domingo, octubre 31, 2010

Guía práctica para organizar talleres y conversatorios

Una avalancha de programas de formación personal y profesional, de pocas horas de «estudio» y escaso rigor intelectual, amenaza con tapiar a los apesadumbrados hijos de la sociedad del conocimiento. El deterioro de los sistemas públicos de enseñanza, la pérdida de prestigio de los grados académicos (los universitarios de hogaño equivalen a los bachilleres de antaño), el incremento en el número de especialistas por cuenta propia y la necesidad imperiosa de aumentar el grosor de las hojas de vida («ya que no tuve infancia, al menos déjenme tener currículo» ironizaba el gran Carlos Monsiváis) son los factores que determinan este aluvión de charlas, talleres y seminarios. El que menos puja, puja un conversatorio.
Liderazgo, valoración de empresas, gerencia del tiempo, coaching ontológico, programación neurolingüística, búsqueda efectiva de empleo, diseñador de páginas web, manejo de redes sociales, corte y costura, maquillaje, repostería, elaboración de cartas astrales, redacción de guiones, stand up comedy, aromaterapia y feng shui: no hay disciplina, moda u oficio que no pueda ser enseñado o «replicado». El cielo y el monto crediticio de la tarjeta son los límites. Sin embargo, tampoco es que da igual cualquier cosa. El mundo de los negocios nunca ha sido tan sencillo. Debemos reconocer que no es lo mismo surfear en la cresta de la ola que sobrevivir a duras penas al impacto y las secuelas de inundación que siguen al tsunami. Resulta pues de suma urgencia asumir un papel protagónico y satisfacer, con presteza y entereza, las necesidades de formación del mercado. He aquí algunas modestas recomendaciones para montar y dictar, de un modo exitoso, sus propios talleres y conversatorios. Recuerde, en este sentido, las palabras de Santa Teresa de Jesús: «Lee y conducirás; no leas y serás conducido».

Seleccione un tema con «punch»Aunque algunos literatos insisten en afirmar, de manera tremendista, que las personas no son quienes seleccionan los temas, sino que son los temas los que escogen a las personas, lo cierto es que para un organizador efectivo de talleres y conversatorios resulta un deber insoslayable parir el título milagroso que alumbrará el camino a la prosperidad financiera. Lo importante siempre será divagar sobre un asunto nebuloso y que tenga múltiples implicaciones, más que emocionales, sensibleras. Se trata de un error harto frecuente emperrarse con temas especializados, que incluso llegan a tener, ora en su praxis, ora en su corpus teórico, axiomas y leyes (así sean las de Murphy) incuestionables. Este vano empeño sólo puede entenderse a luz de la incapacidad genética que tienen algunos seres humanos para obtener lucro y beneficio, no digamos de una iniciativa empresarial no tradicional sino incluso de la venta de petróleo y sus derivados. Nunca, pero nunca, hay que perder de vista que el objetivo principal es que se inscriba la mayor cantidad de participantes. Proponemos, entonces, la escogencia de títulos que remitan a la superación de un desafío o de una situación indeseada, todo ello trufado convenientemente con pronombres personales y signos ortográficos. Ejemplos: «El éxito está en ti», «Pobre: ¡Salte de esa redoma!», «Gerencia de uno mismo»…

Fije un precio que «descreme» (y despelleje) al mercado

El precio es un adelanto de lo que viene. Si cobra muy barato usted le estará diciendo a su «público-meta» que el conocimiento que pretende inculcarle carece de valor y entidad, que no constituye un verdadero elemento ganador, estratégico y diferenciador a la hora de «las chiquitas». Por tanto, apunte su mirilla bien alto, deje la marginalidad y la cortedad de propósitos aunque sea por un periquete.
Jamás incurra en la imprudencia de hablar de precio o costo; erradique ambas palabras de su léxico forjador de bonanza. Utilice, en su lugar, el término «inversión». De hecho, proceda a anunciar una inversión elevada, cuantiosa, bajo la excusa de que su taller académico —pero sobre todo vivencial— está destinado solamente para veinte personas (o, en su defecto, la cantidad promedio de inscritos en sus cursos). Lo importante es alimentar la ilusión de exclusividad, tan cara a la naturaleza humana; pero, eso sí, sin abusar, ya que estas dos docenas de personas que supuestamente asistirán no serán, en ningún caso, Diego Cisneros, Carlos Slim, Bill Gate, Steve Job, Mark Zuckerberg, Cristiano Ronaldo u Oprah Winfrey.
Eche mano de la noción mercadotécnica de la preventa, e informe de la existencia de una primera, segunda y hasta tercera etapa de venta de boletos (la primera ronda es la más asequible, porque es la encargada de levantar el flujo de caja que cubrirá los costos). Finalmente, estipule entradas a precios más económicos para estudiantes y afiliados gremiales, como una medida de responsabilidad social empresarial o una graciosa concesión a los miembros de la pobrecía.

