lunes, abril 28, 2008

Los "número uno"


Hay sociedades que arrastran una deformación del sentido de la competencia; rasgo de la psiquis colectiva que se expresa en la incomprensible manía de encapsular cualquier manifestación de la condición humana en los jerarquizados espacios de rankings y clasificaciones.
Apremiadas por la presión social de liderar cualquier grupete, por mísero que éste sea, millones de personas se proclaman diariamente propietarias imbatibles del tope de la popularidad. Una grotesca circunstancia que ha hecho del primer lugar -simple hito numérico en una relación posicional- una suerte de céntrico balneario donde todos los temporadistas del éxito deciden temperar.
¿Pero cuántos "número “uno” pueden existir de manera simultánea en una misma categoría? Si nos atenemos a la lógica, no debiesen ser muchos. De hecho, nos cuesta demasiado trabajo imaginar una igualdad, ora de puntos, ora de resultados, entre infinitos contendientes; sin embargo, la realidad mediática nos señala lo contrario.
Basta revisar las páginas de periódicos regionales para comprobar la ausencia de un candidato a gobernador o de un aspirante a alcalde que no encabece de manera holgada los estudios demoscópicos de su jurisdicción electoral. Pero también en los reportajes de las revistas de entretenimiento resulta difícil identificar a un artista, rapero o reguetonero que no se encuentre instalado cómodamente en la cima de las preferencias populares.
Tal es la intensidad y proliferación de este fenómeno social que ya no constituye una conquista meritoria alzarse con el sitial de honor. El exclusivo solio de los triunfadores se halla hoy prostituido, convertido más bien en una astrosa banca de plazoleta. Vivimos, sin duda, tiempos signados por una pésima distribución demográfica, con valles despoblados y cúspides hacinadas
Lo único malo de la altura es que a partir de cierto nivel provoca soroche o mal agudo de montaña. Una afección respiratoria que causa en los encumbrados adalides un variado conjunto de síntomas: náuseas, dolor de cabezas, falta de apetito y debilitamiento muscular. Aunque lo peor del cuadro patológico viene dado por la formación del edema cerebral de altitud. Con su llegada las funciones cerebrales básicas quedan gravemente afectadas, y se suceden brotes de paranoia, esquizofrenia y megalomanía. En algunos casos, inclusive, se registra el denominado síndrome del “empate técnico” (enfermedad comicial, basada en el manejo politiquero del coeficiente de error muestral de una encuesta)
La apología irreflexiva del primer lugar resulta falsa y peligrosa para cualquier sociedad. Construye un relato emocional que, al restringir mediática y económicamente la noción de “éxito”, tiende a despachar como rezago y estancamiento muchas de las actividades cotidianas de hombres y mujeres. El culto triunfalista olvida la importancia que para el desempeño final tienen factores como la metodología, los valores morales y el trabajo en equipo. Su estresante visión de juego suma cero termina por construir en la práctica un liderazgo que abona el camino para los peores vicios del personalismo. Y es que allí donde no hay papeles de reparto ni actuaciones secundarias sólo existe un modo de aparecer en el afiche, de brillar en escena.
No es tan difícil comprender la fobia que el último puesto -nicho de infortunados y perdedores- puede llegar a despertar en ciertos sectores. Lo que sí resulta cuestarriba entender es el disparatado razonamiento que se empeña en homologar la condición de mediocridad con la obtención de posiciones respetables en el escalafón de competencia (digamos un segundo o un tercer lugar); una tendencia que equivale a eliminar la plata y el bronce del medallero social.
Como dijo el famoso arriero de la ranchera: “No hay que llegar primero, pero hay que saber llegar”. Pero si no podemos, si nuestro destino fuese el no llegar, entonces la meta última sería que la muerte nos sorprenda combatiendo, echando el resto por encima de cualquier depresión, de cualquier abandono, como esa ave descrita por Arturo Pérez-Reverte en su Patente de corso: “La bandada vuela adelante, negra y prolongada, inmensa. Los machos y hembras jóvenes aletean tras el líder de líderes. El más fuerte y ágil de todos. Huelen la tierra prometida y tienen prisa por llegar. Tal vez el ave rezagada es demasiado vieja para el prolongado esfuerzo, está enferma o cansada. Salió al tiempo que todas, pero las demás la han ido adelantando, y se rezaga sin remedio. Ya hay un trecho entre su vuelo y los últimos de la bandada, los más jóvenes o débiles. Un espacio que se hace cada vez más grande, a medida que aquellos se distancian en su avance. Y ninguno mira atrás; están demasiado absortos en su propio esfuerzo. Tampoco podrían hacer otra cosa. Cada cual vuela para sí, aunque viaje entre otros. Son las reglas. El rezagado bate las alas con angustia, sintiendo que las fuerzas lo abandonan, mientras lucha con la tentación de dejarse vencer sobre el agua azul que está cada vez más cerca. Pero el instinto lo obliga a seguir intentándolo: le dice que su obligación, inscrita en su memoria genética, consiste en hacer cuanto pueda por alcanzar aquella línea parda del horizonte, lejana e inaccesible”.

