miércoles, junio 25, 2008

Biografía del cansancio


A veces creo que en mi anterior reencarnación trabajé más de la cuenta. Digo esto porque desde que tengo memoria me encuentro cansado, fatigado, presa de incurable narcolepsia.
Mi extrema tendencia al amodorramiento ha despertado una comprensible preocupación en el seno de amigos y familiares, quienes suelen reunirse de manera recurrente en maratónicas sesiones de brainstormings y focus groups con la nada velada ilusión de arrancarme de las mullidas alas del mítico Morfeo.
No me enorgullezco de esta patológica condición. En más de una ocasión he tratado de amanecer preparado para la brega, pero lamentablemente sólo he conseguido mantenerme en pie en calidad de zombi. La triste verdad es que requiero de una tempranera sobredosis de cafeína para conseguir llevar mi extenuada humanidad al hito horario de las diez de la mañana; fase del día en que por fin se torna operativo el binomio cuerpo-mente.
Reconozco que envidio a todos aquellos sujetos que consiguen vivir sin apenas dormir, que inician el turbión de actividades diarias sin el auxilio de ruidosas alarmas. Estos insufribles madrugadores, enemigos jurados del bostezo -ese como contagiante heraldo del sueño-, han forjado a pulso una sociedad inhumana que refleja en sus principales costumbres e instituciones una aguda neurosis colectiva.
Enloquecidos por el insomnio ontológico, no han tardado en proclamar como verdad inconcusa la insostenible patraña de que los hombres y mujeres productivos prescinden del sueño. Amañado relato del éxito que se ha traducido en una atmósfera de cerril intolerancia hacia prácticas tan sanas y recomendables como la siesta o el venezolanísimo camarón. De hecho resulta frecuente observar como muchos de estos individuos afirman, sin viso alguno de personalidad, que únicamente desean dormir el postrero y eterno sueño de la muerte...
Sin embargo, abundan los que duermen con los ojos abiertos, quienes con su rítmico cabeceo parecieran asentir constantemente las más disímiles propuestas. Son aquellos guerreros que suelen apersonarse temprano en la oficina con los ojos lagañosos y el incómodo aliento a café con leche. A primera vista se muestran muy activos pero basta apenas con detallar la seguidilla de errores y despropósitos en los cuales incurren, en los primeros momentos del día, para detectar de inmediato su trasnochado estado.
Tengo por norma de conducta sospechar del raciocinio de aquellos sujetos que se jactan de dormir entre tres y cuatro horas diarias. En mi opinión, no se trata de naturalezas despiertas y vigorosas, sino de individualidades ganadas por la desconfianza y la paranoia. El mundo sólo funciona si ellos están allí con los ojos pelaos.
Como bien reflexiona el sagaz emperador Adriano, invocado por la prosa magnética de Marguerite Yourcenar: “¿Qué es el insomnio sino la obstinación maníaca de nuestra inteligencia en fabricar pensamientos, razonamientos, silogismos y definiciones que le pertenezcan plenamente, qué es sino su negativa de abdicar a favor de la divina estupidez de los ojos cerrados o de la sabia locura de los ensueños? El hombre que no duerme -y demasiadas ocasiones tengo de comprobarlo en mí desde hace meses- se rehúsa con mayor o menor conciencia a confiar en el flujo de las cosas (...) Nunca me gustó mirar dormir a los seres que amaba; descansaban de mí, lo sé; y también se me escapaban. Todo hombre se avergüenza de su rostro contaminado de sueño. Cuantas veces al levantarme temprano para estudiar o leer, ordené con mis manos las almohadas revueltas, las mantas en desorden, evidencias casi obscenas de nuestros encuentros con la nada, prueba de que cada noche dejamos de ser...”

