miércoles, diciembre 05, 2007

El pueblo lo tiene loco

No cabe duda de que luego de la contundente exhibición de vocación democrática demostrada por el pueblo venezolano en el referendo del 2 de diciembre, el teniente coronel Hugo Chávez Frías, refugiado en la soledad de su oficina palaciega, bien pudiese hacer suyas las tristes palabras que el novelista italiano Claudio Magris colocó en boca de unos de sus tantos personajes heridos por las lanzas de la derrota: “Soy un sujeto peligroso -nada más cierto-, pero sólo para mí”.
Nuestra mente todavía conserva la imagen de un líder revolucionario pagado de sí mismo, que profetizaba, desde las olímpicas alturas de su tarima roja rojita, la inevitabilidad de su designio socialista. En ese momento, el jaquetón de barrio devenido Jefe de Estado, embriagado por la guarapita maluca del poder totalitario, no vacilaba en intimidar al variopinto conjunto de adversarios políticos e ideológicos con el relato, ricamente descriptivo, del catálogo de penas y castigos que, a manera de maldición bíblica, sobrevendría a todos aquellos que intentasen desafiar su voluntad iluminada. “Gobernaré hasta que se me seque el esqueleto”, sentenció con un matonismo que días más tarde le valdría la pérdida de casi cuatro millones de votos de su mitificado caudal electoral.
Chávez es, a no dudarlo, uno de los más brillantes oradores de la escuela retórica de la prevaricación. En este sentido, se torna conveniente leer la explicación del filósofo Umberto Eco: “Sí, como define el diccionario, prevaricar significa «abusar del propio poder para obtener ventajas en contra del interés de la víctima» y «actuar en contra de la honestidad transgrediendo los límites de lo lícito», a menudo quien prevarica, a sabiendas de que prevarica, desea en cierto modo legitimar su propio gesto e incluso, como sucede en los regímenes dictatoriales, obtener el consenso de quien es víctima de la prevaricación, o encontrar a alguien que esté dispuesto a justificarla (...) El que prevarica busca ante todo legitimarse; si la legitimación es rechazada, opone a la retórica el no argumento de la violencia”.
Como el temible gigante mitológico Alcioneo, Chávez sólo es susceptible de ser vencido cuando sus pies ya no pisan la superficie del suelo nativo, que en su caso no es otro territorio -lo acabamos de comprobar con la histórica jornada del pasado domingo- que la violencia y los enfrentamientos reales o simbólicos. Cuando se le traslada al descampado de la lucha pacífica, pluralista y democrática no es nadie. De allí su ontológica renuencia a dialogar con las fuerzas sociales que difieren de sus ideas. Piensa como aquel ensoberbecido líder griego que en un rapto de sinceridad le manifestó a sus débiles rivales melios: “Vuestra enemistad no nos perjudica tanto como vuestra amistad. Vuestra amistad sería una prueba de nuestra debilidad, mientras que vuestro odio es prueba de nuestra fuerza”.
Y así, con su inmensa fuerza burocrática y financiera, más el apoyo de los -hoy nebulosos- seis millones de aspirantes a miembros del Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv), el hasta ese momento invencible Hugo Chávez optó por precipitarse en tromba sobre las huestes tenidas por enemigas. Pero lo intenso del arrebato bélico le hizo olvidar la sabia observación del estratega musulmán Tariq ibn Ziyad, quien en el año 711, a orillas del río Guadalete, le dijo a sus valientes soldados: “No es el número el que pelea, sino el esfuerzo”. Y fue un esfuerzo unitario y comprometido el factor que le permitió a la sociedad democrática venezolana dar al traste con el fantasma decimonónico de la presidencia vitalicia.
Escribió el poeta William Carlos Williams que nunca la derrota es sólo derrota, ya que su llegada abre al vencido un paraje antes insospechado. Sin embargo, el inquilino de Miraflores se negó la posibilidad de contemplar dicho paisaje y sus bondades. Con este gesto desdeñó una verdad muy importante: cuando la derrota elude la impostergable y sincera autorreflexión, para usurpar la voz de los gallardos vencedores, pierde todo atisbo de dignidad, y se hace más ridícula y degradante a los ojos del colectivo. La madrugada del pasado día lunes, el líder de la revolución (“Temo a esas grandes palabras que nos hacen tan infelices”, James Joyce) perdió lamentablemente una excelente oportunidad de quedarse callado.
Tan pronto la directiva del CNE culminó la lectura del primer boletín electoral, y acaso con la vana ilusión de sabotear la celebración opositora, ordenó una transmisión en cadena de radio y televisión. Entre la espesa hojarasca de parla institucional de los primeros minutos, Chávez dejó colar en su intervención la triste realidad de su régimen totalitario, en el cual resulta impensable alimentar la peligrosa herejía liberal de la autonomía de los poderes públicos. Al país entonces le tocó asistir a una confesión tan descarada, que en segundos pulverizó la credibilidad del CNE, y lo convirtió, a lo sumo, en árbitro, pero de caimanas previamente concertadas. Todos escuchamos oírle decir que había girado instrucciones a la señora Tibisay Lucena para que divulgase a la población unos cómputos electorales que él, como el vero chivo que más micciona, conocía ampliamente apenas tres horas después del cierre de las mesas de votación. La diminuta hoja de parra siguió cayendo cuando, con rostro desencajado, calificó de “pírrico” el triunfo del bloque del NO, y advirtió que no retiraría ni una sola coma del proyecto rechazado. “Continuo haciendo la propuesta al pueblo venezolano. Esta propuesta está viva, no está muerta. No se pudo por ahora, pero la mantengo”, indicó.
