jueves, septiembre 08, 2011

Correr

«En los Juegos Interaliados de Berlín, en 1946, al ver detrás del cártel de Checoslovaquia a un solo atleta desmañado, todo el mundo se ríe. Y cuando ese atleta, que no se ha percatado de que ha sido llamado para participar en la prueba de su especialidad, atraviesa el estadio como un loco gritando y agitando los brazos, los periodistas sacan veloces sus libretas. Pero después, cuando en los cinco mil metros y ya con una vuelta de ventaja acelera sin parar y cruza la meta en solitario, los ochenta mil espectadores estallan en un clamor. El nombre de ese muchachote rubio que siempre sonríe no lo olvidarán nunca: Emil Zátopek».
Así comienza el editor Jorge Herralde el comentario de contraportada de la última obra del escritor francés Jean Echenoz: Correr (Anagrama, 2010). Un texto difícil de clasificar, porque, aunque a ratos asemeja una semblanza redactada en clave periodística, no tarda en asombrar con fogonazos de auténtica maestría literaria. No hablamos aquí de una novela histórica. Sin embargo, en sus líneas se ven retratadas las características más inquietantes de la Checoslovaquia oprimida por dos totalitarismos.
En la joven república ocupada por las fuerzas alemanas, el tímido Emil no es un buen estudiante. Con suerte consigue un puesto en la industria del calzado. A la salida del trabajo, sus compañeros le insisten para que practique el fútbol; piensan que su espigado tamaño pudiese brindarle algunas ventajas en el juego aéreo. Pero luego de varios autogoles y costosos errores, la falsa promesa queda excluida de las caimaneras. De vuelta a la soledad, Emil se dedica a buscar una disciplina deportiva cónsona con su naturaleza: empieza a correr. No tiene estilo ni método, pero cuenta con un talento innato para cubrir largas distancias. Se inscribe por curiosidad en varias carreras de aficionados. La mayoría de ellas las gana con facilidad. El buen desempeño no pasa desapercibido, y el Ejército checo le extiende una beca de estudio y la posibilidad de representar al país en las competiciones de atletismo entre fuerzas castrenses.
El éxito logrado en Berlín, en la exigente prueba de los cinco mil metros, confirma las suposiciones más optimistas de los entrenadores militares: Emil Zátopek es un fenómeno, «un motor excepcional sobre el que se han olvidado de montar la carrocería». La cosecha de cuatro medallas de oro y una de plata, en dos citas olímpicas, catapultan al joven corredor, al hombre fuerte de la maratón, al atleta que «odia ver la espalda de sus adversarios», a la categoría de héroe nacional. Su nombre resuena en el panorama deportivo y su presencia es requerida en las grandes ciudades del mundo, particularmente en las capitales de las potencias capitalistas. Las autoridades del partido comunista comienzan a sospechar la inminencia de ciertos riesgos:
«Se reúnen los altos mandos. Todos convienen en que Emil, cómo no, es un fenómeno del socialismo real. Pero por eso mismo es preferible guardárselo, economizarlo y no enviarlo demasiado al extranjero. Cuanto menos se lo vea, mejor. Porque sería una auténtica lástima que por una cabezonada, durante alguno de esos viajes, se pasara al otro bando, al inmundo bando de las fuerzas imperialistas y del gran capital. Por consiguiente convocan a Emil, que acaba de ser invitado a participar en una prueba internacional de cinco mil metros en Los Ángeles. Camarada, le dicen, el comité militar ha decidido que, en lo sucesivo, no podrás participar en ninguna competición deportiva sin previa autorización. Conforme, dice Emil, pero eso no cambia nada. Hasta ahora se me han concedido esas autorizaciones. Pues ahí está camarada, a partir de ahora ya no las recibirás. Puedes retirarte».
A partir de este momento el relato de Echenoz se vuelve hacia la carrera que Zátopek no consiguió ganar. La mítica resistencia de la «locomotora checa» fue sucesivamente quebrada por los movimientos lentos y sinuosos del Estado totalitario, ése que no soporta el culto de una personalidad distinta a la del jefe supremo. El mismo Estado que tergiversa sus declaraciones, lo retira de las pistas, lo separa de su esposa, lo condena por seis años a la radiación de las minas de uranio y lo obliga a firmar una confesión apócrifa donde muestra su arrepentimiento por sus deleznables dudas contrarrevolucionarias.
Como dice Tvetan Todorov en la introducción de su libro La experiencia totalitaria: «Para la mayoría de los habitantes de una sociedad comunista, la idea de huir al extranjero y volver a empezar la vida desde cero es sencillamente inimaginable, ya que es demasiado tarde, todo el mundo está atrapado en una red de relaciones que resultan difícil de romper, y además esta lepra del alma, el espíritu totalitario, lo ha cambiado por dentro. El hombre sólo tiene una vida y se ve obligado a vivirla en el lugar donde está».

Etiquetas: , ,

3 Comments:

Blogger Señorita Cometa said...

Entiendo el miedo que paraliza a aquel que que no quiere correr fuera de las paredes que lo rodean. Pero para salir a correr fuera de nuestras prisiones debemos tener toneladas métricas de coraje. Yo me atreví a vivir mi vida fuera de las inconsistencias y el despelote y la anarquía. Creo que hubiera muerto de haber permanecido en mi pais de mentira. No niego la nostalgia que me provocan las memorias de ese pais que no existe. Pero hora vivo mi vida de exilada con la certeza de haber tomado la desición correcta. Yo escogí vivir como ciudadana para no perecer como perro callejero o sobrevivir como animalito del monte...Hay una VIDA posible detrás de la pared. Saludos Vampirín.

11:18 a.m.  
Blogger Señorita Cometa said...

horror!, fe de erratas:
ahora (no hora)
decisión (que angustia, me pinchó el ojo!)

11:20 a.m.  
Blogger Rafael Jiménez Moreno said...

Señorita Cometa leí tu comentario y sinceramente no me había percatado de las erratas. Debe ser porque siempre te leo con cariño y me alegro al verte volver. Saludos desde Caracas.

11:49 a.m.  

Publicar un comentario

<< Home