martes, abril 30, 2013

La pura verdad


A dieciséis días de las elecciones presidenciales la única tendencia irreversible que se percibe en el horizonte es el desprestigio del CNE. La misteriosa negativa a facilitar la consulta de los cuadernos de votación acentúa en la ciudadanía la amarga sospecha de la comisión de un fraude contra la voluntad popular.
Nuevamente los venezolanos presenciamos la contradicción de funcionarios públicos que vocean paladinamente su grandísima talla moral para al final del día verse arropados en una bruma de circunstancias turbias, oscuras, poco transparentes. El chavismo, como las buenas religiones, se nos revela así como una cuestión de fe, como el deseo fanático de creer en aquello que no se puede ver, en aquello que no tiene modo de comprobarse. Ganaron porque ganaron. Ya no se discuta más. Palabra del Señor. Te alabamos Señor.
Y sin embargo, uno, modesto escribidor, hereje democrático, no deja de preguntarse por qué razón el Poder Electoral no efectúa una auditoría comicial con arreglo a los criterios planteados por el comando de campaña del candidato Henrique Capriles Radonski. Si es verdad toda la propaganda que se nos ha remachado hasta la saciedad (en comerciales de una insufrible estética entre ñángara y hippie), y Venezuela cuenta con la solvencia del mejor sistema mundial de automatización del voto, ¿qué problema supone para los administradores de un sistema electoral tan blindado facilitar la revisión detallada de los cuadernos de votación, dar el reporte de incidencia de las captahuellas, consignar el estatus de autenticación del elector de cada mesa electoral (desglosada por coincidencias, no coincidencias, votantes sin huellas dactilares no registradas y votantes sin miembros superiores), entregar el registro por mesa de solicitudes de desbloqueo de máquinas e iniciar la auditoría de «no duplicidad» de huellas dactilares?
Si es una certeza impepinable, una verdad inconcusa, que las rectoras Tibisay Lucena, Sandra Oblitas, Socorro Hernández y Tania D’ Amelio ponen sus manos en el fuego por la invulnerabilidad del sistema electoral venezolano, entonces ¿qué problema puede suponer, para los destinos del país, mostrar a los técnicos de la unidad democrática las actas de escrutinio, las cajas de resguardo de los comprobantes de votación, las actas de registro del voto asistido, la bitácora que relaciona a las máquinas de votación con los servidores de totalización, la bitácora que relaciona al sistema de autenticación integrado (captahuellas) con los servidores del CNE y el protocolo de comunicaciones por red telefónica fija, red telefónica celular y red satelital?
¿Por qué tanto miedo a dar cuenta del trabajo hecho, si efectivamente el triunfo del heredero del chavismo es dizque irreversible? ¿Por qué la señora Tibisay Lucena anuncia al país su negativa de abrir los cuadernos de votación luego de que Nicolás Maduro conversase en La Habana con su tutor Raúl Castro, una asesoría política que le costó a nuestro país la bicoca de dos mil millones de dólares en supuestos tratados de cooperación bilateral? ¿Por qué, según una noticia publicada en el diario madrileño ABC, el organismo que blasona de ser árbitro imparcial (caso patético éste de un sedicente poder público que se emperra en hacerse pasar por colegiado de fútbol) se reúne con técnicos del Frente Francisco de Miranda del PSUV para diseñar la distribución de los centros comiciales (como los centros electorales instalados en refugios para damnificados o el centro electoral montado en la Unidad Educativa Ché Guevara, en manos de la guerrilla, y donde Maduro ganó con 99 % de los votos escrutados), franquear el acceso al padrón electoral y entregarles equipos informáticos para la inscripción de personas en el registro electoral? Este último señalamiento concuerda, por cierto, con la denuncia hecha por Alfredo Weil, directivo de Esdata, quien informó acerca de la inscripción de 50 mil nuevos votantes en el REP, a pesar de la orden de cerrar el registro para la elección del 14 de abril («Capriles ganó con 52 % y una diferencia de cuatro puntos». El Universal. Domingo 28 de abril de 2013. Página 5).
Violaciones que se unen al empleo de recursos del Estado a favor de Nicolás Maduro,  al uso abusivo de las cadenas de radio y televisión, al hostigamiento a los empleados públicos, a la guerra psicológica para sembrar dudas sobre el secreto del voto, a  la intimidación de votantes por parte de bandas motorizadas, a la instalación de puntos rojos (quioscos de activistas del PSUV) en los centros electorales el día de la votación, a la multiplicación de casos de votantes asistidos por terceros, a la entrega irregular de documentos de identificación, al saboteo oportuno de máquinas electorales en circuitos adversos al gobierno, al manejo arbitrario del horario de cierre de las mesas y la quema clandestina de material electoral.
Mientras el silencio cómplice de las rectoras del CNE sume al país en una atmósfera de ansiedad e incertidumbre, la dictadura trabaja paralelamente en dos escenarios. El primero de ellos, conseguir la legitimación internacional, mediante el apoyo diplomático expresado por los grupos de integración regional conformados por países interesados en dádivas petroleras (los pedigüeños del ALBA) o en jugosos contratos de obras públicas (Brasil y Argentina); también, por supuesto, con el apoyo extracontinental de taifas de prestigio progresista como China, Rusia, Irán, Siria y Bielorrusia. El segundo escenario viene dado por una estrategia de distracción orientada en dos direcciones: (1) la construcción de un expediente judicial que vincule al candidato de la oposición con la muerte de activistas del proceso revolucionario y (2) la promoción de un ambiente de represión política.
