lunes, marzo 10, 2008

Relatos de la sensualidad tardía

Estoy convencido de que los hombres proyectamos dos tipos de sensualidad. Dos catalizadores de la atracción personal que, invariablemente, guardan una estrecha vinculación con el desarrollo particular de un tipo de mirada femenina.
La sensualidad más conocida es aquella que podemos denominar temprana. Ocurre ante los ojos extasiados de mujeres con edades comprendidas entre los catorce y veintiocho años. Posee un carácter marcadamente físico y primitivo. Casi podría decirse que es el eco darwiniano de la selección natural de las especies, de la evolución animal de los más fuertes. El imperativo genético es bastante claro: La sexualidad no se negocia. Por tanto, debe practicarse con los machos más imponentes de la manada; urgencia del cuerpo que encuentra su hábitat propicio en los más fibrosos territorios de la otredad masculina: bíceps corpulentos, abdominales milimétricamente esculpidos.
Sin embargo, la acérrima competencia entre féminas inflamadas de deseo produce caídas abruptas en el inventario de las piezas más codiciadas del ranking cinegético. Sucede entonces que las mujeres -esos enigmáticos seres que, según León Tolstoi, crean la opinión pública- comienzan a esparcir, a falta de víctimas merecedoras de los fuegos sacrificiales de la hoguera nupcial, la malintencionada conseja que proclama la supuesta ausencia de hombres (fenómeno social que en la antigua Lacedemonia se conocía con el nombre de oliganthropía). Tan es así, que no resulta asombroso escucharles testimonios íntimos del tipo: “Duele decirlo amigui, pero en la actualidad ya no quedan hombres. La mayoría de ellos ya están casados; y los pocos que quedan realengos son todos gay”.
De nada vale que machos contrahechos y lujuriosos se sequen sus babeadas comisuras para gritarles a voz en cuello: “Epa ya va, mamita, nosotros estamos aquí, arrímate al sabor...”. Se trata de un diálogo de sordos, de una disposición autista de la feminidad, que únicamente cambiará con la temida proximidad de las tres décadas de vida; hito etario inexplicablemente consagrado por las mujeres como época límite para el matrimonio y el inicio de la reproducción.
Nuestras observaciones particulares sugieren que ninguna dama célibe, en edad de merecer, consigue librarse del todo de esta pulsión colectiva. De hecho, quienes optan por negarla con vehemencia terminan, frecuentemente, padeciendo con mayor violencia la demencial dinámica casamentera -advertimos aquí, que satanizar al matrimonio y deificar el concubinato no pasa de ser un intento bufo de desdeñar la presión social -.
La espada de Damocles representada por el infamante sambenito de solterona -no olvidemos que a partir del siglo veinte se puede vivir con la condición de divorciada- compele a las mujeres a adoptar otra visión. Una mirada más pragmática y menos perfeccionista de las relaciones de pareja. Entonces aparece en el horizonte el segundo tipo de sensualidad masculina, que preferimos denominar tardía. Una sensualidad fáctica, que remite a habilidades prácticas, que en su conjunto convierten la vida conyugal en algo más llevadero. Y es que cuando sólo se piensa en el juramento nupcial, un hombre que sepa planchar se vuelve mucho más sexi que alguien que se haya limitado a cultivar durante toda su vida los famosos chocolatitos de la región abdominal.
Una situación surrealista que ha hecho de mí, un sujeto visiblemente ubicado en las antípodas de los príncipes azules de los cuentos feéricos, en una verdadera explosión de crepuscular sensualidad. Cada día son más las solteras treintañeras que se agolpan en mi casa, estremecidas de placer tras enterarse -casi siempre por boca de familiares indiscretas- de mis crecientes habilidades para las faenas del hogar.
De un tiempo para acá mis citas amorosas se parecen mucho a una entrevista laboral para la contratación de personal doméstico: ¿Estarías dispuesto a lavar tu propia ropa? ¿Estarías de acuerdo con cocinar la comida para la semana? A cada respuesta positiva le sigue una inquietante mordida de labios y una mirada que por un tris no es ninfómana. A veces presiento que un día de estos se animarán a extenderme una orden de exámenes hematológicos y una batería de extenuantes pruebas psicotécnicas. ¡Qué curioso!: Mientras yo las imagino en sedosa lencería, ellas me sueñan con cofia y librea...
Pero como advierte el humorista colombiano Andrés López: el que muestra el hambre no come, y ese tono inconfundiblemente casamentero, que parece decir “préstame tu apellido por un rato, que ya vendrá el divorcio para devolvértelo”, termina por festinar mi fuga. Pienso, por ejemplo, en aquella dama desesperada, de casi cuatro décadas de soltería, que, con un insoportable tono de gerente de Recursos Humanos, me confió a manera de seductora revelación que lo elevado de sus ingresos anuales le permitía financiar mi extravío biológico de escritor vocacional. “Tranquilo bebé, no te preocupes, que yo gano suficiente para los dos”. Recuerdo que luego de despedirla, mi padre, quién ya no halla cómo sacarme de la casa, se me acercó para comentarme: “Avíspate Rafucho, mira que si tú no la agarras, la agarro yo. ¿Es que quién va a pelar esa manguangua de que lo mantengan a uno? ¡La vaina está muy pelúa!”.
No deja de resultar sorprendente el enfoque utilitarista de las mujeres casamenteras, que no dudan en anotar, para efectos internos de su contabilidad emocional, como un gasto de costo hundido -por abandonar la soltería- la convivencia con una pareja económicamente improductiva. Como inversionistas, se dan por bien pagadas si el esposo se limita a asumir los numerosos costes de oportunidad asociados con las labores domésticas. Microeconomía del hogar, que lo llaman.
La sensualidad tardía tiene lugar en un descorazonado y resignado continuum que oscila entre dos ejes: "el menos malo" y "el peor es nada", extremo éste cuyo rasero más poroso podemos identificarlo en el conocido criterio de selección: “Yo sólo pido que no se eche peos... al menos no frente a terceros”.
En fin, al ver a tantas mujeres relajar sus criterios de selección y abjurar de sus ideales primeros, como consecuencia de las numerosas desilusiones que impone la vida, pienso en una inquietante frase del novelista argentino Juan José Saer: “Cuando olvidamos es que hemos perdido, sin duda alguna, menos memoria que deseo”.