Etiquetas: , ,

lunes, abril 21, 2008

¿Y a ti qué te importa?


Ninguna vida resulta lo suficientemente anodina como para atajar el humano instinto de averiguar sobre sus circunstancias. Nadie precisa convertirse en una intoxicada y decadente estrella del rock para sentir de cerca las feroces dentelladas de la jauría chismosa; bichos de presa que no conocen otro método de socialización que la preguntadera recurrente e indiscreta.
No bien terminas de concluir la primera jornada de tus estudios universitarios cuando un impaciente grupo de familiares te pregunta a quemarropa en que año te gradúas. Luego, a mitad de carrera, no falta el proverbial entrometido que, disfrazado de sujeto previsor, perturba tu paz académica para inquirir -con supuesta preocupación- la fecha de inicio de tu pasantía laboral.
Una vez instalados en el puesto de trabajo debemos afinar nuestros sentidos para encarar con éxito una nueva batería de interrogantes: ¿Cuál es tu paquete socioeconómico? ¿Cuánto te pagan en primas y bonificaciones? ¿Cuánto tienes en el fideicomiso de las prestaciones sociales? ¿Cuándo harás uso de la política de préstamos hipotecarios de la empresa? ¿Cuándo compras carro? ¿Quién te tocó en el amigo secreto? ¿Cuándo te aumentan? ¿Cuándo te ascienden? ¿Cuándo te botan?
En el plano amoroso abundan también los epígonos del cantautor español José Luis Perales: ¿Y cómo es ella? ¿En qué lugar se enamoró de ti? ¿De dónde es? ¿A qué dedica el tiempo libre? ¿Cuándo se va a operar las lolas? ¿Cuándo se van a casar? ¿Cuándo van a comprar apartamento? ¿Para dónde se van de luna de miel? ¿Por qué se pelearon? ¿Cuándo se van a reconciliar? ¿Cuándo encargan el primogénito? ¿Cuándo buscan la parejita? ¿Con quién dejan a los niños? ¿Cuándo le montas cachos? ¿Cuándo metes el divorcio?
Y es que ni siquiera muerto uno consigue librarse de la curiosidad ajena. Pienso sobre todo en ese latoso grupo de cotilleros que, con tal de seguir preguntando, se arremolinan alrededor de un tablero de ouija o contratan a un médium para organizar una sesión espiritista. En verdad, lo único que parece importarles es el total sabotaje de las actividades de ultratumba: ¿Pero cómo es eso por allá? ¿Hay vida después de la vida? ¿El cielo es azul y está lleno de nubes? ¿Hay llamas en el infierno? ¿Existe el purgatorio? ¿Quién viene a buscarnos cuando estiramos la pata? ¿Con cuántos de los panas fallecidos te has encontrado? ¿Has podido conocer al jefe máximo? ¿Cuándo vuelves a reencarnar? ¿En serio esta vaina es hasta el 2021?
Tan desmedido se torna el acoso chismográfico que podemos entender cabalmente la pasión escapista del doctor Pasavento -famoso personaje del novelista Enrique Vila-Matas-, quien, cansado del hostigamiento de esas personas que «nos quitan la soledad y no nos dan compañía», llegó a señalar: “Ahora soy un más que discreto literato escondido, un narrador de escritura privada que mira desde una ventana al vacío y al mar, y sabe que si mira largo rato al abismo, el abismo acabará observándole”.
Puesto a escoger entre dos males, me quedo con aquellas personas que en su abordaje cuasiperiodístico le otorgan preferencia a las preguntas cerradas. Al menos las respuestas binarias, del tipo sí o no, nos permiten satisfacer las expectativas informativas de los interlocutores, sin necesidad de agotarnos en los detalles que supone cualquier explicación.
En un tiempo como el nuestro, signado por el boom de las redes sociales y la explosión demográfica de las telecomunicaciones, pocas cosas se han tornado más excéntricas que el deseo de cultivar un bajo perfil. Cada día se hace más evidente la “farandulización” de la vida pública; la existencia de una sociedad dispuesta a alquilar sus espacios de encuentro como plató de grabación para versiones aficionadas de reality show. Parece que para la audiencia cualquier historia es buena.
Razón no le faltó al inglés Graham Swift cuando en su deslumbrante novela El país del agua definió al hombre como “el animal que pide explicaciones, que pregunta por qué”.

Etiquetas: , ,

jueves, abril 03, 2008

El maravilloso número 7



El lunes 7 de abril, a partir de las nueve de la noche, el hermano Vampiro (Rafael Jiménez Moreno) estará presentando su monólogo sobre el desempleo en el local "En Vivo" (Torre Nord. PB. Avenida Tamanaco de El Rosal. Caracas). Los presentadores de la velada serán los ilustres caballeros George Harris y Andrés Schmucke. Los esperamos en la barra...

Etiquetas: , ,

miércoles, abril 02, 2008

Pero si eres igualito...