No sé que tanto de verdad habrá en el reportaje del periodista Hernán Lugo Galicia, publicado en el diario El Nacional el martes 4 de diciembre, donde se nos cuenta que un colérico “Águila Uno” se negaba a aceptar la derrota y trataba de persuadir a los miembros del Alto Mando Militar para que le permitiesen ganar algo más de tiempo. Lo que sí parece obvio es que nuestro personaje nunca se paseó seriamente por la posibilidad de perder. Ello se evidenció particularmente cuando en su deslucida aparición televisiva violó dos preceptos básicos de la oratoria clásica: saber lo qué va a decir y decirlo con soltura y elegancia. De hecho, Chávez incurrió en un acto fallido elocuente y revelador al utilizar impropiamente la palabra “pírrico” por “exiguo”; cuando es archiconocido que el primer término evoca la figura del rey Pirro, combatiente famoso históricamente por lograr todos sus triunfos a costas de importantes y costosas pérdidas. Es obvio que de existir un dirigente con victorias pírricas, en la pasada consulta dominical, ése no puede ser otro que el desafortunado individuo que para obtener el triunfo electoral en doce estados del país debió perder a cambio una considerable cantidad de votos de su caudal electoral -casi cuatro millones- y la gloria terrena del “sí” refrendario.
Herido por la banderilla magistralmente colocada por la sociedad democrática, el otrora temible miura sólo atinó a encomendarse al poder encantatorio de su expresión talismán, el recordado “por ahora”. Pero hoy, tras quince años de historia, la aclamada frase luce acaso como el frío pegoste que evoca la ardiente lava alguna vez derramada por un volcán en erupción. A su más reciente pronunciación le falta el fuego interior que los venezolanos frustrados y desengañados observaron en un lacónico militar insurgente. En aquel momento, la expresión “por ahora”, dado el absoluto desconocimiento de los antecedentes personales del autor, se convirtió en un exitoso referente vacío (de esos que le dan pábulo a las posmodernosas disquisiciones del argentino Ernesto Laclau), en el que cada sector de la nación venezolana no dudaba en proyectar su reivindicación más sentida: libertad, igualdad, honradez, seguridad, felicidad... Hoy, tras tres tristes lustros de historia, el mismo auditorio no se siente remecido en modo alguno por la antigua consigna, y mira con asombro la actitud insolente de quien, a cuenta de ser Bolívar redivivo, se niega a acatar la soberana voluntad popular. Y es que para su desgracia Chávez olvidó que, tal como lo señala el agudo Demóstenes, “las palabras que no van seguidas de los hechos no sirven más que para llevar desilusión a quienes las escucharon o conocieron”. Y luego de casi diez años de desgobierno, la verdad es morto sencilla: Chávez habló como lo que es, como el pasado... como el pasado que es pesado (Cabrera Infante dixit).
El poeta y ensayista francés Pierre Alféri, en su muy recomendable opúsculo Buscar una frase, nos confía la siguiente reflexión: “Producir una frase es un gesto único de instauración, que moldea un origen. La frase inventa una experiencia y pone en ritmo una fuerza (...) su claridad supone entonces, por lo general, su novedad: en general, las frases gastadas ya no se muestran tal como son; en ellas, el acto mismo de frasear ha quedado borrado. Una nueva frase es posible sólo en la medida en que se le busca efectivamente. Pensar quiere decir: buscar una frase”. La madrugada del día lunes pudimos comprobar que el aturdido Hugo Chávez no pensó, sólo sintió. Sintió a los pies el vértigo despertado por los abisales precipicios de la derrota, del rechazo popular. Y sus miedos, y sus reconcomios con el hatajo de incapaces del Comando Zamuro, no resultan hitos ni relatos suficientes para instaurar la presencia de una nueva era en el imaginario colectivo; un imaginario colectivo hoy cautivado por la gesta civil de los estudiantes venezolanos y por el brillo de una frase, ésta sí, exitosa y contundente: “¿Por qué no te callas?”.
Escribo estas líneas y puedo ver en televisión una nueva aparición del prófugo del silencio. Afirma, en esta ocasión, que su gobierno iniciará una segunda ofensiva para lograr la aprobación de su proyecto totalitario de reforma constitucional. “Dicen que Chávez recibió un golpe. Sí, recibí un golpe, pero no me moví ni un milímetro. Sí, recibí un golpe, pero no me han debilitado. Preocúpate imperio. Preocúpate oligarquía apátrida. Golpeen cuantas veces quieran, pero no se equivoquen (...) Les recomiendo que administren bien su pírrica (sic) victoria”.
Quedémonos pues con el consejo dado por este sujeto tan peligroso -sobretodo para sí mismo-. Evitemos festinar los cambios, transitar los atajos violentos e inconstitucionales, otorgar credibilidad a los análisis radicales de los expertos mediáticos. Construyamos más bien un movimiento democrático e inclusivo, que nos permita demoler, de manera definitiva, el apartheid social que existía antes de Chávez y el apartheid político que ahora tenemos con Chávez.
Trabajemos por el advenimiento de una alborada de libertad e igualdad verdaderas, donde no haya lugar para líderes mesiánicos y empeños totalitarios. Construyamos una nueva mayoría que, en su vocación democrática, haga suyas las palabras pronunciadas por Nelson Mandela el 10 de mayo de 1994, en ocasión de su ascenso a la presidencia de Sudáfrica:

