jueves, diciembre 20, 2007

Bajo fuego

No hay que pisar tierra iraquí para sufrir los rigores del bombardeo inclemente. En Venezuela un grupo de predelincuentes (ahora el término sí cobra sentido) ha jurado acabar con todo vestigio de paz hogareña, explotando, sin previa conformación de una coalición de países, o el apoyo del Consejo de Seguridad de la ONU, toda clase de petardos y cohetes. Un ataque sin fin, que ni siquiera es acompañado, al estilo gringo, con repartos de bolsas de comida.
No hay escapatoria posible ante el capítulo caribeño de Al Qaeda. No importa dónde estés, siempre te alcanzará el largo brazo del idiotismo. Y es que no hay tanques, aviones o cañones que puedan neutralizar, con mediano éxito, las incesantes celadas terroristas de la yihad acústica. Sus fanatizados mujahidines han hecho de los días decembrinos el momento ideal para librar su guerra asimétrica de baja intensidad pero alta sonoridad.
Desde nuestra atalaya ciudadana debemos confesar que no logramos vislumbrar cuál es el objetivo último de esta variante de guerrilla urbana. Nos cuesta mucho precisar el enemigo imperialista frente al cual los miembros de este movimiento extremista han jurado desplegar su cotidiana siembra de angustia y terror. A juzgar por el frenesí con el que gastan sus menguadas quincenas en lotes y lotes de cohetes y petardos, no tenemos más opción que concluir que este acérrimo y odiado adversario jamás y nunca pudiera ser el ominoso tótem del consumismo capitalista. Lo que sí alcanzamos a ver es que cada uno de ellos ofrendaría gustoso su existencia por la clandestina adquisición de uno de los tantos juegos pirotécnicos encendidos por el inolvidable mago Gandalf en la parte primera de la trilogía fílmica El señor de los anillos.
No cabe duda de que lo más frustrante de esta experiencia cuasibélica consiste en comprobar que de nada vale mentalizarse sobre la inminencia del estruendo, ya que una vez registrado el malhadado acontecimiento la víctima siempre terminará pegando un salto; viendo caer, invariablemente, el objeto que con sumo cuidado llevaba en sus manos, el cual, por Ley de Murphy, siempre será de vidrio o carecerá de garantía.
El manido axioma que nos advierte que la violencia genera más violencia se cumple con singular precisión en el cretino submundo de los petardos y cohetones. La demoníaca dinámica del terrorismo acústico comienza en el instante mismo en el que el sujeto obsesionado con el fragor pirotécnico, en libérrimo ejercicio de su naturaleza sociópata, decide torturar los tímpanos de sus vecinos con la detonación de un modesto “matasuegra”. El pundonoroso acto de rebeldía es rápidamente convalidado por otros amantes de la pólvora, quienes se sienten en la obligación (in)moral de enriquecer la ofensiva con la explosión de un tradicional “tumbarrancho”. No pasarán muchos minutos sin que la colectividad pueda percibir las ondas expansivas de los “binladen” y “tumbasambiles”, modernas ojivas de destrucción masiva -al menos de ventanas-, que aniquilarán la calma y el silencio ambientales con la activación inmediata de todos los sistemas de alarmas.
Si por desgracia usted abandona los entrañables predios del hogar sitiado, y encamina sus pasos hacia los tupidos espacios del centro de la ciudad, no podrá evitar convertirse en una suerte de médium (versión criolla del personaje de Jennifer Love Hewitt en Ghost Whisperer), condenado a escuchar voces espectrales que lo azuzan a gastar su dinerito en cebollitas, martillitos, silbadores y otras delicatessen asociadas a la adictiva pólvora.
Llegados a este punto no podemos descartar que uno de estos días un sujeto poseído por el síndrome de disociación sicótica, enloquecido por tanto y tan repetitivo estruendo, decida radicalizar el proceso degenerativo de la vida social. Y así, perdido en el proceloso mar de la buhonería irredenta, flanqueado por interminables hileras de cohetería, invierta sus últimos bolívares débiles en la compra de un letal “tumbagobierno”, bomba atómica que recupere lo ya hace tiempo perdido: el silencio.
¡Que otra cosa podría ser!


PS: ¡Una feliz Navidad para los asiduos y accidentales visitantes de esta modesta página! Mis mejores y más sinceros deseos para cada uno de ustedes. Mucha salud, felicidad y éxitos profesionales.

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1 Comments:

Blogger Inos said...

Los mejores deseos para ud. también, amigo Vampiro... y, por supuesto, KABOOOOOOM!!!

7:50 p.m.  

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