Etiquetas: , ,

miércoles, junio 18, 2008

Eticoterapia

¿Quién de nosotros ha logrado escapar de la eterna y quejumbrosa cantinela sobre un país rico saqueado salvajemente por una minoría de políticos y empresarios corruptos? ¿Quién de nosotros alberga dudas acerca de la importancia de la honradez individual como catalizador fundamental de una cruzada por la regeneración nacional?
No creo que los expertos en publicidad y mercadotecnia, quienes se jactan de crear la mar de necesidades en usuarios y consumidores, logren producir un anhelo colectivo que pueda competir, por lo menos en intensidad, con el venezolanísimo requerimiento de probidad administrativa. Las crecientes señales de humo emitidas por la sociedad civil han sido divisadas por un nutrido grupo de vendedores de ilusiones, que no otra cosa parecieran ser esos señores conocidos coloquialmente como precandidatos electorales.
El afán por atender la necesidad insatisfecha ha supuesto un gran reto para los gurúes del mercadeo político. El objetivo es claro: dar con un producto que logre traducir las actuales preferencias colectivas en caudales de votos y fuentes de financiamiento. Ha sido de esta manera como los venezolanos hemos topado con la Eticoterapia, suerte de cartílago de tiburón que sirve para aliviar todos los males de la República.
El eticoterapista, a medio camino entre el predicador religioso y el conductor de talk show, aprovecha cualquier oportunidad para aleccionar a las masas, a menudo con el auxilio de un pegajoso reggaeton, sobre la necesidad de enarbolar las raídas banderas del decoro y la honestidad. Lo tragicómico es que en sus esfuerzos por rescatar la moral y buenas costumbres arremete, con descomunal saña, en contra del idioma, la inteligencia y el buen gusto. Conceptos clave del corpus ético son dejados de lado. Sus ausencias son suplidas por efusiones anímicas y una incomprensible gritería, que a veces es complementada con estremecimientos pretendidamente orgásmicos.
En su voracidad el eticoterapista ha ampliado su radio de acción. Con especiosos argumentos ha logrado conquistar valiosos espacios en el ámbito privado, específicamente en el competitivo y globalizado mundo de la cultura corporativa, la cual como su media hermana -la cultura popular- tiene amigos a montones. Es allí, en el escenario empresarial, donde pontifica en torno a la necesidad de ejecutar una “agresiva” política de adecentamiento gerencial y ejecutivo, con miras a minimizar costos y maximizar ganancias. Al final de la hojarasca, el mensaje parece ser bastante claro: Abrazar la ética no por convicción, sino por producción.
Lo lamentable de la situación descrita es que los eticoterapistas de marras tienden a reproducirse a velocidad viral, gracias a la profusión de tribunas públicas donde campean la superficialidad del debate y la exultación propia de toda práctica esnobista. A nadie le hace falta consultar un mazo de cartas del tarot, o alguna relumbrante bola de cristal, para saber, con plena conciencia, que los eticoterapistas no forman parten de la solución.
No es ético dejar sola a la ética. Debemos actuar rápidamente, antes que la interesada orientación del debate deje vacía de significado una causa tan noble. En este sentido, la reflexión formulada por el filósofo francés de origen griego Cornelius Castoriadis pudiese convertirse en un valioso punto de partida: "Atravesamos una mala época. Es la época donde se ha inventado ese término soberanamente ridículo de ‘postmodernismo’, para esconder la esterilidad ecléctica, el reino de la facilidad, la incapacidad de crear, la evacuación del pensamiento en provecho del comentario en el mejor de los casos, de los juegos de palabras o de la eructación, con más frecuencia. Época de parasitismo y de pillaje generalizado (...) Debemos asumir que pensar no consiste en salir de la caverna ni en sustituir la incertidumbre de las sombras por los contornos bien definidos de las cosas mismas, la claridad vacilante de una llama por la luz del verdadero sol. Pensar consiste, ni más ni menos, en entrar en el laberinto”.