“Nuestro temor más profundo no es que somos meramente idóneos. Nuestro temor más profundo es que tenemos poder más allá de toda medida. Es nuestra luz, no nuestras tinieblas, lo que nos atemoriza. Nos preguntamos: ¿Quién soy yo para ser brillante, maravilloso, talentoso y fabuloso? En realidad, ¿quién eres para no serlo? Sois los hijos de Dios. Si actuáis de forma pequeña de nada le sirve al mundo (...) Hemos nacido para manifestar la gloria de Dios que se halla en nosotros. No en alguno de nosotros; está en todos. Y, cuando permitimos que nuestra propia luz brille, inconscientemente le damos permiso a la otra gente para que haga lo mismo. A medida que nos liberamos de nuestro propio temor, nuestra presencia automáticamente libera a los demás (...) Que nunca jamás vuelva a suceder que esta hermosa tierra experimente la opresión de los unos sobre los otros, ni que sufra la humillación de ser la escoria del mundo. Que impere la libertad. El sol jamás se pondrá sobre un logro humano tan esplendoroso”.

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2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Simplemente excelente

3:57 p.m.  
Anonymous Anónimo said...

Amigazo, de nuevo supo incluir usted en sus palabras, el malestar y el asombro, pero también, la reflexión y la esperanza que muchos sentimos ante una de las pocas victorias que nos ha legado este tórrido y sombrío año de decadencias. Un gusto leerlo, siempre.

Luis Yslas

4:12 p.m.  

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