Active el mercadeo viralSu evento tiene que ser como la gripe: estar en todos lados y ser de fácil transmisión. Bajo el cumplimiento de esta ambiciosa —y contagiosa— premisa, organice una tourné por los distintos medios de comunicación (radio, televisión, prensa escrita y medios alternativos en internet), y si puede también incluya en el cronograma de visitas a diferentes consejos comunales (deseche los tiquismiquis pequeñoburgueses, esa gente tiene plata). En los programas de mayor sintonía deje algunos «cupos» para sortear entre los tuiteros que integran la audiencia. No olvide crear un perfil de su evento en Facebook, y enviárselo, a guisa de spam, a todos sus contactos. Los pobrecitos tendrán la obligación, por temor a ofender su sensibilidad de entrepreneur, de hacerse fans de su último invento para salir de abajo...

Sepulte al público en material de apoyo
Esta es la parte donde usted colabora, lamentablemente, con el calentamiento global, dado que deberá legitimar la eliminación de, al menos, medio bosque para obtener el papel suficiente para fotocopiar las tres resmas del material de apoyo que integrarán su carpeta de lecturas. Tenga en cuenta que, según la extraña mentalidad del asistente a charlas y talleres, el conocimiento se encuentra asociado al grosor de la carpeta. Mientras más páginas posea el material de apoyo mayor seriedad proyectará su conversatorio. Por oposición, folletos de pocas páginas, como esos que son entregados en las reuniones domésticas de Tuperware, delatan la presencia de pacotilla intelectual.
Finalmente, no olvide disponer, bajo la excusa de la toma de notas y apuntes, unas diez páginas en blanco para que los participantes aburridos puedan jugar stop, la vieja, el ahocardo o, simplemente, escriba el número de teléfono de la chica sentada al lado, justo al lado (Carlos Alfredo dixit).

Preséntese como facilitador
Aclare desde el principio que usted es un facilitador, una brizna de paja remecida por el huracán educativo, inclusive un soldado, pero jamás se presente como un profesor. Eso no lo perdona el pueblo.
Este primer baño de humildad fijará el tono de sus futuras intervenciones. Hable siempre como un maestro budista o un guerrero de luz escapado de las páginas de la última novela de Paulo Coelho. No critique ni niegue; mucho menos, afirme o sugiera. Regurgite, en cambio, todo su repertorio de citas célebres de filósofos orientales, así como también las frases más logradas de los libros de autoayuda en boga. No olvide referirse, particularmente, a la moraleja del pescado y de la necesidad de enseñar a pescar. Nunca pase por alto tampoco que el liderazgo es situacional, lo único constante es el cambio y el capital más importante es el capital humano.
Mientras pronuncia sus palabras iniciales, proceda a elaborar mentalmente un primer perfil psicológico de su audiencia. Piense en cuál de las siguientes categorías consigue encuadrar a cada persona: el fugado de la oficina, el coleccionista de diplomas, el intenso metafísico, el saboteador, el que firma y se va, el asistente logístico, el que se cree facilitador, el galán de taller o el que siempre se inscribe en el conversatorio.
Con el grupo debidamente escaneado, comienza la diversión…

