>) respectivamente, que permiten, en principio, a la democracia, no ya convertirse de formal en sustancial, sino más bien, permaneciendo formal, no volverse, en mayor o menor medida, una democracia aparente”


Los feos ya están en la calle. Y tú Chávez, si eres de aquellos que no le gusta caerse a mentiras frente al espejo, deberías convencerte de que no te conviene meterte con nosotros.

¡Tienes razón Beto! Esto está feo, muuuuuuuuuuuuuuy feo.