En este sentido, resulta imprescindible prestar oídos a la voz autorizada del comunicólogo Antonio Pascuali: «Hete aquí a los pequeños seres que hoy nos gobiernan lanzados en una fuga hacia adelante para más odio polarizador, mostrando que el sadismo no tiene límites, que quedaba espacio para una más paranoica naranja mecánica. Exasperando su rodado mecanismo de proyección de la propia viga en el ojo ajeno, acusan ahora a la oposición de “golpista”, de “fascista” y de “vender la droga del odio” (sic); le prohíben el uso de la calle y vejan en las cárceles a sus manifestantes presos, hablan de encarcelar a su líder Capriles (tildado por el teniente Cabello de “asesino”) y califican a sus partidos de “asociaciones para delinquir”; dan vida a otra depuración de empleados públicos no chavistas y activan sus escuadras “de respuesta rápida” en purísimo estilo cubano; sus tres arpías mayores adelantan desde el CNE, el TSJ y la Fiscalía General de la República graves opiniones contra la oposición, amenazada además de quedar sin voz en la Asamblea, y por el presidente en persona de “radicalizar la revolución… de bajar la gente del cerro para ir a la búsqueda de ustedes”. Una despiadada estrategia de terror de Estado que busca paralizar a la oposición y recuerda las primeras arremetidas del nazifascismo contra la población judía, del franquismo contra los republicanos».
¿Cómo podemos detener esto? ¿Carecemos de fuerza? Aunque estas preguntas luzcan nuevas a los ojos de los venezolanos de este oscuro tiempo, en verdad tienen los años que lleva la humanidad. Ya se las planteaba, por ejemplo, Alexander Solzhenitsyn en el año 1974 cuando fue expulsado de la URSS. El portal prodavinci.com reproduce para sus visitantes un artículo publicado en el Washington Post bajo el título «Vivir sin la mentira», lleno de inaplazables reflexiones: «Las cosas casi han tocado fondo. Ya nos ha afectado a todos una muerte espiritual universal, y la muerte física pronto se inflamará y nos consumirá a todos y a nuestros hijos, pero seguimos riéndonos cobardemente, igual que antes, y refunfuñamos sin modernos la lengua. Nos han robado la esperanza, y hemos sido tan deshumanizados que por la modesta ración de comida diaria estamos dispuestos a abandonar todos nuestros principios, nuestras almas, así como todos los esfuerzos que realizaron nuestros predecesores y todas las oportunidades para nuestros descendientes, pero que no molesten nuestra frágil existencia. Carecemos de firmeza, orgullo y de entusiasmo. No tememos ni a la muerte universal por las bombas nucleares ni a una Tercera Guerra Mundial, y ya nos hemos refugiado en las grietas. Sólo tememos a los actos de valor civil. Sólo tememos separarnos de la manada y dar unos pasos solos, y encontrarnos de pronto sin pan blanco, sin calefacción (…) La vida diaria la define la conciencia. ¿Qué tiene que ver eso con nosotros? ¿Acaso no podemos hacer nada? Pero podemos, podemos hacerlo todo. Nos mentimos a nosotros mismos a cambio de seguridad. No son ellos los culpables de todo, lo somos nosotros mismos, sólo nosotros. Nos han amordazado. Nadie quiere escucharnos y nadie nos pregunta. ¿Cómo obligarles a escuchar? Es imposible cambiar su forma de pensar (…) El círculo, ¿está cerrado? ¿Es que realmente no hay salida? ¿Es que lo único que podemos hacer es esperar de brazos cruzados? ¿Acaso puede cambiar algo por sí solo? Nada sucederá mientras sigamos reconociendo, alabando y fortaleciendo —y no dejamos de hacerlo—, el más evidente de sus aspectos: la mentira. Cuando la violencia se introduce en la vida pacífica su rostro brilla con autoconfianza, como si llevase una bandera gritando: “Soy la violencia. Huye. ¡Déjame pasar! Te aplastaré”. Sin embargo, la violencia envejece rápido, pierde la confianza en sí misma, y para mantener una cara respetable llama en su ayuda a la falsedad. Cuando la violencia no puede posar su poderoso brazo todos los días sobre todos los hombros, entonces sólo nos pide obedecer a la mentira y participar en la mentira. Toda la lealtad exigida descansa en esto. Y la salida más simple y más accesible a la liberación de la mentira descansa precisamente en esto: ninguna colaboración con la mentira. Aunque la mentira lo oculte todo y todo lo abarque, no será con mi ayuda. Esto abre una grieta en el círculo imaginario que nos envuelve debido a la inacción. Es la cosa más fácil que podemos hacer, pero lo más devastador para la mentira. Porque cuando los hombres renuncian a mentir, la mentira sencillamente muere. Como una infección, la mentira sólo puede sobrevivir en una organismo vivo (…) No dejemos que quien no sea lo suficientemente valiente como para defender su alma se sienta orgulloso de sus opiniones “progresistas”. No le dejemos alardear de que es un académico o un artista o una figura reconocida o un general, más bien dejémosle decirse a sí mismo: pertenezco a la manada y soy un cobarde, pero me da igual mientras esté bien alimentado y caliente (…) De modo que cada uno, en su intimidad, debe realizar una elección: o seguir siendo siervo de la mentira voluntariamente —por supuesto, no queda fuera la inclinación a mentir, pero otra cosa es alimentar a la familia, educando a los hijos en el espíritu de la mentira—, o despreciar la mentira y volverse un hombre honesto y digno de respeto tanto para los hijos como para los contemporáneos».
La dictadura se robó las elecciones en Venezuela. Esa es la pura verdad.

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