Rompa el hieloNo se encadene. Ponga a los muchachos a hablar. Para ello organice una dinámica que permita disipar el malhadado ambiente de claustro universitario. El manual clásico del facilitador recomienda que cada uno de los participantes diga su nombre en voz alta y, en lo posible, de un modo lúdico (¿por qué sus padres le pusieron ese nombre? ¿Qué película le gusta (por delante) y que cantante o actor le fascina (por detrás)? La idea es gastarse una hora del taller.
Haga circular luego una lista de asistencia, cuyo objetivo oculto será recaudar los correos electrónicos y los móviles de los participantes para incorporarlos a una base de datos que luego será vendida, por un precio módico, a un sitio de distribución de spam. Acto seguido, saque otra liebre más de la chistera de las tácticas dilatorias: Inicie un debate sobre las expectativas en torno al taller. Anote en la pizarra acrílica cada uno de los valiosos «insumos» aportados por los participantes. Una vez hecho el listado, camine lentamente hacia el computador y pulse la tecla «enter» para que el video beam proyecte la primera lámina de su presentación multimedia de Power Point. A estas alturas, ya estamos a media mañana. Lo conveniente es llamar al receso de coffe break.

Monte un talk showLa mayoría de la gente no se inscribe en charlas y asiste a talleres para aprender nuevas destrezas y conocimientos, sino para pasar un rato diferente y, al cabo de unas cuantas horas, obtener otro certificado de asistencia que adjuntar al currículo. Parafraseando a la famosa cantante Cyndi Lauper, los chicos sólo quieren divertirse. Por eso, acepte que el protagonismo no le pertenece. Ayude a esa gente a olvidar el estrés. Organicé dos o tres juegos de «intercambio de roles» y coloque música y contenidos multimedia. Ya en la tarde, anímese a proyectar una película y dar pie a una suerte de cine-foro. Pregúntele a todo el mundo, y no pierda la compostura. No salga de bocón a dar una clase magistral sobre el séptimo arte. Orson Welles ya murió. Más bien, anote en la pizarra acrílica cada una de las «valiosas aportaciones» de los participantes. A modo de conclusión, enuncie una frase hueca y rimbombante con las palabras más utilizadas por los alumnos durante sus intervenciones.

Incentive la participaciónLos buenos facilitadores se esfuerzan, en todo momento, en promover la intervención, sin ton ni son, de todos los presentes; saben que, al igual que cualquier animador de programas televisivos, el silencio es su enemigo. Por eso, siempre haga énfasis en la participación. Elogie todo lo que salga de la boca de los asistentes, incluso los eructos y bostezos. No olvide jamás la máxima de los negocios: los clientes siempre tienen la razón.

Despídase a lo grandeLa ceremonia de cierre del taller o conversatorio es muy especial. Es como la entrega del Oscar o, más patrióticamente, el Premio Ronda. No pase por alto el hecho de que los certificados de asistencia serán los únicos reconocimientos que algunos de los participantes recibirán en sus vidas. Esmérese por hacer algo emotivo, rico en anécdotas. Complemente el ambiente festivo con música, pasapalos y bebidas. Prometa, finalmente, que enviará a los correos personales de todos los presentes las fotos más picantes de la celebración y, por último, quiebre la voz cuando, embargado de emoción, se permita revelarles a sus amados discípulos lo mucho que aprendió de cada uno de ellos.