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5 Comments:

Blogger fa mayor said...

Por Dios Vampiro, ¿cómo puede ser que no haga usted dinero con ese don alquimista de convertir en belleza la realidad atroz? No lo entiendo.
Saludos cordiales.

4:28 a.m.  
Blogger Rafael Jiménez Moreno said...

Bienvenida Famayor al club de mis amigos, conformado por seres muy inteligentes que no terminan de comprender porque ando en las que ando.
En cuanto a lo del dinero, no sé qué comentarte. Acaso sea el fatum de un ADN sin fines de lucro. Sin embargo, Dios es testigo que he procurado muchas veces ganar mucho más que un salario mínimo.

Gracias por tu visita. Tu página me parece excelente.

6:00 p.m.  
Blogger Inos said...

Me imagino que la realidad no deja de ser atroz por ser bella, amigo Vampiro, y es por ello que sus inspirados textos no terminan de influir en su cuenta bancaria. Las masas esperan que ud. eventualmente se transforme en un Coelho o un Bucay, oloroso a tramoya y escamoteo, para bendecirlo con un best-seller millonario.

No se deje, carajo, aunque el imaginarse entre jóvenes huríes de su probable club de fans lo tiente...

Saludos.

4:24 p.m.  
Blogger Cástor E. Carmona said...

Promueve usted un nuevo paradigma bajo el cual nos ampararemos muchos señores de ahora en adelante: "Coleto mata billete y galán de un sólo mopazo".¡Brillante!

7:42 p.m.  
Blogger Rafael Jiménez Moreno said...

Amigo Inocencio déjeme decirle que el vil capitalismo sabrá muy lo que hace ese hipotético día en que me tiente con las jóvenes huríes de un probable club de fans. A la hora de evitar mi entrada en la lista de los más vendidos, creo que debe confiarse más en mi criticada inconstancia que en la fuerza adamantina de mis convicciones. Reciba un abrazo.

Amigo Cástor, ¡manos a la mopa! Aunque estamos conscientes que en el capitalismo global mucho más vale una OPA.
Reciba un abrazo.

12:35 p.m.  

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