Etiquetas: , ,

miércoles, junio 11, 2008

Perversa inocencia

¿Existe la inocencia en política? Acaso valga la pena detenerse en una reflexión del novelista checo Milan Kundera en su novela La insoportable levedad del ser. Tomás, personaje central de la obra, sostiene que los regímenes comunistas de Europa del Este no fueron producto exclusivo de seres criminales: para su consolidación también contaron con el apoyo de apóstoles convencidos de haber alcanzado la tierra prometida.
Recuerda Tomás que estas vestales del compromiso popular, una vez acabada la farsa comunista, con su cauda de pobreza y opresión, no se esfumaron con el sistema. Por el contrario, con penosa voz confesaron a sus respectivos pueblos: “Hemos sido engañados. Creíamos de buena fe. Por eso, en lo más profundo de nuestras almas, somos inocentes”.
Ante este “sincero” mea culpa, Tomás pensaba que la pregunta esencial no era si sabían o no sabían, sino más bien: ¿Es inocente el hombre cuando no sabe? Evocó entonces la tragedia de Edipo, quien al darse cuenta de que había matado a su padre y había copulado con su madre, no pudo sentirse inocente: Incapaz de soportar la triste visión de su historia, se perforó los ojos y se marchó ciego de Tebas.
La obra de Sófocles sirvió al reflexivo personaje de Kundera para cuestionar el adamantino supremacismo moral del buen revolucionario; oscuro personaje de la sociedad totalitaria que, sin mengua de su pureza ontológica, contribuye activamente al desmantelamiento de las libertades ciudadanas. Verdadera criatura de los avernos que ni siquiera se permite la decorosa salida del exilio o el ostracismo.
En Venezuela, una locuaz caterva de sanguijuelas burocráticas se afana por defender las supuestas virtudes jurídicas de una legislación que consagra abiertamente la delación y el espionaje. Naturalezas anfibias que, en medio de un pestífero lodazal de adulancia palaciega, sueñan con ser reconocidas por el poderoso dedo del jefe máximo.
Sin embargo, la triste verdad es que estos vulgares sapos no harían mayores daños si no contasen con la complicidad de aquellos individuos que se jactan de no meterse en política, dizque porque ellos no hacen mercado con las ideologías, y si no trabajan no comen. Resulta sorprendente escucharlos pronunciar semejante memez; como si fuese lo mismo chambear en una democracia liberal que en un asfixiante sistema comunista. Lo curioso es que a pesar de que blasonan de ser sujetos libres e independientes, tienen pintados en sus rostros lo barato de sus precios.
Alexis de Tocqueville en su inmortal libro La democracia en América lo advirtió: “Cuando en los pueblos democráticos se desarrolla el afán por los bienes materiales más rápidamente que la cultura y los hábitos de la libertad, llega un momento en que los hombres se encuentran como arrebatados y fuera de sí a la vista de los objetos que están próximos a adquirir. Preocupados únicamente en hacer fortuna, no advierten el estrecho lazo que une la fortuna particular de cada uno de ellos con la prosperidad de todos. No es preciso arrancar a tales ciudadanos los derechos que poseen: ellos mismos los dejan escapar (...) Una nación que no exige a su gobierno más que el mantenimiento del orden, ya quiere la tiranía en el fondo de su corazón; es esclava de su bienestar, antes de que aparezca el hombre que efectivamente la encadene (...) Hasta los más pequeños partidos pueden tener esperanzas de convertirse en dueños y señores de los asuntos públicos cuando la masa de los ciudadanos no quieren ocuparse más que de sus intereses privados. Entonces no es raro ver en el vasto escenario del mundo, al igual que en nuestros teatros, una multitud representada por un grupito de personas, que son las únicas que hablan en nombre de la masa ausente o distraída; sólo ellos actúan en medio de la inmovilidad universal; disponen, según su capricho, de todas las cosas, cambian leyes y tiranizan las costumbres a su antojo; y causa asombro ver en que pocas e indignas manos puede caer un gran pueblo”.
Sapos y apolíticos se creen inocentes. Limpios de polvo y paja. Listos para contribuir en el diseño y ejecución de un nuevo disparate nacional. Edipos modernos, que mantienen firmes sus miradas sobre la crispación y la animosidad que, con tan buena disposición, ayudaron a crear.