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miércoles, octubre 27, 2010

Sociología de la hora loca

La clase media venezolana ha sabido dotarse de un complejo y variopinto entramado de prácticas culturales. Manías, hábitos y costumbres que buscan ser respuestas creativas a problemas acuciantes del país. La garita de vigilancia, con el guachimán muchas veces achispado que anota pacientemente el nombre de los visitantes de la urbanización, y la hilera espaciada de «policías acostados», jurados enemigos de amortiguadores y trenes delanteros, constituyen dos intentos desesperados por acabar con la inseguridad que limita la vida en común.
Pero sería un error renunciar a la diversión. El ocio y el entretenimiento son compensaciones justas ante lo fatigoso del trabajo y el estrés. La clase media consigue recuperar las energías pérdidas en los relajantes espacios de los cafés lounch, entre catas gastronómicas y acordes de chill out; sin embargo, también se ha animado a crear ritos de carácter familiar y colectivo, como los baby shower y los open house, concebidos como mecanismos de conservación de su identidad como estrato social. En este contexto sociológico, es donde centraremos nuestro análisis de la práctica festiva conocida como la hora loca.
¿Quién de nosotros no ha terminado enredado en un trencito, de lenta y zigzagueante trayectoria, tan pronto se dejan escuchar los acordes de «Vamos pa’la conga» de Ricardo Montaner? ¿Quién de nosotros no ha girado con rapidez y entrecruzado brazos para así seguir el ritmo de la mediterránea tarantela? ¿Quién de nosotros no ha participado en un corro de tambores que imita una noche en Choroní en el centro de la pista? En verdad os digo, que aquel que esté libre de barrancos que tire la primera piedra…
La hora loca es legítima representante de la globalización. En su disposición musical, hecha de cortos y entreverados ritmos, se funden la cumbia, la polka, la changa, la samba, la lambada, el calipso, la ranchera, el merengue ripiao y la música electrónica. Lo más parecido a este crisol de nacionalidades es un elenco de una telenovela mayamera, donde en un mismo techo conviven un papá cubano, una mamá colombiana, un hijo mexicano, una hija argentina, una suegra venezolana y un nieto portorro.
Puede que a los ojos de las autoridades oficiales y vaticanas la ceremonia de la boda sea interpretada como una legítima unión conyugal, pero sin la celebración mundana de la hora loca el matrimonio carece de validez para amigos, familiares y jodedores. Y no se trata de una actitud que pueda explicarse por una afición disfuncional por el caos y el despelote, ya que en la vida pocas cosas entrañan más seriedad que la organización de la parte estelar del entretenimiento. Cuando analizamos a profundidad el fenómeno de la hora loca llegamos a la conclusión de que, más que un hábito social, parece una franquicia. De hecho, sabemos del surgimiento de una nueva profesión: el «horalocólogo», sin duda un desprendimiento del oficio chic de organizador de bodas.
El horalocólogo se esfuerza por garantizar una pulcra y armónica puesta en escena. Su método de trabajo consta de varias fases. La primera de ellas es la realización de una estricta auditoría de los ritmos incorporados al listado de temas de la hora loca. El objetivo es lograr un producto equilibrado: un exceso de reggaetón, de cumbia o de tambores puede desbordar las bajas pasiones de los participantes, y devenir en la antesala de un episodio orgiástico y barriobajero («Échale carne pa’los perros, échale carne pa’los perros, échale carne»). La segunda etapa pone especial cuidado en la correcta conformación del cotillón, el cual debe incluir: máscaras y antifaces, cintillos con estrellas y sombreros estrafalarios, collares florales y lentes