jueves, junio 22, 2006

Extraña teoría de la seducción

Debo confesar que no resisto la tentación de incurrir en ese censurable pecado que el inolvidable Guillermo Cabrera Infante identificaba, con fina ironía, como virtud del periodista. Esto es: hablar de lo que no se sabe.
Y entre las muchas cosas que aún desconozco, pero que sin embargo deseo analizar teóricamente en las próximas líneas -debido, entre otras razones, a la lamentable ausencia de solícitas voluntarias que me ayuden a desarrollar un riguroso estudio práctico- destaca, con singular brillo, el enigmático fenómeno de la seducción.
Encuentro a la seducción muy vinculada con la percepción; proceso humano que se caracteriza fundamentalmente por su carácter selectivo (vemos lo que queremos ver) y condicional (actuamos a partir de prejuicios impuestos por los grupos de pertenencia).
Si reconocemos que percibimos el mundo exterior a través de nuestros sentidos, entonces también pudiésemos admitir que la seducción sólo puede llegar hasta nosotros utilizando sólo cinco canales: la vista, el olfato, el tacto, el oído y el gusto. Desde esta perspectiva, nacida de mi notoria y nunca desmentida falta de oficio, el mejor seductor será aquel individuo que mejor sepa utilizar este abanico de medios perceptivos. Todo lo anterior me permite concluir que el seductor exitoso lo será principalmente porque basa su estrategia en el aprovechamiento de uno o más sentidos aliados.
¿Cuál es el sentido aliado de las personas de buen físico, de la gente que está buena? Por supuesto que la vista, ya que ella le permite apoderarse de la mirada y la atención del otro. ¿Cuál es el sentido aliado de los individuos poco agraciados, de los no muy bonitos? No es el tacto, porque, como es lógico pensar, barrigón, enano, calvo y tocón es como demasiado. Creo que se trata más bien del oído, esa parte de nuestro cuerpo que puede claudicar ante la capacidad humana de articular un relato que consiga secuestrar la imaginación de manera momentánea.
Ahora bien, ¿quien centra su esfuerzo en el sentido de la vista puede realmente jactarse de tener el poder en el juego de la seducción? Pienso que no. No debemos olvidar que en algunos casos el amor es ciego y en otros miope. Es decir, que de nada le sirve a una persona ser bonita si el ojo del otro no la observa, no la identifica como objeto de deseo. Además, el concepto de belleza física es relativo, y una negrita de carnes contundentes puede causar furor en Europa, y una gringuita blanquísima y anodina puede encender pasiones en la costa oriental venezolana.
En cambio el feo –pero no cualquier feo, sólo aquel dotado con capacidad narrativa- ejerce el control de la dinámica seductora en todo momento, tiene un poder sobre quien lo escucha, porque domina su mente y lo lleva a plegarse al ritmo de su historia, a sus pausas, a sus chistes; y así los minutos pasan inadvertidamente, porque como señala el humorista Sofocleto: “El tiempo no se mide con el reloj sino con el aburrimiento”.
Pero si usted tiene dinero y muchas propiedades, pues no se preocupe por ser feo o enano, calvo o gordo, viejo o amargado. A su oportuno auxilio siempre saldrá un poderoso sentido, valioso sobre todo en épocas de apremios económicos: el sentido común.
Y es que, aunque San Agustín sostenga que la medida del amor es el amor sin medida, lo cierto es que en este mundo sabemos de una gran verdad: amor con hambre no dura.
Mucho menos la lujuria.

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viernes, junio 09, 2006

Lo bueno no tiene futuro

Quizás descamine nuestros pasos la tan endiosada sabiduría popular cuando nos advierte que primero se agarra a un mentiroso que a un cojo. Y es que según los estudios realizados por Livingstone Smith, profesor del Instituto de Ciencias Cognitivas y Psicología Evolutiva de la Universidad de Nueva Inglaterra, los tiros parecen ir en otra dirección.
El investigador estadounidense sostiene, en su obra ¿Por qué mentimos?, que la mentira no es sólo un rasgo consustancial de la naturaleza humana, sino también una de las herramientas instintivas más efectivas a la hora de triunfar en la eterna lucha por la sobrevivencia.
“Aunque resulte penoso admitirlo, a menudo los mentirosos ganan en el juego de la vida. La selección natural escoge los rasgos que son ventajosos para los individuos, y mentir es ventajoso. Cualquier persona que no sea capaz de mentir está en desventaja y corre el riesgo de convertirse en un marginado social. Desde una perspectiva evolucionista, el uso sensato del engaño es mucho mejor que la honestidad total”, afirma Livingstone.
Y pensamos nosotros que no hace falta leer su libro para albergar la certeza de que tiene toda la razón. De lo poderoso de su hallazgo dan debida cuenta los numerosos hombres y mujeres que a diario mienten para obtener algún beneficio económico, político o sexual: el bachiller chimbo que se hace de un pomposo diploma universitario para apuntalar su currículo; el próspero comerciante que se declara en bancarrota para evitar el pago de impuesto; el esperanzado particular que adultera su balance personal para acceder a una línea de crédito; el cruzado opositor transmutado en fervoroso revolucionario para así licitar con el Estado; el hombre casado que abjura de su felicidad conyugal, o simplemente esconde el anillo nupcial, para poder horizontalizar en mullido tálamo a cualquier prospecto de amante temporal; o la dama rolliza que martiriza sus cauchos en un Body Miranda Classic, a la espera de un casanova descuidado, susceptible de emboscar.
Y sin embargo, no pensamos analizar aquí cómo la celebrada teoría científica de Charles Darwin ha terminado como impúdico marco teórico de semejante lodazal. Trataremos más bien de desentrañar las razones que hacen que gran parte de nuestros prójimos culminen deslumbrados por el lado oscuro de la fuerza.
En este sentido, el psicoanalista Thomas Szasz ensaya una teoría: “En la eterna lucha entre el bien y el mal, el bien tiene una irreductible desventaja: no tiene futuro, mientras que el mal sí. Como los humanos estamos fundamentalmente orientados hacia el futuro, tenemos un insaciable incentivo para ser orientados por el mal en todas sus formas, esto es, por la culpa y el arrepentimiento, la pobreza y la estupidez, el crimen, el pecado y la locura. Cada uno de estos daños es susceptible, al menos en principio, de ser remediado o corregido de una forma u otra. Pero ¿qué puede hacer una persona con lo que está bien, salvo admirarlo?”.
Queda explicado pues, porque las mujeres los buscan malandros y violentos; porque los hombres las prefieren bichas y traidoras; porque los pueblos los eligen demagogos y autoritarios.
Ya lo ha advertido ese príncipe del Apocalipsis llamado Fernando Vallejo: “El hombre es un mentiroso nato y la realidad no se puede apresar con palabras, así como un río no se puede agarrar con las manos. El río fluye y se va, y nosotros con él”.