Etiquetas: , ,

lunes, junio 02, 2008

La trampa del gerundio



Más que una forma no personal del verbo o una oración subordinada de carácter adverbial, el gerundio constituye el corazón gramatical de todas las piezas discursivas esgrimidas por flojos y simuladores. Basta con preguntarle a un haragán sobre el estatus de la tarea previamente asignada, para encontrarnos casi de forma automática con una única respuesta: “Estamos trabajando en eso”.
Días después, ya sentado frente al computador de su oficina, este mismo sujeto, ducho en las artes del incumplimiento y la postergación, no lo pensará dos veces para sazonar su cacográfico escrito con una buena ración de palabrejas terminadas en -ando, -iendo o -yendo; método nada casual, que pone de manifiesto la cabal comprensión de las implicaciones semánticas y psicológicas contenidas en el gerundio.
En este sentido, el periodista español Álex Grijelmo nos explica, en su imprescindible libro La gramática descomplicada, que “el gerundio simple se encarga de mostrar algo que dura, y dura, y dura. Es decir, una «acción durativa» que transcurre sin que se determinen gramaticalmente su principio ni su final; una actividad que se encuentra en permanente grado de ejecución”.
El gerundio es esa suerte de pila alcalina que le permite al funcionario negligente ocultar su incompetencia, y proyectar ante la colectividad una calculada adicción a la faena productiva (“¡Aquí estamos hermanito: echándole bolas las 24 horas!”). Por eso observamos cada día un mayor número de gerentes públicos y privados que, en trance de justificar sus elevados emolumentos y beneficios socioeconómicos, no les tiembla el ojo al afirmar que están analizando, que están adelantando, que están trabajando. Poco les falta para señalar, como si de reguetoneros sin flow se tratase, algo parecido a la siguiente cantaleta: “Y estamos perreando, y estamos sandungueando, y junto con el pueblo aquí estamos gozando”.
Pero aunque a primera vista parezca algo anecdótico, lo cierto es que el problema ya tiene ribetes internacionales. Hace nueve meses, en Brasilia, el gobernador José Roberto Arruda, aprobó un polémico decreto mediante el cual quedó prohibida la utilización del gerundio en las comunicaciones oficiales de la jurisdicción. Al ser consultado por la prensa de su país, el mandatario razonó las causas de la medida: “He perdido la paciencia con algunos miembros de mi propio gobierno que siempre están «haciendo», «consiguiendo», «estudiando», «enviando» o «preparando», pero nunca terminan sus trabajos ni establecen fechas para su finalización. La experiencia me ha demostrado que, lamentablemente, el uso de gerundio se ha convertido en una plaga que revela nuestra ineficacia en la prestación de los servicios públicos”.
La realidad cotidiana demuestra que de muy poco valen las denuncias sobre el velado mecanismo de manipulación psicológica. A diario se observa como la apoteosis del gerundio incrementa su intensidad; marcha triunfal que no se detiene ante detalles tan retrógrados y baladíes como suelen ser las reglas de uso. De hecho, es común observar como los requisitos de simultaneidad y función adverbial son despreciados olímpicamente por esta pandilla de ignorantes que, en su zafiedad, sólo piensan en transmitir la supuesta perennidad de sus afanes y esfuerzos.
No cabe duda de que estamos en presencia de una anomalía del habla venezolana; una inquietante tendencia que nos hace recordar la aguda reflexión formulada por el austriaco Karl Kraus -descubridor, según su biógrafo Eric Heller, de los vínculos entre la falsa sintaxis y la estructura deficiente de una sociedad-: “Ha sido en sus palabras y no en sus actos donde yo he descubierto el espectro de una época”.
A pesar de los anatemas proferidos por los sumos sacerdotes del nacionalismo y la autoestima complaciente, sentimos necesario indicar que mientras no desmontemos las ficciones discursivas de cuanto vivaracho se declare por allí fanático del trabajo creador, fecundo y liberador, nuestro país no pasará de ser una hermosa tierra asolada por habladores y escribidores de paja.
No estaban pues descaminados los antiguos cuando acuñaron el inmortal latinajo de «Res non verba».

Etiquetas: , ,