con nariz y bigotes (también son válidos los del tipo Poncharelo), y un ruidoso kit de pitos, matracas y claqueadores. La última y más riesgosa fase es fiscalizar que el trencito borrachístico, inducido pavlovianamente por la conga de Montaner, no descarrile y termine por causar una colisión que dé al traste con los centros de mesas y las botellas de güisqui que los invitados cleptómanos y marginales pensaban llevarse «encaletados». Nunca falta el horalocólogo que sueñe con convertirse en el Joaquín Riviera de fiestas y guateques, y ensaye una megaproducción hollywoodense con zanqueros, escupefuegos, lanzacuchillos y titiriteros (sólo hacen falta orfebres, artesanos, estudiantes de letras y un aviso herrumbroso del Centro Simón Bolívar para que aquello parezca la plaza Morelos).
Los participantes del jaleo viven una sensación catártica y un goce carnavalesco. Tal como el antruejo se erige como una reacción profana ante el predominio y la solemnidad del rito religioso, un contrapunto medieval a la cuaresma cristiana, la hora loca, babel musical, constituye un guiño desacralizador de esa atmósfera hierática propia del matrimonio consumado en el altar eclesiástico. Durante la hora loca se suspende el principio de autoridad, pero también se experimenta la intermitencia de los duros requerimientos estéticos de la sociedad moderna. Entre antifaces y máscaras de rostros contrahechos, la ausencia de belleza no supone una desgracia. Llegados a este punto, echamos de menos al cronista que relate este encuentro de los feos con su patria.
Dice Mijaíl Bajtin, en su estudio clásico La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento: «El carnaval es la segunda vida del pueblo, basada en el principio de la risa (…) Las festividades siempre han tenido un contenido esencial, un sentido profundo, han expresado siempre una concepción del mundo. Los “ejercicios” de reglamentación y perfeccionamiento del proceso del trabajo colectivo, el “juego del trabajo”, el descanso o la tregua en el trabajo nunca han llegado a ser verdaderas fiestas. Para que lo sean hace falta un elemento más, proveniente del mundo del espíritu y de las ideas. Su sanción debe emanar no del mundo de los medios y condiciones indispensables, sino del mundo de los objetivos superiores de la existencia humana, es decir, del mundo de los ideales. Sin esto, no existe un clima de fiesta».
En tiempos recientes hemos presenciado un fenómeno curioso: el salto al mundo cotidiano de la hora loca, o mejor dicho, del concepto caricaturizado de la hora loca. No hablamos ya de la moda gimnástica de la bailoterapia, con su cauda de viejitos moviéndose de un lado para el otro, sino de algo de mayor densidad, que se expresa en Caracas, por ejemplo, en un paisaje urbano grotesco, producto de una arquitectura de estilo hora loca, que junta moles inmensas con pequeños edificios. Aunque también pudiésemos referirnos a la esperpéntica hora loca —y, de paso, nona— que deben encarar a diario los usuarios del Metro de Caracas, degradados en su condición de usuarios y seres humanos. Todo esto por no mencionar las mentalidades estructuradas al ritmo trunco y entremezclado de una hora loca ideológica que une, en apelmazada e indigesta melcocha, al Oráculo del Guerrero, Marx, Lenin, Meszaros, Laclau, Galeano, Samuel Robinson, Guevara, Chomsky, Zamora, Dussel, Kléber Ramírez, Fanon, Zizek, Ceresole y Bolívar (el trencito de la hora loca ideológica es pariente cercano del trencito beodo de bodas y bautizos; no en balde tiene como combustible la concupiscente borrachera de petrodólares).
Afirma Milan Kundera, en su libro Los testamentos traicionados, que en la niebla se puede ser libre, para, acto seguido, aclarar: «Pero eso sí: siempre será la libertad de alguien que está entre tinieblas».