Ya he perdido la cuenta del número de sujetos que me han advertido del enorme parecido que tengo con Francisco “Kiko” Bautista, un famoso periodista de la fuente política. Una opinión que seguramente resultará rebatible para muchas otras personas que, en tono zumbón, gustan confundirme con el actor norteamericano Gary Sinise, el humorista venezolano Wilmer Ramírez o el futbolista inglés Wayne Rooney.
Vaya que resulta graciosa esta manía popular de cazar semejanzas entre rostros tan disímiles; suerte de obsesión mundana por homologar la silueta vulgar, anónima y callejera con el ícono exclusivo de alcance global. Tamaño despropósito que debe contarse como una de las pruebas más fehacientes del iluminador principio psicológico que sostiene que la gente sólo aprecia aquello que quiere ver.
No bien terminamos de oír el llanto primero del recién nacido (eco del origen de todas las cosas, según Carlos Fuentes), cuando familiares y amigos de los orgullosos padres se entregan a la apasionante tarea de buscar rasgos físicos que confirmen la exactitud de la relación biológica. De ahí que la madre infiel siempre desee que su tierna criatura sea idéntica a ella; sabe muy bien que el pueblo llano jamás ha asimilado la tesis genética del salto atrás.
Una vez inscritos en el colegio dedicamos no pocos esfuerzos a la vana tarea de salir indemnes de las acometidas singularizadoras de los compañeros más creativos del salón. Es como si una voz interior nos informase que hay asociaciones mentales que aumentan la posibilidad de apodos eternos. Sobre todo cuando la semejanza que ha capitalizado el consenso de los bromistas guarda vinculación con un personaje de una película de terror: ¿Qué dice Chuki? ¿Qué cuenta Freddy Krueger?
Mientras escucho como el vulgo se empeña en comparar a mi padre con Bill Clinton, a mi hermana con Michelle Pfeiffer y a mi primo con Daddy Yankee (a pesar de su pública y notoria carencia de flow), no puedo evitar pensar que con esto de los parecidos ocurre lo mismo que con lo de las reencarnaciones: no hay sitios para los desconocidos. Ninguno de los defensores de la metempsicosis acepta la posibilidad de haber sido un ilota, un paria o un siervo de la gleba en una vida pasada. Por el contrario, quien no fue Alejandro Magno, a duras penas accede a confesarse como Antípatro, Ptolomeo u otro de los generales diádocos. De igual manera, a nadie le gusta ser identificado como el sosias de un individuo que ejerce con apremio la economía informal. Y es que lo verdaderamente glamoroso es derrochar similitudes con estrellas del espectáculo, ídolos deportivos, reinas de belleza, magnates mediáticos o directivos del PSUV.
Dicen las malas lenguas que los venezolanos empezamos a delirar por las copias en el preciso instante en que se nos hizo imposible costear los originales. En este sentido, la culpa histórica recae en los responsables del llamado Viernes Negro, ya que antes de esta fecha -18 de febrero de 1983- la fortaleza del tipo de cambio permitía a nuestras plantas televisivas traer directamente a las estrellas más rutilantes de Hollywood (Frank Sinatra, The Jackson Five, Lee Majors, Farrah Fawcett y el enano Tatoo). Golpe de suerte que favoreció al finado Amador Bendayán, pero no alcanzó a cubrir la incipiente trayectoria de Daniel Sarcos, quien ha debido conformarse con la animación de concursos especiales para seleccionar al doble de Marc Anthony o la mini Shakira.
Otra fuente temible de homologación es la desprestigiada institución matrimonial. De hecho es frecuente escuchar que con el paso del tiempo los esposos terminan por parecerse. Lamentablemente, para ellos, no tanto en el rostro senescente como en aquello que suelen llamar temperamento, el cual va siendo teñido con los aspectos más reprochables y maniáticos del otro. De manera que el individuo puntual se vuelve incumplido, el discreto se hace chismoso y el confiado se torna celoso.
Tertuliano Máximo Afonso, hombre duplicado por la imaginación del portugués Saramago, comparte con los lectores las siguientes reflexiones: “Lo que más me confunde no es tanto el hecho de que ese tipo se me parezca, de que sea una copia mía, un duplicado, podríamos decir, casos así no son infrecuentes, tenemos los gemelos, tenemos los sosias; las especies se repiten, el ser humano se repite, es la cabeza, es el tronco, son los brazos, son las piernas, y podría suceder, no tengo ninguna certeza, es sólo una posibilidad, que una alteración fortuita en un determinado cuadro genético tuviese como efecto un ser semejante a otro generado en un cuadro genético sin relación alguna con el primero; lo que me confunde no es tanto eso como saber que hace casi cinco años fui igual al que él era en ese momento, hasta bigotes usábamos, y todavía más la posibilidad, qué digo, la probabilidad de que cinco años después, es decir, hoy, ahora mismo, a esta hora de la madrugada, la igualdad se mantenga, como si un cambio en mí tuviese que ocasionar un cambio en él, o peor todavía, que uno no cambie porque el otro cambió, sino porque sea simultáneo el cambio, eso sí sería darse con la cabeza en la pared”.
Sólo precisamos agregar una plegaria: Bienaventurados aquellos que no se parecen a nadie.

Etiquetas: , ,