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domingo, octubre 24, 2010

Del suicidio como proyecto de vida


Se suele afirmar insistentemente que la oposición venezolana carece de un proyecto de país. Inclusive se critica con mucha dureza la incapacidad de sus principales líderes para plantear un conjunto articulado de propuestas sociales, políticas, económicas, educativas y de seguridad ciudadana que motiven a la población y sirvan de faro orientador en los años por venir. Despelote y cortedad de miras que, supuestamente, contrastarían con el armónico, coherente, científico y soberano proyecto de país enarbolado por el presidente comandante, bajo la sabia asesoría del cubano Fidel Castro.
No deja de resultar llamativo el desquiciado razonamiento que desea ver la construcción de un país en su sistemático aniquilamiento. No termina uno de entender como acabar con las fuentes de trabajo, comprometer la salud financiera de la industria petrolera, aliarse con sátrapas de países forajidos, desmontar el sistema público de salud, desmadrar el endeudamiento externo, descuidar la atención epidemiológica, ideologizar la educación técnica y profesional, incentivar la corrupción e irrespetar la constitución puede simbolizar, para un colectivo, una noción de futuro. Sería tanto como pretender ver en la eutanasia o en el suicidio dos serios y respetables proyectos de vida.
Escribe Claudio Magris, en su libro El infinito viajar, que a veces la herrumbre resplandece como una espada encantada. Acaso sea este relumbrón el que enceguece las retinas de aquellos que se empecinan en percibir rescates patrióticos y reivindicaciones obreras donde sólo hay arbitrariedad y depredación. Estadísticas recopiladas por el Observatorio de Derechos de Propiedad de la Asociación Liderazgo y Visión nos revelan que el gobierno bolivariano suma ya la bicoca de 1.237 expropiaciones e intervenciones administrativas. El estado más perjudicado por esta escalada oficial, de dudosa legalidad, es el Zulia, con 492 casos. El Distrito Capital y Táchira le siguen, a cierta distancia, con 183 y 76 casos respectivamente.
La lucha contra el latifundismo y el fortalecimiento de la producción agrícola han servido como justificación para la expropiación de 633 fincas, hatos y terrenos. Sin embargo, la autenticidad de la excusa queda en entredicho cuando, en una investigación periodística del reportero Johnny Ficarella, oímos relatar que en la Hacienda San Luis (Calabozo, estado Guárico), expropiada en noviembre de 2009, únicamente se han cosechado cuarenta berenjenas durante un año. Con este avasallante ritmo de producción, y los innumerables contenedores de comida descompuesta de Pudreval, la seguridad alimentaria del pueblo venezolano está punto menos que asegurada… ¡En verdad, qué hermoso proyecto de país!
Pero la pulsión de muerte y autodestrucción, que según algunos representa la vida, no se detiene allí. El gremio empresarial informa acerca de 174 industrias y comercios expropiados en lo que va de año. El ex presidente de Conindustria, Eduardo Gómez Sigala, denuncia: «Las acciones gubernamentales han afectado a empresas eléctricas, mineras, petroleras briqueteras, hoteleras, bancarias, de construcción, de alimentos, telecomunicaciones y de entretenimiento, como el Complejo Teleférico del Ávila. Ninguna de estas empresas funciona mejor que cuando estaban en manos privadas. Muchas están paralizadas en su totalidad y varias de ellas, como Invepal, han tenido que recapitalizarse tres veces porque no salen de la quiebra y la ruina financiera».
Esta manía de meterse en todo, de controlarlo todo, le ha costado a la Nación cerca de 30 millardos de dólares, según cálculos efectuados por la consultora Econoanalítica. De esta deuda, sólo la mitad ha sido cancelada; principalmente a empresas de origen transnacional. Los mexicanos de Cemex y los argentinos de Ternium Techint han compartido la suerte de sus homólogos venezolanos.
La política de expropiaciones es complementada por una ubicua propaganda protagonizada por empleados jubilosos por la llegada del socialismo del siglo XXI a sus puestos de trabajo. Las personas que aportan su «desinteresado» testimonio se afanan en proclamar el fin de una época de negligencia, improductividad e injusticia capitalista, y el advenimiento de una etapa superior de felicidad y realización de la clase proletaria. Sin embargo, las crecientes protestas callejeras de los trabajadores de las estatizadas empresas del aluminio, reseñadas en los principales medios de comunicación, derrumban las pomposas mentiras revolucionarias. Lo cierto es que las nacionalizaciones robustecen la burocracia, coartan la iniciativa empresarial y no crean puestos de trabajo.
El futuro que les espera a estos trabajadores revolucionarios no resulta difícil vaticinarlo. Apunta Czeslaw Milosz, en su libro El pensamiento cautivo: «El trabajador socialista no puede defenderse contra la explotación de su nuevo patrón, o sea el Estado. Los representantes del sindicato (que, como todo lo que existe en el país, es un instrumento del Partido) y la dirección de la fábrica constituyen un cuerpo único, cuyo objetivo es aumentar la producción. Se les dice que la huelga es un delito: ¿contra quién irían a la huelga? ¿Contra ellos mismos?; pues los medios de producción y el Estado les pertenecen. Semejante explicación no es, sin embargo, demasiado convincente. Los objetivos del Estado no son idénticos a los de los obreros, a quienes les está prohibido decir de viva voz qué es realmente lo que desean».
Los oxímoros tienen sentido y lustre en el mundo de las palabras, entre los narradores de Borges. En el plano existencial, sólo son desmañados intentos de ocultamiento de las intenciones, de mistificación de la realidad. Los países invadidos por la pulsión autodestructiva se pierden en la noche de los tiempos cuando pretenden hacer del suicidio colectivo su proyecto de vida. Negar la propiedad privada y la iniciativa empresarial jamás conducirá a los ciudadanos al encuentro de una sociedad de iguales ni mucho menos al esplendor del sistema democrático.
Como nos recuerda el historiador estadounidense y experto en historia rusa, Richard Pipes, en su imprescindible libro Propiedad y libertad: «Un rasgo muy significativo en la antigua Grecia era la estrecha relación que existía entre la propiedad y la libertad política y civil. La amplia distribución de la propiedad, especialmente sobre la tierra, que era la principal fuente de riqueza productiva, hizo posible que surgiera en Atenas el primer régimen democrático de la historia. En el resto del mundo antiguo, el Estado era el dueño de los recursos económicos y, como resultado de ello, la población terminaba sirviendo al Estado, lo que le generaba numerosas obligaciones y no le garantizaba ningún derecho (...) La tendencia del mundo contemporáneo parece indicar que los ciudadanos de las democracias están dispuestos a entregar sus libertades despreocupadamente a cambio de la igualdad social (junto con la seguridad económica), sin tener en cuenta las consecuencias de esta decisión. Pero la pretensión de alcanzar la igualdad, irónicamente, no sólo destruye la libertad sino también la propia igualdad, pues como demuestra la experiencia del comunismo, los encargados de garantizar la igualdad social reclaman para sí privilegios que los elevan por encima del común de la gente. También trae como resultado una corrupción generalizada, porque la élite que monopoliza los bienes y servicios espera una compensación a cambio de su distribución».
En Venezuela, con el aumento de las expropiaciones, no progresa la economía. Tampoco la clase obrera. Avanza, eso sí, el proceso de conversión de individuos soberanos a personas del Estado. Una distopía que, de manera magistral, avizora el austriaco Thomas Bernhard en su novela Maestros Antiguos: «El Estado piensa, los niños son niños del Estado, y actúa en consecuencia y, desde hace siglos ejerce su efecto devastador. El Estado es quien da a luz en verdad a los niños, sólo nacen niños del Estado, ésa es la verdad. No hay niño libre, sólo hay el niño del Estado, con el que el Estado puede hacer lo que quiera. El Estado trae a los niños al mundo, a las madres sólo se les convence para que traigan a los niños al mundo, es del vientre del Estado del que salen los niños, ésa es la verdad. El Estado da a luz a sus niños en el Estado y no los deja ya. Vemos, adondequiera que miremos, sólo niños del Estado, alumnos del Estado, trabajadores del Estado, funcionarios del Estado, ancianos del Estado, muertos del Estado, ésa es la verdad. El Estado fabrica y permite únicamente seres del Estado, ésa es la verdad. El ser natural no existe ya, sólo hay seres del Estado y, donde existe aún el ser natural, se le persigue y se le acosa a muerte y se le convierte en hombre del Estado. La Humanidad no es hoy más que una inhumanidad, que es el Estado. Ésa es la verdad».

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domingo, octubre 17, 2010

Blasfemia

Un régimen que supuestamente es ateo alerta al mundo sobre la comisión de una blasfemia. El tiránico partido comunista chino anuncia la inminente ruptura de relaciones con el gobierno noruego, como protesta por el otorgamiento del premio Nobel de la Paz al escritor Liu Xiaobo, activista por los Derechos Humanos y uno de los sobrevivientes de la matanza de la plaza de Tiananmen ocurrida el 4 de junio de 1989.
Liu, de 54 años de edad, fue condenado por el Tribunal Municipal número uno de Pekín, el 25 de diciembre de 2009, a once años de arresto y dos años de privación de los derechos políticos por el delito de «incitación a la subversión contra el poder del Estado». Tan temible acción subversiva consistió en promover la publicación de la «Carta 08», documento suscrito por más de 300 intelectuales, donde se exigía a los jefes del partido comunista la efectiva entrada en vigencia de los principios fundamentales del constitucionalismo moderno como la libertad de expresión y el respeto al pluralismo político.
Con su pronunciamiento a favor del disidente chino Liu Xiaobo, los miembros del comité Nobel del parlamento noruego se apartan de las conductas acomodaticias y gatopardianas de los más conspicuos organismos multilaterales que, al tratar de defender la integridad de las soberanías nacionales, funcionan en la práctica como agrupaciones cuasi-sindicales de mandatarios proclives a irrespetar los derechos humanos de sus gobernados y a desconocer las instituciones republicanas que limitan el ejercicio omnímodo del poder. Un recordatorio de que los pueblos están formados por hombres y mujeres y no por mercados y superávits comerciales.
«Desde hace unos años, los países occidentales han aflojado la presión en el tema de los derechos humanos, debido a la fortaleza de la economía china. Quizás esta sea una de las razones por las que el comité del Nobel ha concedido el premio a Liu Xiaobo. Con el galardón, está diciendo a esos países que reconsideren profundamente su posición. Los culpables del cuestionamiento del modelo político chino han sido las propias autoridades comunistas. Lo más inteligente sería que el presidente, Hu Jintao, y el primer ministro, Wen Jiabao, declaren una amnistía y liberen a Liu Xiaobo. Así se ganarían el respeto del mundo y de los ciudadanos chinos», comentó en entrevista concedida al diario madrileño El País, Shang Baojun, abogado defensor del Liu Xiaobo.
Sin embargo, por allí no van los tiros. El vocero del partido comunista chino, Ma Zhaoxu, ratificó que quien apoye el reconocimiento internacional del escritor disidente odia a China y apoya el florecimiento de la delincuencia política. «Algunos políticos y gobiernos elogian la entrega del Nobel a Liu Xiaobo. Me pregunto cuáles serán sus verdaderas intenciones. ¿Será acaso qué están resentidos por el desarrollo de China y odian el sistema político que ha hecho posible semejante milagro?», sentenció el suspicaz Ma Zhaoxu
Como suele ocurrir en el mundo comunista, el indignado testimonio de supremacismo moral viene acompañado de medidas de retaliación: el gobierno chino, ese dechado de virtudes que la revolución bolivariana se empeña en venderle a la sociedad venezolana, ordenó el arresto de la poetisa Liu Xia, por haber intentado comunicar a su esposo la obtención del prestigioso premio. En un mensaje de Twitter Liu Xia pidió a sus familiares: «Hermanos, ya he regresado. Me encuentro bajo arresto domiciliario y no sé cuando voy a poder verlos. Mi teléfono ha quedado dañado y no puedo recibir llamadas. Cuando todo se tranquilice, por favor, ayúdenme a presionar».
Ante este abominable episodio, el nuevo liderazgo latinoamericano volvió a demostrar de qué fibra moral está hecho. Al igual que su homólogo Lula da Silva, quien hace dos meses se negó a interceder ante el gobierno del «hermano» Mahmud Ahmadineyad, a favor de la suspensión de la pena de muerte de la iraní Sakineh Mohammadi Ashtiani por el delito de adulterio, el presidente Hugo Chávez Frías ya procedió a secundar el reclamo diplomático del partido comunista chino.
«El gobierno chino, haciendo uso de su independencia y soberanía, reclama por el premio a este señor que está preso allá. Resulta que le dieron el premio Nobel a un ciudadano disidente y contrarrevolucionario, que está preso en China, seguramente por violar leyes de China», señaló el jefe de Estado venezolano.
Esta actitud, de innegable raigambre «humanista», se halla en perfecta concordancia con el anuncio, hecho a propósito de la aprobación de fondos para la remodelación del Hospital Pérez de León de Petare, de que la revolución bolivariana no entregará recursos a las regiones en manos de alcaldes y gobernadores «escuálidos», ni siquiera cuando se trate del sistema público de salud. También se encuentra en absoluta concordancia con la ilegal permanencia en reclusión de los diputados electos, por voluntad popular, José Sánchez Montiel «Mazzucco» y Biagio Piglieri.
En tierras del altiplano boliviano, nuevamente las palabras del titiritero sirven de acicate para que el obsecuente guiñol simule balbucear las suyas. Misterio de lo vicario que explica como Evo Morales, inmortalizado días antes en un video deportivo como coceador impune y alevoso —desde ya legítimo favorito a la obtención de la edición del Premio Nobel de la Paz 2011— se haya animado a tildar de «imperialistas» a los integrantes del comité Nobel. «He llegado a la conclusión de que el premio Nobel jamás va a ser para movimientos sociales o personalidades anticapitalistas y antiimperialistas. De eso estoy convencido. Por ejemplo, yo nunca lo obtendré porque soy considerado un líder antisistema». ¡Pobrecito Evo, tendrá que conformarse con un documental prepagado de Oliver Stone y un paseo por la alfombra roja del Festival de Venecia!
Esta semana en Madrid, el búlgaro Tzvetan Todorov presentó La experiencia totalitaria, su más reciente libro (editado por Galaxia Gutenberg). En el prólogo de la obra, el famoso sociólogo realiza esta inquietante confesión: «A mi llegada a París, como estudiante proveniente de una sociedad totalitaria, me sorprendió que los jóvenes universitarios franceses no ocultaban su simpatía con el comunismo, soñaban con un régimen similar a aquel del que yo acababa de escapar, y se lamentaban de vivir en uno que les permitía llevar su envidiable existencia. Cuando me reunía con otras personas procedentes de los países de la Europa del Este, compartía con ellos mi asombro por la ingenuidad de los jóvenes franceses».
El ejercicio de la libertad es la mayor blasfemia que se puede cometer en el comunismo, esa extraña Nueva Fe que para justificar los ominosos crimenes cometidos en su nombre se atreve a defender la verdad con la mentira.

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